Otra semana más que pasa y otra que comienza en las cuales la agenda política se impone sobre otros temas cruciales, que afectan y condicionan directamente el rumbo social y el bienestar del venezolano.
La evidencia de lo expresado, la venta de Globovisión y la controversia generada en las redes sociales a raíz de las salidas de algunos de sus periodistas y anclas de gran influencia y popularidad, amén de activistas políticos venidos a conductores de programas de opinión.
La controversia se torna acre e intensa, se pasea desde la ribera de la racionalidad y de la justa protesta a la orilla del insulto.
Los primeros denuncian una violación a la libertad de expresión por la “votada” injustificada de comunicadores sociales, el silencio ensordecedor de algunos críticos del gobierno ahora en funciones corporativas, la veda impuesta a Henrique Capriles Randosky y el aparente cambio de la línea editorial del canal.
Los segundos, enmarcado en la misma denuncia, exigen inmolaciones e increpan de manera violenta a los apreciados amigos periodistas de la planta que enfrentan una gran incertidumbre sino de quienes se niegan dar “unfollow” o “bloquear” la cuenta del canal. Olvidan los sacrificios, la entrega, la pasión profesional y devoción libertaria, tanto de sus antiguos accionistas y directivos como de sus profesionales y empleados desde su fundación a la fecha.
Pareciera que las pinceladas de Ryszard Kapuscinski’ en su “autorretrato de un reportero” contenido en su libro “El mundo de hoy” se valida en el caso de la Venezuela actual, cuando afirma, por lo demás de manera controversial y no necesariamente compartida, que “los medios de comunicación (diríamos las redes sociales) han creado una imagen del mundo atrapado por la política, sumido en el caos y completamente desligado de la perdurabilidad, es decir, de todo aquello que atañe a los llamados agentes sociales, a actitudes, mentalidades y problemas cotidianos de las personas de a pie”.
Lo expresado se relieva con trazos gruesos en nuestra contemporaneidad en la que la intensidad de la lucha y el fragor de la contienda política nos arropa.
Ello es lógico, comprensible que sea así pues se trata, sin duda alguna, de la contienda entre dos modelos y sistemas económicos y sociales.
Por una lado, la pretensión de imponer un modelo político destartalado con principios y valores ajenos a la democracia, a partir del cual, dentro de la ortodoxia marxista, se crea todo un sistema económico comunal en el cual el Estado es dueño, por vía del apoderamiento propia de una violencia institucional inusitada, de los medios de producción y de las decisiones de distribución y consumo de los bienes y servicios privados.
Por el otro, la resistencia de una mayoría de recién construcción y efectiva existencia, que busca a partir de la experiencia de los últimos años y del periodo precedente, reconstruir el sistema de libertades como sustrato de la democracia política sin que ello signifique renunciar a estructuras económica eficiente generadora de bienestar colectivo y una social de inclusión, con férrea orientación a la eliminación de la pobreza mediante mayor productividad y desarrollo.
La pérdida absoluta o condena de la ventana a la libertad que representó Globovisión (visión pesimista a priori, no necesariamente infundada) o la “colocación” de papel ahumado (visión más realista y esperada), que dificulta tener una visión clara del deslave institucional y las perversiones del gobierno, no significa que todo se ha perdido.
Ahora más que nunca la lucha es de todos, no solo de los partidos y sus dirigentes, o de las instancias de coordinación como la MUD que es una plataforma unitaria.
Ya la lucha por la democracia, como lo expresó Orlando Viera (@ovierablanco) en la polémica tuitera que da inicio a este artículo,” “ya no será deber de Globovisión. Será responsabilidad de cada uno de nosotros”, culminando lapidariamente su tuit, “que la telepolitica descanse en paz”-
La democracia, decía Consalvi, quien tanta falta hace en estos días, “es muy costosa y su conquista terriblemente costosa. Cuesta mucho conquistar la democracia y la libertad, pero se pierden muy fácilmente”.
La actual coyuntura requiere de un liderazgo creativo, comprometido y especializado, con formación y estructura del mensaje, capaz de llegar y conquistar a la gran mayoría de venezolanos, sobre todo aquellos que aún mantienen un endeble lealtad al régimen.
Comienza, por lo menos en la Venezuela corriente, la debacle del liderazgo acartonado, del político o política con la sonrisa a flor de piel apenas ve la cercanía del micrófono y la acción casi imperceptible del camarógrafo y el luminito; de la pose circunstancial de gran ponderador y del mensaje pre elaborado, que a todo responde y en todo quiere opinar, sin meditar o insertarse en una agenda colectiva, con el único afán de imponer la suya por aquello de “que quien pega primero pega dos veces”.
Lo que importa es figurar y no aportar.
La caída de la dictadura de Pérez Jiménez, escribíamos en la red, fue el resultado de la valentía, solidaridad y trabajo mancomunado de todos los sectores, con un riesgo inmediato mayor que el que se corre actualmente.
Eran tiempos de política de calle, asambleas, reuniones clandestinas con ciudadanos que se comprometían en la lucha, de pintas, panfletos y trabajo de hormiguitas. En fin de convencimiento y razonamiento, de propuestas y contraste con la mentira oficialista.
El político, como escribió Milagros Socorro (@MilagrosSocorro) en su controversial cuenta de twitter, “lo que necesita es conexión con las masas, calle y libros. Rómulo Betancourt (y agregamos nosotros todos los políticos combatientes de la época) no tuvo Globovisión y nada parecido”.
Se impone que los partidos se redimensionen dentro del patrón de lucha, resistencia y organización de los electores como en las épocas difíciles y de esplendor, que se sirvan de estimulo y orientación en la participación de todos.
En definitiva, de lo que se trata es de ser o no libres, de tener un ámbito económico y social dispuesto para el desarrollo de la dignidad humana, tengamos o no a Globovisión (y eso no significa dejar de protestar contra los atropellos a libertad de expresión o el desequilibrio informativo)
Por Leonardo Palacios Márquez
(@NegroPalacios)