Un artículo, como siempre informativo y ameno, de Pedro Llorens (El Nacional, 10-02-13) nos ayudó a escribir éste. Llorens cita a un “Dorado” de Pancho Villa que, ante un caído, exclamó: “Cadáver el de mi General, este es un pinche muerto”. Esto me recordó a un entrañable amigo, ya fallecido, que empezó a trabajar en una gran empresa a muy bajo nivel. Sufría, a veces, de dolores en los pies. Durante años, cuando le venía la crisis explicaba sus ausencias diciendo que tenía elevado el acido úrico. Años después escaló posiciones hasta llegar a ser miembro de la junta directiva y cuando se le presentaban los dolores decía que sufría de “gota” (Versión aristocrática de la misma dolencia).
El soldado muerto mexicano y mi amigo son un buen ejemplo para entender porque será casi imposible que la ciencia cree clones humanos perfectos. Según la genética moderna los genes son responsables por 50% de ciertas características. El otro 50%, sobre todo la conducta, es resultado del ambiente en el que crecemos: familia, educación, cultura, amigos, valores inculcados y un largo etcétera. Además, la bioética, que se ha establecido para darle nuevos valores morales a los desarrollos acelerados de la ciencia, ha logrado que las investigaciones que pudieran llevar a la clonación de un ser humano estén prohibidas universalmente.
Todo este preámbulo es para explicar por que Maduro y Cabello jamás podrán comportarse como un clon de Chávez porque, hasta uno verdadero, creado genéticamente, tampoco podría. Por supuesto que ni Cabello ni Maduro tienen 50% de los genes que tendría un verdadero clon. Pero más importante aún, no tienen el 50% ambiental no transferible en una clonación.
Maduro ha sido un sindicalista de tendencia radical. No está acostumbrado a mandar y a que le obedezcan automáticamente. Por eso dicen que es un buen negociador. No sé cómo fue criado ni a qué escuelas asistió, pero ni sus amigos de antes ni su pequeña historia se puede parecer a la de Chávez.
Cabello es ingeniero y militar pero por su rango de teniente está más acostumbrado a obedecer que a mandar. A pesar de tener experiencia cuartelaria probablemente le cuesta más que a Maduro parecerse a Chávez, quien, de paso, no entró en la escuela militar por amor a la carrera. Por propia confesión, lo que quería era jugar beisbol. Lo crió su abuela, vivió humildemente, vendía dulces en la calle y le llegó a gustar ser militar más por los actos sociales en los cuales participaba como presentador, cantante y recitador que por lanzarse en paracaídas. Su hermano Adán lo instruyó en un baturrillo izquierdista que a pesar de sus lecturas tardías y sus experiencias como presidente y viajero internacional no ha podido definir más allá de la coletilla “socialismo del siglo XXI”.
Desarrolló su carisma natural porque rescató del olvido a los pobres y excluidos elevándoles su autoestima.
Los llenó también de promesas, aunque muchas incumplidas. Además, su excelente memoria le permite recordar y transmitirle al pueblo efemérides nacionales, anécdotas de su vida, canciones y poesías de una colección que parece interminable, aunque después de 10 años empezó a repetirse. Ni Cabello ni Maduro tienen esa relación con el pueblo ni esa memoria ni esa experiencia ni mucho menos ese carisma de quien, a pesar del desastre que ha sido su gestión, más de la mitad de los que votan lo hacen por él.
Maduro y Cabello no son sino “pinches” imitadores de Chávez que algún día pudieran sufrir de “acido úrico” elevado pero jamás de “gota”.