Fernando Luis Egaña: La cabeza fría en el incendio

Cuando una hegemonía pierde su hegemón entra en una crisis de extrema gravedad no sólo para sí misma sino para el país donde impera. Y este parece ser el caso de la hegemonía bolivarista y de Venezuela.

La columna vertebral del régimen chavista ha sido y es el señor Chávez. Es él quien ha sostenido de manera principal a la hegemonía, desde luego que junto a los altos precios del petróleo a lo largo del siglo XXI y, también, con la tutoría experimentada de Fidel Castro.

La concentración despótica del poder que caracteriza al régimen imperante, no es alrededor de un partido o de las fuerzas militares, y ni siquiera en cabeza de un Estado “revolucionario”, sino que ha tenido y tiene un carácter y una dimensión personal, es decir personalizada en el señor Chávez.





Eso se sabe de sobra, y baste constatar el contenido de intenso culto a la personalidad de toda la comunicación oficialista, para confirmarlo. Y el referido hegemón, también se sabe, se encuentra en una fase conclusiva en cuanto al ejercicio directo de su poder personal.

Por eso y por otros factores, la hegemonía ha entrado en una crisis interna de enormes repercusiones sobre el conjunto de la realidad nacional. El tema de la sucesión y de su manejo constitucional es sólo una parte de esa crisis. Pero el meollo del asunto está en la viabilidad de la hegemonía sin el hegemón.

Siendo el señor Chávez el denominador común de su coalición hegemónica, su debilitamiento personal y su eventual falta absoluta supondrán que las contradicciones de esa coalición –más temprano que tarde—se agudicen hacia el conflicto abierto.

Por un tiempo, el instinto de conservación de los entornos podrá diferir la lucha entre sus jefaturas y corrientes. Pero a la postre ésta será inevitable por la sencilla razón de que ninguna de sus figuras, ninguna, está en capacidad de llenar el vacío que ya comienza a sentirse.

Además, en la mezcla de despotismo y anarquía que caracteriza a la situación venezolana del presente, la pulsión anárquica tenderá a cobrar fuerza, sobre todo por el acumulado de profundas distorsiones económicas que pueden transformarse en una debacle inmanejable por el Estado “revolucionario”.

Así mismo, una de las habilidades del señor Chávez ha sido la de manipular la opinión social para encubrir los resultados de los desmanes gubernativos, incluso transmutándolos en éxitos políticos. Sin su presencia, por tanto, la percepción de la masiva crisis venezolana se hará más visible y más difícil de ocultar.

Todo ello impone una obligación especial al conglomerado de la oposición democrática que, hasta ahora, luce más bien en la periferia de la dramática dinámica de la hegemonía. Esa obligación consiste en mantener y acrecentar su unidad, para así poder ofrecer una alternativa efectiva y solida de gobernabilidad.

Y no sólo con la mira puesta en los eventos específicos que pueden presentarse a raíz de una falta absoluta del señor Chávez. Es decir, los que puedan suscitarse en un plazo próximo, sino en particular con la cabeza bien colocada hacia el futuro. O el futuro de la reconstrucción de la democracia civil y pluralista de la nación venezolana.

Y ese futuro exige que se mantenga la cabeza fría en el incendio.

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