¿Cómo logran los magos engañarnos con sus trucos?

¿Cómo logran los magos engañarnos con sus trucos?

En magia —normalmente dirigida a niños y turistas— se ha vuelto un tema respetable en el mundo científico. Incluso a mí, que no soy un buen orador, me han invitado a dar charlas sobre neurofisiología y percepción. Le pregunté a un científico amigo mío (cuya identidad debo proteger) la razón de este interés tan repentino, y su respuesta fue que los patrocinadores de la investigación científica consideran a los magos “más sensuales que las ratas de laboratorio”.

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Me encanta ayudar a la ciencia; sin embargo, después de compartir lo que sé de magia a mis amigos neurocientíficos, me dan las gracias mostrándome aparatos para registrar los movimientos oculares e imágenes de resonancia magnética, y me aseguran que estas máquinas algún día me ayudarán a ser un mejor mago.

Tengo mis dudas. Los neurocientíficos son novatos en cuanto al engaño. Los magos, en cambio, han realizado pruebas controladas de la percepción humana durante miles de años. La magia no es fácil de descifrar con aparatos, pues no tiene que ver en realidad con la mecánica de los sentidos. La magia consiste en comprender —y luego manipular— cómo los espectadores asimilan la información sensorial. Creo que entenderás mejor lo que digo si te revelo algunos secretos que los magos usan cuando quieren confundir tus percepciones.

Explotar el reconocimiento de patrones.
Por arte de magia, hago aparecer cuatro monedas en mi mano, una por una, y se las entrego. Luego le muestro que la palma de mi mano está vacía antes de hacer que aparezca una quinta moneda. Como Homo sapiens que usted es, capta el patrón y se queda con la idea de que saqué las cinco monedas de una mano cuya palma estaba vacía.

Hacer mucho más complicado un truco que no parece valer la pena.
Caerá en el engaño si el truco requiere más tiempo, dinero y práctica que los que usted (o cualquier otro espectador cuerdo) estaría dispuesto a invertir. Mi compañero, Penn, y yo en una ocasión sacamos 500 cucarachas vivas de un sombrero de copa colocado sobre el escritorio del conductor de televisión David Letterman. Preparar el truco nos llevó semanas. Contratamos a un entomólogo que nos proporcionó cucarachas que se movían lentamente y no tenían miedo a las cámaras (a las que viven debajo de las estufas no les gusta que las filmen de cerca), y nos enseñó a tomarlas con la mano sin soltar gritos histéricos. Luego construimos un compartimento secreto y creamos una sofisticada rutina para deslizar el compartimento dentro del sombrero. ¿Es mucha elaboración para un truco que no parece valer la pena? Tal vez eso piense, pero un mago no.

Es difícil que la gente piense en forma crítica cuando se está riendo.
A menudo contamos un chiste inmediatamente después de hacer un movimiento secreto. Los espectadores ponen mucha atención, pero si uno los hace reír, su mente se distrae tanto que no pueden analizar un truco racionalmente.

Utilizar ardides para hacer que el truco funcione.
Suelo quitarme la campera y arrojarla a un lado; luego hurgo en el bolsillo de un espectador y saco una tarántula de él. Despojarme de la campera parece ser un simple acto de comodidad, ¿o no? No precisamente. Cuando me la quito, saco de ella la tarántula.

Para lograr el engaño, hay que combinar al menos dos trucos.
Todas las noches, en Las Vegas, hago que una pelota salte como un perrito adiestrado. Mi estrategia es moverla con un hilo muy fino que el público no puede ver. Durante la ejecución, la pelota pasa varias veces a través de un aro de madera, y eso hace creer a la gente que no hay ningún hilo. El aro es lo que los magos llaman un “desorientador”, un segundo truco que “demuestra” el primero. El aro es sólido, pero me llevó 18 meses perfeccionar los movimientos.

Nada engaña mejor que una mentira bien tramada.
David P. Abbott, un mago de Omaha, Nebraska, inventó la base de mi truco con la pelota, allá por 1907. Él hacía que una pelota dorada flotara alrededor del escenario. Después de la función, fingía dejar la pelota sobre una repisa. Sus invitados se acercaban a la pelota, la levantaban y entonces se daban cuenta de que era muy pesada para que un hilo la sostuviera en el aire. Se quedaban perplejos. Pero la pelota que el público había visto flotar pesaba solo 140 gramos. La que estaba encima de la repisa era igual pero pesaba mucho más, y Abbott la dejaba allí para tentar a los curiosos. Cuando un mago permite que usted vea algo con sus propios ojos, es imposible no creer en su mentira.

Si a una persona le permite elegir, pensará que lo hace libremente.
Este es el más enigmático de los secretos psicológicos. Lo explicaré (junto con los otros seis que acaba de conocer) describiendo un truco de naipes.

EL EFECTO

Corto un mazo de cartas un par de veces, y usted alcanza a ver brevemente algunos naipes. Coloco el mazo sobre mi mano, con las cartas hacia abajo, le pido que elija una, la memorice y la devuelva al mazo; luego le pido que diga cuál eligió (por ejemplo, la reina de corazones). Coloco el mazo en mi boca, lo muerdo, gruño y me meneo para insinuar que su carta desciende por mi garganta hasta el estómago y luego por la pierna derecha hasta llegar al pie. Levanto ese pie y lo invito a quitarme el zapato y a mirar dentro de él. Allí encuentra la reina de corazones y se quedas atónito. Si dejo el mazo a un lado, quizá lo revise y comprobará que solo falta ese naipe.

LOS SECRETOS

Primero, la preparación: meto una reina de corazones dentro de mi zapato derecho, un as de espadas en el izquierdo y un tres de diamantes en mi billetera. Luego fabrico un mazo entero con duplicados de esas tres cartas. Esto requiere 18 mazos, lo cual es costoso y aburrido (secreto 2: complicar mucho el truco). Cuando parto el mazo, te dejo ver brevemente algunas cartas. Usted concluye que el mazo contiene 52 cartas distintas (secreto 1: reconocimiento de patrones). Toma una y cree que su elección es libre (secreto 7: elegir es una suposición de libertad). Hago que la carta llegue a mi zapato meneándome (secreto 3: la risa distrae). Cuando levanto el pie donde está su carta —o le pido que saque mi billetera de mi bolsillo trasero—, me doy media vuelta, me alejo un poco (secreto 4: utilizar ardides) y cambio el mazo por uno normal del que he retirado las tres opciones posibles (secreto 5: combinar dos trucos). En seguida dejo el mazo a un lado para tentarlo a revisar y comprobar que falta su carta (secreto 6: tramar bien una mentira). La magia es un arte capaz de prodigar belleza, como la música, la pintura y la poesía. Sin embargo, su principal finalidad es confundir la percepción: ¿lograron los trucos engañar al público? Los actos de un mago son resultado de siglos de práctica, y los ilusionistas los han repetido tantas veces que parecen naturales y perfectos.

Los neurocientíficos (que son personas bien intencionadas) se dedican a recoger muestras de tierra de las faldas de una montaña que los magos han explorado y explotado durante siglos. Los aparatos de resonancia magnética son impresionantes, pero si realmente desea aprender la psicología de la magia, estará mejor frente a un grupo de niños con caramelos duros en los bolsillos.

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