Primero, que no había que confrontar al chavismo porque supuestamente se nos revertía, que había que ser “propósitivo” y “triangular el discurso”; pues no fue así, el endurecimiento del discurso de Capriles, la denuncia clara, sin miedo, nos hizo avanzar electoralmente y rompió el pánico en las filas chavistas hasta lograr migrar al menos 700 mil votos rojos hacia nuestro candidato.
Segundo, que no era conveniente denunciar las marramucias del CNE permitiendo el ventajismo y los abusos del régimen porque ello produciría “desconfianza en el árbitro” y derivaría en abstención en nuestro electorado. Mayor pendejada imposible. Las denuncias y el enfrentamiento a las fechorías electorales permitidas por la “banda de las cuatro” del CNE hechas por Capriles y el Comando Simón Bolívar, con una maravillosa labor de Liliana Hernández al frente de esa lucha, ni produjo abstención y nuestro electorado ganó confianza y aumentó la participación.
Queda un tercer mito pendiente, camino también a derrumbarse, si lo hacemos de modo pacífico, con dirección política y el liderazgo de Capriles. Se trata de que no debemos cacerolear ni protestar en la calle contra la trampa electoral porque eso nos regresa al 2002, al Carmonazo, a los militares de Plaza Altamira, a La Guarimba, al paro petrolero, etc. Este es otro chantaje estúpido.
Se puede ser firme y actuar con coraje sin desviarnos del camino democrático, pacífico e institucional para vencer el oprobio y producir el cambio que reclama el país.
Lo contrario es aceptar que un opositor caceroleando es “UN BURGUES QUE INCITA AL ODIO” y un chavista en moto con pistola disparando es “UN DEFENSOR DE LA PATRIA”.