Fue el martes. Estaba escribiendo y sonó el teléfono. Antes aun de poder soltar la a de aló, escuché una de esas frases clásicas de nuestros días: “¿Estás viendo la vaina por televisión?”. Así fue que llegué a sentarme frente a la pantalla donde estaba la ministra Iris Varela. Ahí andaba, de lo más oronda y segura, diciendo que Henrique Capriles era el “autor intelectual” del asesinato de 8 personas. “Estoy preparando la celda donde vas a tener que ir a purgar tus crímenes, porque eres un fascista y eres un asesino”, dijo. Y entonces me vino el mareo. Fue como un beriberi en la lógica, un vahído en el sentido común. Ahí estaba la ministra de Asuntos Penitenciarios de un país que, sólo el año pasado, tuvo la cifra récord de 591 reclusos asesinados. Ahí estaba, sentenciando a Capriles como drogadicto y homicida, ofreciéndole un calabozo a un ciudadano que ni siquiera ha sido juzgado. ¿Qué clase de país somos? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
En pocos días, distintos voceros del poder han salido en bloque a denunciar un golpe de Estado, a decretar culpables, a repartir insultos y amenazas. Han hecho un espectáculo con la muerte. Han usado sin pudor a los fallecidos y a sus familias. Han agitado su histeria en todos lados. Desde la Asamblea Nacional hasta en los cubículos de Twitter. La cadena del día martes fue el clímax de la vulgaridad. Sin duda, es uno de los peores eventos de manipulación informativa y de terrorismo de Estado de la historia de nuestro país.
No sólo hay que investigar qué fue lo que ocurrió en diferentes lugares del país después de las elecciones. También hay que investigar la distorsión oficial que, usando todos los recursos del Estado, ha aprovechado estos eventos para ejercer toda la violencia institucional en contra de quienes no votaron por el Gobierno. La campaña de satanización que hemos visto estos días es insólita. Deberíamos demandar por calumnia, al menos, a cada vocero oficial que públicamente ha acusado a más 7 millones de venezolanos de ser asesinos, fascistas y de derecha. Todavía no entienden que cada vez que dicen “oposición” están hablando de una mayoría.
Producen confusión para ocultar la verdad. ¿Qué fue puntualmente lo que dijo Henrique Capriles? ¿Acaso convocó a sus seguidores a incendiar, linchar y matar? ¿Cuáles fueron sus palabras exactas? En la noche del 14 de abril, el candidato de la MUD cometió el mismo delito que, en su momento, también cometió Hugo Chávez Frías: “Yo no voy a reconocer la derrota si no la compruebo de verdad”, dijo el entonces candidato en 1998.
De repente, una duda democrática y constitucional se convirtió en un crimen. Y el discurso oficial pasó a ser un guión de ficción. Con más imaginación que datos ciertos. Con más melodrama que estadísticas. Sus procedimientos narrativos son cada vez más obvios. Maduro comenzó a hablar de “decenas” de CDI incendiados. También aseguró que si la oposición hubiera ganado las elecciones de seguro habría “privatizado” las canaimitas. Porque vienen a quitarles a los pobres sus computadoras. Porque comen niños y no creen en Dios. Porque son los chicos malos y no tienen corazón. Y no hubo derecho a réplica. Y el Poder Moral de repente descubrió que hay asesinatos en este país. Y Pedro Carreño anunció que la misma AN que siempre se negó a investigar el caso de Pdval ahora va a investigar a Capriles. Y Diosdado Cabello fue designado como parte de la comisión para “abrir el diálogo”… El Gobierno no sólo se quedó sin líder. Al parecer, también se quedó sin libretista.
Un ejemplo emblemático de todo esto, y que además no tiene que ver con los sucesos de estos días, fue lo que ocurrió en la Asamblea en el acto de proclamación de Maduro. Es un pequeño detalle que, como todo detalle, puede ser muy revelador. En medio de su discurso, recordando sus aventuras, Maduro de pronto saluda a Zelaya: “¡El presidente Zelaya!”, dice. Y parece entonces recordar que en el recinto también se encuentra Lobo. Y de inmediato lo saluda: “¡El presidente Lobo!”, dice. Ambos, sentados a distancia, sonríen sin mirarse. Maduro trata de sortear el breve pero espeso silencio en la sala y todos los venezolanos miramos a Zelaya, a Lobo; a Lobo, a Zelaya, haciendo tiempo para que la memoria lentamente nos devuelva los días del golpe de Estado en Honduras, los días en que este Gobierno financió un intento de regreso de Zelaya a su país, el avioncito queriendo aterrizar, los juramentos de no reconocimiento a Lobo, los jueguitos de guerra a control remoto… Ahí estaban los dos, sonriendo. Nada importa. Ninguna palabra tiene valor.
Pensaba el escritor ruso Sergéi Dovlátov que, en los sistemas totalitarios, hay una diferencia esencial entre lo verdadero y la verdad. Porque la verdad suele ser un empaque oficial, otro producto del poder. Esa es una condición del carisma: permite convertir cualquier locura en verdad. El chavismo sin Chávez ya sabe que mentir no es fácil.