La ausencia permanente de Chávez de la Presidencia es el escenario de más probabilidad que se tiene por delante. Desde hace meses sostuvimos que ésta era la variable política más importante. El impacto nacional e internacional del desvanecimiento de un liderazgo tan poderoso es inestimable.
Frente a esta situación todos los factores políticos del país se han desorganizado. Ni el chavismo tiene una conducta homogénea ni los opositores tampoco. Chávez logró después de varios años ser el articulador de un sistema político e institucional que no puede sobrevivir la ausencia de su eje sin asombrosos cambios. He sostenido que es como si de repente el centro de gravedad de un sistema colapsara y planetas, satélites, asteroides y demás cuerpos celestes perdieran sus órbitas. “¡Chávez vete ya!” y “¡Uh!, ¡Ah!, ¡Chávez no se va!” han sido los gritos de guerra de los bandos enfrentados. Eso se acabó.
Estos cambios han comenzado a generar diferentes actitudes políticas. Una notable es la conversión de los ateos; unos tarajallos cultivados en el agnosticismo militante ahora se ven prosternados en arrebatos místicos. La oración se ha convertido en una expresión común ante la situación de gravedad de Chávez, pero fundamentalmente como acto político. Esas congregaciones extáticas son la forma de vincular la religiosidad popular con la exaltación del líder en su encrucijada vital.
Hay un tema importante aquí sobre el papel de la oración religiosa. Es absolutamente natural que las autoridades eclesiásticas oren por la salud del Presidente como lo hacen por la de cualquier ser humano, más aún por la significación e impacto que tiene aquél en la vida del país. Sin embargo, noto un poquitín exagerado la actitud de dirigentes que en vez de guardar el discreto silencio que las circunstancias aconsejan en términos del ser humano envuelto, también hacen inconveniente ejercicio de exhibicionismo al proclamar sus rezos por el Presidente. Es de convenir que todo aquél que quiera rezar lo haga pero de la manera de quienes realmente intentan comunicarse con Dios, en forma privada, discreta, sin esas ostentaciones que no son creíbles. Es de sospechar de quien hace de su privadísima fe religiosa y de los actos que la acompañan un acto de propaganda: recuerdan a Chávez en sus frecuentes arranques píos.
EL GRAN COMPONEDOR. El chavismo ha sido una corriente política en desarrollo. Sus fuentes nutrientes son diversas: el sector militar de izquierda representado por el propio Chávez que abrevó en las posiciones de Douglas Bravo y de varios dirigentes de la izquierda insurreccional; el sector militar no comunista representado en su momento por los comandantes Jesús Urdaneta Hernández y Francisco Arias Cárdenas, entre otros, y que rompió tempranamente con el proceso (con el conocido regreso de Arias Cárdenas); un sector de izquierda civil que se distanció del golpe de estado de 1992, pero que después asumió que Chávez podía ser el que llevara al poder a una izquierda mil veces derrotada; una franja de la burguesía que creyó que el comandante golpista sería el instrumento para deshacerse de AD y COPEI sin que el cambio se llevara a esa burguesía en los cachos; la izquierda internacional que después de la derrota estratégica de la revolución continental inspirada por Fidel Castro, volvió a encontrar una causa y un líder; y por supuesto los cubanos que ya no tuvieron que seguir haciéndole carantoñas a Carlos Andrés Pérez, Carlos Salinas de Gortari, César Gaviria y Felipe González, para un retorno más o menos suave a la comunidad latinoamericana.
Chávez generó un liderazgo petrolero que pudo articular esa vasta alianza de intereses diferenciados y hasta divergentes. Al caudillo se le observa normalmente como el atrabiliario que ha sido; pero, en términos de esa convergencia de intereses, su conducta muestra a un gran componedor: pasaba a retiro, los resucitaba, los volvía a enterrar, los sacaba; un instrumento importante fue colocarlos como “candidatos” a gobernaciones. Así ocurrió con Elías Jaua, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, entre los más importantes. En ocasiones esas candidaturas han cumplido el papel de cavas para enfriar ambiciones y curar torpezas.
El Gran Componedor ya no está en condiciones de armar juego. De allí el papel de la cúpula cubana. No se crea que los que le hablan al venezolano son un Fidel chocho y Raúl Castro. Todo el Buró Político del Partido Comunista de Cuba está centrado en el intento de manejar la crisis venezolana y no se puede subestimar a equipos dirigentes que tienen más de medio siglo pegados al corte y que lograron controlar política y psicológicamente al Presidente.
Sin embargo, los cubanos tienen limitaciones. Tienen sus generales y oficiales en Fuerte Tiuna, tienen algunas fichas en el PSUV, pero ya no pueden actuar como con Chávez activo, al que no se le podía chistar dentro del chavismo. El PC cubano quiere controlar pero no puede porque el instrumento fundamental de su intervención en Venezuela, el caudillo, no está en condiciones.
En este marco es inevitable que las facciones tomen sus caminos e intenten el mayor control posible. Hay dos evidentes representadas por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, pero no son las únicas. Ellos personalmente pueden entenderse, pero las fuerzas que representan tienen cursos divergentes. Y si, como parece, Cabello se convierte en Presidente en funciones, la demora electoral podría favorecer la consolidación de su poder. ¿Habrá sido ésta una consecuencia no intencionada o era parte del designio secreto de Chávez? Nunca se sabrá.
LA DISIDENCIA. Éste podría ser el escenario más complejo para los demócratas después de los eventos de 2002. ¿Son suficientes las fuerzas de los partidos agrupados en la MUD? ¿Puede ampliarse la MUD? ¿Se puede crear un Frente Nacional que la incluya y se amplíe para que tenga más sentido social? Para las elecciones que vendrán, ¿es Capriles el candidato? Si no, ¿cuál? ¿Se puede participar con las condiciones que el 7-O y el 16-D? ¿Puede ser más difícil derrotar a Nicolás Maduro, cubierto con el manto de Chávez, que al propio Chávez? Preguntas que requieren serenidad para responderlas que no tienen los altaneros e intolerantes.
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