Maduro tiene razón. El Gobierno provocará muchos dolores de cabeza a las empresas privadas. Pero los dolores de los empresarios serán leves comparados con los que va a sufrir la población en general, particularmente los pobres. Hugo Chávez deja Venezuela sumida en una crisis económica de enormes proporciones.
Si bien la incertidumbre política desencadenada por la enfermedad del presidente ha concentrado la atención del mundo, será la crisis económica lo que va a moldear el futuro inmediato del país, incluyendo el político.
Los desajustes económicos incluyen un déficit fiscal cercano al 20% del producto interior bruto (en EE UU es del 7%) y un mercado de divisas en el cual el dólar que se compra en la calle cuesta cuatro veces más que el dólar que vende el Gobierno a la tasa oficial. Esto quiere decir que una devaluación de la moneda es inevitable y que, por lo tanto, la inflación que se avecina será aún mayor que la actual, que es una de las más altas del mundo. Los niveles de empleo están artificialmente abultados por la gigantesca expansión del empleo público, los compromisos laborales adquiridos por el Gobierno nutren una fuerte conflictividad sindical, la deuda externa es ahora diez veces mayor que en 2003, el sistema bancario está muy frágil y la capacidad productiva del país, incluyendo la de su industria petrolera, ha caído drásticamente.
Los países exportadores de petróleo rara vez sufren crisis económicas causadas por la escasez de divisas fuertes. Pero el régimen del presidente Chávez se las ha arreglado para quedarse corto de dólares o euros, a pesar de que ha gozado de más de una década de altos precios del petróleo y de una enorme capacidad de endeudamiento gracias a los elevados intereses que está dispuesto a pagar.
Sin embargo, el dinero no alcanza. El desenfrenado gasto en consumo ha disparado las importaciones, a la vez que la mala gestión y la falta de inversión en la industria petrolera han venido reduciendo los ingresos por exportaciones. Los ingresos petroleros de Venezuela también caen por otras razones. El elevado consumo interno de gasolina absorbe una gran parte de la producción (llenar el tanque de un coche normal cuesta 25 céntimos de dólar, unos 19 céntimos de euro). Otra parte de la producción se envía a Cuba y a otros aliados de Chávez a precios altamente subsidiados y a crédito: de hecho, muchas de estas facturas nunca llegan a cobrarse.
Otra parte de la producción petrolera va a China, ya que este país pagó por adelantado, con importantes descuentos, grandes volúmenes de crudo. El Gobierno de Chávez ya recibió y gastó ese dinero y ahora debe honrar el contrato suministrando a China petróleo por el cual no recibe ingreso alguno. Así, la mayor parte del crudo que queda para ser exportado a precios de mercado (y que se cobra) se vende al país que es a la vez el mejor cliente y el principal enemigo de Chávez: Estados Unidos. Sin embargo, como resultado de su propio auge petrolero, las compras estadounidenses de crudo venezolano han caído al mínimo en 30 años. Y por si esto fuera poco, una explosión en su mayor refinería obliga a Venezuela a importar gasolina. El Financial Times calcula que por cada 10 barriles de crudo que vende a Estados Unidos tiene que importar (a un precio más alto) dos barriles de petróleo refinado en el exterior.
Esta caída en los ingresos ocurre mientras las importaciones totales del país han pasado de 13.000 millones de dólares en 2003 a más de 50.000 millones hoy. Pagar esas importaciones y los altísimos intereses de la deuda requiere más divisas de las que la economía genera. A todo esto se agrega que la Venezuela de Chávez ha caído a los últimos lugares de las listas que clasifican a los países según su competitividad, la facilidad de hacer negocios o el atractivo para los inversores extranjeros, mientras que se coloca entre los campeones mundiales en materia de homicidios y de corrupción gubernamental.
Sí. El vicepresidente Maduro ha dado en el clavo: se avecinan grandes dolores de cabeza. Y a él le tocará explicarle al pueblo por qué cuando el presidente era Chávez se vivía mejor.
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