Esta nueva caída de la paridad cambiaria evidencia el fracaso del control de cambio, concebido para evitar la fuga de capitales, someter la inflación y garantizar el abastecimiento de los productos de mayor demanda. Después de diez años de su aplicación (y de control de precios), poseemos la tasa más elevada de inflación del continente, la fuga de capitales más voluminosa de la región y el índice de escasez más alto de la historia reciente del país; en el pasado cercano este indicador se situaba alrededor de 9%, en la actualidad, por encima de 30%.
En contraste con estas cifras, por ejemplo Colombia -cuya economía puede compararse con la nuestra por las dimensiones de ambos países-, sin control de cambio, ni de precios y con la venta de la gasolina a valores internacionales, ha visto revaluar el peso 50% durante los años recientes, mientras la inflación se ha mantenido alrededor de 5%. Importantes volúmenes de capital se dirigen hacia la nación vecina y el índice de escasez está ubicado por debajo de 10%
El fracaso del intervencionismo estatal ha sido evidente. Sin embargo, el Gobierno persiste en mantenerlo. La directora del Indepabis declara que la regulación de precios persistirá a pesar de lo que diga la “derecha”. El gabinete económico, donde por cierto no hay ni un solo economista, insiste en que el control de cambio se mantendrá. El chavismo no aprende ni de las sanas lecciones de sus vecinos. Es tozudo hasta la irresponsabilidad.
La devaluación del bolívar, la quinta desde que el chavismo se encuentra en el poder y la segunda desde que se instituyó el “bolívar fuerte”, constituye apenas un tramo del plano inclinado en el que la nación se mueve desde febrero de 1999.
Venezuela se ha devaluado en todos los órdenes: el Presidente desaparece de la escena pública durante dos meses y medio sin que haya ningún reporte médico que atestigüe de forma objetiva acerca de su estado de salud, somos una de las sociedades más inseguras del mundo, Caracas aparece entre las metrópolis más peligrosas y hostiles del planeta; el empleo que más crece es el más precario, el que genera menos valor agregado, estimula poco la producción y la productividad, y nos impide ser competitivos a escala internacional; por esta razón, la remuneración promedio de la fuerza laboral apenas supera el doble del salario mínimo; la infraestructura parece que hubiese sido bombardeada por aviones de combate; la industria petrolera, después de haber sido ejemplo mundial de calidad y eficiencia, hoy se encuentra en bancarrota, centenas de taladros no están operando y la producción se halla por debajo de la mitad de los planes elaborados por el propio Gobierno; las empresas de Guayana fueron conducidas a la quiebra; el caos urbano y el deterioro de los servicios públicos han degradado la calidad de vida de la gente; la atención en los hospitales es cada vez peor y la calidad de la educación pública se empobrece sin que exista ningún plan para redimirla.
En el plano institucional el panorama es igual de grave. Se desvaneció todo vestigio de independencia entre los poderes públicos. Desapareció el Estado de Derecho, quedando como residuo una morisqueta a la que los jerarcas del régimen llaman “legalidad revolucionaria”, que sirve para darle un cierto maquillaje legal a las arbitrariedades que comenten. Las Fuerzas Armadas se politizaron convirtiéndose en el brazo armado del proyecto hegemónico antinacional e inconstitucional que trata de imponer la cúpula chavista. El sistema de medios públicos opera como una máquina para envenenar el alma de la gente, exaltar la personalidad del caudillo enfermo y, ahora, proyectar las imágenes de los herederos.
Por donde se le vea, Venezuela es una nación devaluada. En el futuro será posible rescatar con relativa facilidad la economía. Mucho más difícil y arduo será recuperar el tejido institucional y moral tan seriamente lesionado. Tendremos que hacerlo.
@trinomarquezc