Hugo Chávez llegó al poder en el año 1999 en medio de una situación económica compleja, al borde de una crisis externa y fiscal. Gran parte del problema se ubicaba en la caída estrepitosa de los precios del petróleo ocurrida en el año 1998 que llevó al crudo venezolano a cotizarse en 9 dólares el barril. Como consecuencia del desplome de los precios, la calificación del país había bajado y era necesario atender compromisos internos y externos por servicio de deuda del orden de los 8.800 millones de dólares. La economía acusaba ya un problema de estancamiento con un magro crecimiento de apenas 0,2% (al cierre de 1998), altas tasas de inflación (del orden del 35,8%), y una agudización de los problemas de empleo y pobreza. En resumen, el gobierno de Chávez iniciaba su gestión con grandes expectativas de cambio, pero con un cuadro altamente complicado para el manejo macroeconómico, y en una fase del ciclo petrolero muy inconveniente para el país.
Ante este panorama Chávez reaccionó en una forma audaz y hasta inconcebible pues en lugar de hacer los ajustes internos de rigor, se trazó la meta de torcer el curso del mercado petrolero mundial y de los precios del petróleo. Chávez comprendió tempranamente que la recuperación de los precios requería de un esfuerzo de coordinación en el seno de la OPEP y fue el primero en mostrar disciplina comenzando por respetar los acuerdos. En agosto de 1999 decidió hacer una gira a 10 países de la organización incluyendo Iraq y Libia y se convirtió en el primer jefe de Estado en visitar a Sadam Husein después de la llamada Guerra del Golfo. Los frutos de este esfuerzo se comenzaron a ver rápidamente. A finales de diciembre de 1999 la cesta OPEP estaba ya en 25 dólares y desde entonces el curso de los precios, apuntalado por la absorción energética de China y los gigantes de Asia, es bien conocido. Nada mejor para un proyecto que aún se mostraba errático y ambiguo que tapar las deficiencias en la gestión de los recursos con una renta creciente.
En agosto de 1999 decidió hacer una gira a 10 países de la organización incluyendo Iraq y Libia y se convirtió en el primer jefe de Estado en visitar a Sadam Husein después de la llamada Guerra del Golfo.
Chávez conocía del poder estratégico interno y externo de la renta petrolera. Con toda consciencia presentó a los hermanos menores de Sur América, Centro-América y el Caribe acuerdos como el ALBA y Petrocaribe donde se ofrece crudo en condiciones increíblemente favorables –ventas a plazos de 20 años, intereses muy bajos y re-pagos en mercancías y especies-. La gratitud de estos pueblos -cuya dependencia energética es crítica para sus economías- es hoy día inmensa, pero Venezuela, a raíz de ésta realidad y los acuerdos con China, está hoy día dejando de percibir cerca de 2 dólares por cada 10 dólares de exportaciones de crudo y el estrangulamiento y la creciente demanda de divisas han generado delicados escenarios de escases doméstica.
Chávez fue un líder nacionalista pero con una indiscutible proyección e influencia regional. Su decidió empeño por romper viejos esquemas de integración y cooperación regional y promover nuevos experimentos estaba movido por su anti-nortemericanismo. Decidido opositor del ALCA encontró respaldo en los gobiernos de Brasil y Argentina para enterrar el acuerdo, lo que obligó al gobierno norteamericano a conformarse con la consolidación de ciertos convenios bilaterales de libre comercio. La desarticulación que promueve luego de la Comunidad Andina vino como consecuencia de la firma de un acuerdo de libre comercio que hace Colombia con los EE.UU.
Venezuela perdió todo su mercado de exportaciones no tradicionales con la Comunidad Andina y terminó aceptando una entrada absolutamente desventajosa al Mercosur por esta jugada, si se quiere, caprichosa. Otras iniciativas como el Banco del Sur, y el Sucre, inspiradas igualmente en el rechazo a los bancos de desarrollo tradicionales y al dólar como medio de pago internacional, todavía son prematuras para ser evaluadas.
En lo interno, el control absoluto de la renta petrolera fue el pilote sino la palanca fundamental del modelo distributivo y de avance y control del Estado sobre la economía. Chávez logró este control finalmente en el año 2003 cuando doblegó la huelga general convocada por los empleados de la industria petrolera y despidió a casi 20 mil trabajadores involucrados. El camino quedó despejado para emplazar el modelo de reparto de la renta, pero la industria petrolera quedaría herida perdiendo su capital más importante. Venezuela dice tener hoy las reservas probadas de crudo más grandes del planeta pero produce 20 por ciento menos petróleo que hace 14 años atrás.
Entre tanto el modelo de reparto se ha materializado en las llamadas “misiones”, un conjunto creciente y heterogéneo de programas de desarrollo social que ha terminado siendo una exitosa transacción de ayuda socio-económica por sujeción política. Las misiones, no cabe duda, pueden ser programas con una muy cuestionable calidad, pero allí donde no hay nada, la utilidad marginal de un servicio o una transferencia es infinita (y la gratitud también). En un país donde la inflación promedio de la última década ha estado cerca de 30%, que la pobreza haya disminuido más de 20 puntos en algo más de una década dice mucho del poder y del apalancamiento de estos programas.
La renta petrolera también sirvió para consolidar una presencia invasiva del Estado en todos los ámbitos de la economía. En enero de 2005 en el Foro Social Mundial en Porto Alegre Chávez declara que su modelo era el “Socialismo del siglo XXI”. A juzgar por las acciones, el Socialismo del siglo XXI terminó siendo la proyección de un orden anacrónico; algo en esencia ya visto y cuestionado incluso por los mayores antagonismos ideológicos.Las expropiaciones en masa de empresas de telecomunicaciones, eléctricas, cementeras, centrales azucareros, empresas de alimentos, siderúrgicas, hoteles, hipermercados, bancos, constituyen un lastimoso ejemplo de cómo invertir recursos públicos por miles de millones de bolívares y dólares sin generar empleo y aumentado la concentración económica.
Militares en la expropiacion de Cemex en Venezuela
Los mismos o mejores efectos de cobertura en servicios y distribución de bienes así como en ganancias de eficiencia se habrían logrado, promoviendo un adecuando marco regulatorio. Tras la entrada en vigencia de la Ley de Tierra cerca de 4 millones de hectáreas de tierras potencialmente productivas han sido expropiadas en Venezuela y cedidas la mayor de la veces a manos campesinas (lo equivalente a dos veces el tamaño de un país como El Salvador), pero la producción agrícola se mantiene estancada y las importaciones de alimentos han crecido en casi un 380% desde el año 2000. Venezuela ha asegurado su seguridad alimentaria importando masivamente pero no así su soberanía alimentaria.
Esta manera de atacar la propiedad -sin blanco fijo- y de concebir al empresario privado nacional como un enemigo público, determinó el cierre macroeconómico del modelo venezolano. Nadie en sano juicio entierra sus capitales en un ambiente de semejante incertidumbre. Quien lo hace es por qué tiene la expresa garantía oficial de poder remitir los jugosos dividendos que se extraen de una economía enloquecida por el consumo; es decir, algunas arriesgadas empresas transnacionales y otros tantos nuevos ricos de origen chino, ruso y bieloruso.
Venezuela es un caso singular en América Latina cuya economía se maneja como una economía de guerra: con un control administrado de divisas en el sector externo y con controles de precios interno que tienen ya más de una década. Lo paradójico es que haya que recurrir a estos extremos transitando por una bonanza petrolera. No puede ser de otro modo, pues de lo contrario los dólares petroleros entrarían por una puerta y saldrían por la otra.
En este ambiente de elevado riesgo, inflación y desconfianza es muy difícil cosechar empleos productivos y Venezuela los necesita más que nunca. La población joven en edad escolar está creciendo así como la matrícula en el sistema de educación superior –en gran medida como resultado de los programas de desarrollo social- y hay un grave riesgo de que el país no ofrezca las oportunidades que este ejército de jóvenes estará reclamando en breve tiempo. El modelo del socialismo del siglo XXI donde sólo el empleo público crece apalancado por la renta petrolera, tiene sus límites. La renta dejó de crecer hace ya dos años y el país comienza ver grandes dificultades económicas en el horizonte. Venezuela sigue reclamando por un empuje creciente y sostenido de la economía privada, productiva y diversificada y eso requerirá profundos e ineludibles cambios.
Publicado en Infolatam