La noche de este lunes en la que amaneció abril fue especialmente hermosa para decenas de miles de caraqueños. No sabría decir cuántos fuimos, pero fue una multitud comparable a cualquier movilización ciudadana de las más exitosas. Convocada con escasa antelación y no mucha propaganda, la gente asistió por un resorte espontáneo y voluntario, una especie de llamado del alma que hizo “tilín” simultáneo en miles y miles, como dice el jingle de Henrique.
La serena y alegre actitud que vimos en los rostros era la de que “hoy en mi vida no hay otra cosa que hacer más que estar con Capriles en la Francisco de Miranda, entre Los Ruices y Chacaíto, a las 7:30 pm”.
A estas alturas resulta ocioso calcular cuántas decenas o centenas de miles de caraqueños marchamos; ya estamos acostumbrados a ello y la cifra no dice mayor cosa. Más importante es la calidad del gesto: esta noche la calle nos hizo más ciudadanos, más hermanados en la búsqueda de un camino cierto para nuestras vidas. Y lo más importante, no hacen falta palabras para saber lo que nos une a esos marchistas nocturnos de Caracas, a quienes lo hicieron en el interior y a los millones que lo vieron por TV.
Estamos bien claros de hacia donde vamos, porque además de una visión de país compartida, nos enlaza la conducción de un joven venezolano que superó definitivamente las más exigentes expectativas sobre su desempeño político y humano. Junto a Henrique Capriles Radonski tenemos para andar un largo trecho en la construcción de esta República. Como la vecindad en la ruta callejera, él también nos hace más y mejores ciudadanos.
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