Es por ello que se destruye. Se nos presenta, entonces, en este momento de sede vacante una dualidad de poderes entre dos autoridades eclesiales, a saber: el cardenal camarlengo (este no es un apellido italiano sino un nombre que denota sus funciones. Casi que podríamos decir que este cardenal es un vice Papa en el sentido de que mientras se elige un nuevo Pontífice, tiene a su cargo el gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano) y el Decano del Colegio de Cardenales (que vendría a ser una suerte de Parlamento eclesial, por decirlo así, aunque esta no es la definición exacta), quien se convierte, ante la ausencia del Sumo Pontífice y mientras el nuevo Papa es electo en el cónclave, en la máxima autoridad de la Iglesia. Podría haber tensión entre el cardenal camarlengo y el Decano del Colegio de Cardenales, pero en la práctica muestran una cooperación fraternal como hermanos purpurados que son y suelen presentarse juntos en los actos litúrgicos.
Al margen de lo que establece el derecho canónico, el gran debate de este momento es el destino de la Iglesia: una institución en permanente debate entre las exigencias de una fe que promueve un compromiso radical y un mundo que cambia de manera vertiginosa, donde los valores y la ética se redimensionan a conveniencia. La Iglesia es una institución de gran madurez. En otros tiempos de su historia ha sabido enfrentar grandes dificultades, buscar sabiduría en los grandes hombres de pensamiento que han formado parte de ella. En estos momentos históricos que atravesamos, el auxilio del Espíritu Santo es fundamental; por ello, rodilla en tierra, nos unimos al coro de cardenales que preparan la nueva elección para decir: Veni, Creator Spiritus mentes tuorum visita Imple superna gratia quae Tu creasti pectora.
Post scriptum: No hay ninguna prisa, tómense su tiempo (el tiempo de Dios es perfecto).