Es una emoción que ha ido adquiriendo un complejo entramado multidimensional en Venezuela. Junto con él coexisten otras fuerzas destructivas que actúan a dúo: el odio y la intolerancia, la pasividad y la indiferencia.
Los historiadores han bautizado con el nombre de El Gran Miedo a una etapa que ocurrió a comienzos de la Revolución Francesa en 1789, caracterizada por revueltas populares de los campesinos, y que tuvo una influencia muy importante en las decisiones tempranas de la Asamblea Nacional Constituyente. Comienzo a leer un libro de Georges Lefevbre (Great Fear of 1789 ) sobre el tema y reflexiono que a pesar de estar inscrito en una época específica, el texto de Lefevbre está conectado con un asunto recurrente en la historia humana: el rol del miedo colectivo en eventos de otro modo incomprensibles. Los tiempos que anteceden a los grandes eventos históricos, suelen a veces estar impregnados del establecimiento de un estado mental y sicológico cuyo origen específico es difícil de establecer pero que juega un rol esencial en desencadenar acontecimientos impredecibles.
El miedo en Venezuela en este período complejo de su historia ha ido adquiriendo un complejo entramado multidimensional. El miedo se ejerce y se vive desde cada ámbito particular. Los chavistas de a pie tienen miedo a un etéreo fantasma de la derecha que vendrá a detener la revolución.
La oligarquía chavista en el poder tiene miedo a perderlo; a quedar sometido al juicio de la historia por su fracaso y a tener que responder ante las instancias judiciales internacionales y de su propio país por sus desmanes y tropelías de más de una década. La gente de oposición le tiene miedo a la violencia y la represión chavista, callejera e institucional. A terminar de quedarse sin país y a que los hijos se marchen de Venezuela. Todos le tememos a la violencia y la criminalidad asesina que se lleva gente de todos los bandos sin preguntar a cual pertenecen.
Junto con el Gran Miedo coexisten otras fuerzas igualmente destructivas que actúan a dúo: el odio y la intolerancia y la pasividad y la indiferencia. En verdad que uno termina por preguntarse: ¿Cómo sigue funcionando Venezuela? O más bien: ¿Hasta que punto va a aguantar la sociedad venezolana hasta que se produzca un estado de rebelión de su población frente al atropello acumulado de todos estos años? Las respuestas son por supuesto muchas y muy complejas y algunas de ellas tienen que ver con el hecho de que frente al fantasma de la violencia y represión que promete el régimen a sus adversarios es difícil plantearse la protesta. Pero la puerta está abierta para que la alternativa democrática intente cada vez con mas fuerza practicar la resistencia civil no violenta frente a un gobierno que se evidencia continuamente como corrupto e incapaz de dirigir al país.
El mayor obstáculo a resolver para enfrentar el miedo paralizante es encontrar la manera en que los objetivos de la alternativa democrática coincidan con las necesidades y aspiraciones de una buena parte de los venezolanos que sigue viendo una esperanza en el chavismo. Mucha gente piensa que el asunto central es contar con los militares defensores de la Constitución que se opondrían a la represión y la violencia de las milicias y los grupos chavistas armados. Yo me inclino por pensar que el problema capital es evidenciar que el descontento alcanza al pueblo chavista y que las acciones que se intenten tienen que tener como objetivo debilitar el considerable apoyo popular con el que cuenta el gobierno. Esto es un hecho que sólo se puede ignorar a expensas de exponernos a otra derrota.
La oligarquía chavista actúa gobernando sólo para una parte del país. Esto es un hecho político que forma parte de la realidad. Podemos protestar pero esto no va a cambiar nada por si sólo. Sobre todo si se tiene en cuenta la complicidad internacional de la que disfruta el régimen. Pienso que la dirigencia opositora ha terminado por convencerse de que lo que sí produciría cambios es darle cuerpo a una acción que combine las actuaciones electorales con la resistencia civil no violenta. La vulgaridad y el desparpajo con que está actuando el binomio de usurpadores del mandato popular que le dio la Presidencia de Venezuela a Hugo Chávez, en abierta violación a la Constitución y entregándole la soberanía del país a Cuba, evidencia que el Gran Miedo produce también sus resultados al otro lado de la cerca de polarización que divide al país. Lamentablemente la oligarquía chavista que dirige los destinos del país no parece entender que está llevando a la nación a una situación tal de enfrentamiento que puede resultarles completamente incontrolable.
En un sentido muy real, y como reza el proverbio popular, a lo que más debemos temerle en estos momentos es al miedo mismo. El gobierno chavista sobrevive por una combinación de control institucional, del monopolio de las armas y la violencia, pero, sobre todo, de exhibirse como un gobierno del pueblo. Es esta columna de su poder la que es necesario debilitar. Las otras, aunque impresionantes e intimidantes, no serán capaces de resistir el embate del pueblo organizado. Una verdadera revolución de la democracia contra la usurpación del mandato popular.