Sus juristas instalaron en su herramienta legal todos los resortes para que el teatro en el que Chávez actuara sea aceptable para los países con gobiernos auténticamente democráticos, con varios de los cuales Venezuela concierta grandes negocios de venta de petróleo y compra de armamento, tecnología, toda clase de mercaderías, incluyendo los alimentos que el incapaz socialismo chavista no logra producir.
Al mandamás venezolano le gustaba mostrarse ante las cámaras de TV, en actos públicos, en actitud sobradora, prepotente, amenazante, anunciando medidas violentas contra opositores, contra empresas, medios periodísticos y hasta contra extranjeros, esgrimiendo siempre en la mano una edición minúscula de su Constitución. Lo exhibía como un fetiche, intentando instalar en el inconsciente popular un símbolo de poder omnímodo, temible, con la misma maña que durante décadas se dio Fidel Castro pronunciando discursos vestido de uniforme militar y gesticulando histriónicamente.
Pero si a los Castro las cosas les fueron bien sin necesidad de montar un teatro seudodemocrático, a su correligionario venezolano el destino le jugó una mala pasada, pues ahora todo hace suponer que su grave enfermedad no le va a permitir cumplir con la solemnidad legal de jurar como presidente electo de Venezuela, acto previsto para el próximo 10 de enero. Los bolivarianos contaban con un presidente Chávez vitalicio, como Castro. Contaban con que al finalizar el período presidencial que debía iniciarse ahora modificarían su Constitución para reelegirlo una y otra vez, como hacía Stroessner; pero el diablo metió la cola.
Quienes más desorientados están ante la situación son los estrategas chavistas, desesperados por lograr acomodar el texto legal a la circunstancia, de torcer el sentido de la Constitución que ellos mismos hicieron para ver cómo salen del jaque mate en que le puso el infortunio. Resulta extraño que no hayan previsto la eventual inhabilidad de Chávez, sabiendo –como el mundo entero sabía– que su jefe supremo padecía cáncer, una dolencia de la que, una vez que se la contrae, nadie puede sentirse confiado.
El drama de los estrategas chavistas es que la toma de posesión del mando es un trámite que no se puede cumplir de cualquier modo, al menos si van a respetar lo que dice el “librito”, el cual exige que dicha formalidad se realice ante la Asamblea Nacional o, en su defecto, ante el Tribunal Supremo de Justicia. En la desesperación, hasta podrían terminar interpretando que Chávez debería jurar ante cualquier Asamblea Nacional, por ejemplo la asamblea cubana, que no sería tan raro, ya que últimamente Venezuela se gobierna desde La Habana, donde ahora mismo sesiona la mitad del gobierno venezolano.
Si Hugo Chávez no puede jurar el próximo 10 de enero, los chavistas tendrán que cumplir su propia Constitución y convocar a nuevas elecciones generales, con las complicaciones que esta necesidad comportará. Si Chávez ya no es el candidato, la competencia electoral podría ser más riesgosa y el régimen hegemónico y excluyente del bolivarianismo chavo-marxista podría comenzar a ver su decadencia.
Hay una salida aparentemente tranquila del problema, pues, así como Fidel Castro nombró sucesor de la corona socialista cubana a su hermano Raúl, Hugo Chávez designó como su heredero dinástico a su canciller Nicolás Maduro, a quien ya se lo ve ante las cámaras con el “librito” en alto, bien posesionado de su nuevo papel. Si no se produjera el acto de posesión al cargo presidencial y se convocará a nuevas elecciones, la ciudadanía venezolana ya sabe quién será el candidato bolivariano y los chavistas a quién tienen que votar; en “democracias” como esas no hay muchas sorpresas.
Por su parte, los presidentes latinoamericanos que se hicieron neo-chavistas y vergonzosamente se aprovecharon de la megalomanía y de los petrodólares del gorila manirroto, están visiblemente consternados. Correa ya fue a despedirse del generoso propietario de la gorda billetera venezolana.
Mujica lagrimea recordando las “salvadas” que le hacía y las ganancias económicas que arriesga con la inhabilidad o la muerte del correligionario. Todos están preocupados porque, quienquiera sea el que reemplace a Chávez, posiblemente va a reconsiderar la posibilidad de continuar despilfarrando los petrodólares del pueblo venezolano en pos de un ilusorio y quimérico liderazgo tercermundista, antiguo e irrenunciable delirio de dictadores mesiánicos.
La eventual inhabilidad o desaparición física de Hugo Chávez no cambiará un milímetro el curso de la historia en Latinoamérica, aunque sí, posiblemente, la de Venezuela y los países satélites del bolivarianismo. Ojalá sea para bien, para que este país hermano retome la senda de su libertad y recupere el dominio de sus recursos naturales a fin de destinarlos a su propio progreso y bienestar y no más a solventar proyectos personalistas, sueños hegemónicos y dictaduras disfrazadas, dentro y fuera de Venezuela.