Lapatilla
Han sido días interminables desde el 14 de abril. La dictadura no sólo nos arrebató unas elecciones, nos arrebató el aire. No obstante, hemos de seguir. No sé cómo, pero debemos superar la asfixia. En mi caso, escribir, como sea, donde sea, a veces bien, a veces mal, a veces escribir a secas, pero escribir para que la voz perviva, para que la lucha por la verdad sea evidente, para que nuestros gritos de angustia y desesperación aturdan a los depravados que nos rigen. Escribir, porque mientras nuestro aliento sea capaz de empañar un vidrio tenemos fuerzas suficientes para alcanzar la libertad, y eso haremos entre todos: alcanzarla.
Vuelo, escribo desde el cielo, estoy en un avión, viajo a París. ¿Voy para la ciudad luz a recuperar el aire? No lo creo. El estrangulamiento lo llevamos clavado en el alma, no hay qué lo cure. El aire volverá cuando veamos la patria liberada. Sin libertad ¿quién respira?
Escribiré sin pausa para delatar mi abatimiento en este incomodísimo asiento y en medio de este par de mastodontes que me tocaron a los lados. Las noticias que llegan de Caracas son desalentadoras: algunos personajes de la oposición se han olvidado de nuestra victoria electoral y organizan desde ya su carrera hacia unas patéticas elecciones municipales. Un asesor estadístico les ha dicho que las elecciones presidenciales son “periódico de ayer”, que pasaron de moda (¡qué cinismo, por Dios, qué flaqueza espiritual, qué traición!). Los opositores van a las municipales encorvados y sin rumbo. Esparcen las cenizas de su credibilidad sobre un tumultuoso océano de dudas e incertidumbres. Esta semana fue especialmente larga porque no pasó nada en cuanto a la reivindicación de nuestra victoria electoral. ¿Habremos ganado? ¿Alguien lo recuerda? Pareciera que hemos decidido observar el derrumbe del edificio nacional y atender -eso sí, con asombro- el estallido y la polvareda mientras nos hacemos trizas. Habrá algún asesor estadístico, incluso, quien con morbo tomará algunas fotografías que relate su propia debacle, nuestra propia debacle, para su Facebook. Es probable que aspire a que muchos venezolanos vean la foto y coloquen un irreflexivo “me gusta” sobre la demolición de Venezuela.
La gente en el avión intenta descansar mientras la pantalla de mi computadora los encandila y el sonido del teclado los aturde. Mientras ellos intentan dormir; los venezolanos añoramos despertar. Que se quejen, no me importa, alguien debe escribir la desgarradura venezolana como memoria y testimonio. Yo tengo memoria y soy testigo: el 14 de abril ganamos y nos hicieron fraude. Sigo escribiendo. El gordo con cara de mastín sentado a mi lado llama a la aeromoza.
Pienso, mientras tanto, en la pobreza cultural y moral de los nuevos dueños de Globovisión que intentan justificar de manera extravagante y fétida su alianza con los iraníes. ¿Qué carajo tiene en común Venezuela con Irán? Nada, sólo que ambas naciones padecen dictaduras postmodernas. Escuchar al director de Globovisión decir que promoverán la cultura iraní en su pantalla no sólo avergüenza, apesta. Avergüenza por el desprecio y amenaza que esta imbecilidad significa para nuestros compatriotas judíos; apesta porque algo extraño se escapa entre las piernas de esta negociación descompuesta. Se escurre un diluido tufo chavista, sí, chavista. Un tufo que todo corrompe y pervierte.
La aeromoza se acerca para solicitarme que me detenga, que dejé de escribir, supuestamente se han quejado varios pasajeros. Volteo a mi alrededor y noto que uno que otro me voltea a ver con enfado. Pienso en el diluido tufo chavista, en su vergüenza y en la pestilencia y hago caso omiso a las miradas y a la aeromoza. No estoy de humor para pendejadas. No creo que me lancen por una ventana. Sigo escribiendo. El gordo no puede creer que desatiendo el llamado de la azafata y comienzo una guerra de empujones con él para ganar el soporte del brazo que nos separa. Lo venzo. Estoy iracundo, él lo nota y prefiere dialogar pregunta: “¿sobre qué escribes?”, en un imperfecto inglés.
Recuerdo de repente que Maduro existe, que usurpó el poder, que nos robó las elecciones y que es record Guinness en imbecilidad. Me inquieto. Maduro, que no tiene idea de donde está parado, ha decidido seguir comprando armas a rusos e iraníes. Esta semana fue crucial en ese sentido. Tomando en cuenta que desde 1830 las armas venezolanas sólo se han usado para subyugar venezolanos o asesinarlos, sólo una vez se disparó contra ejercito extranjero (los cubanos de Fidel Castro en Machurucuto), nos alarmamos aún más. En manos de un bobalicón como Nicolás Maduro todo ese armamento representa un peligro genocida. ¿Cuánta sangre venezolana es capaz de derramar este traidor? La que la corrupción de Cabello y el comunismo cubano necesiten para conservar el poder. Es decir, mucha.
Mientras especulo sobre esta fatalidad sangrienta que los invasores cubanos -y su Maduro– puedan producir en Venezuela, el gordo que está sentado a mi lado derecho me pide comprensión y solicita, rendido, que le deje dormir. ¿Comprensión? No sé si el gordo haya sido capaz de leer mis pensamientos, pero en le momento que yo sentía que no comprendía nada sobre Venezuela él me pedía “comprensión”. Pregunto: ¿alguien comprende por qué nos olvidamos de nuestra histórica victoria y nos extraviamos en discusiones paupérrimas como las municipales?
Los rusos y los chinos también tuvieron algo que ver con nosotros estos días. Nos ofrecían préstamos, armamento, migajas de esto y de aquello a cambio de la explotación de nuestra faja petrolífera del Orinoco. A la mafia cubana e iraní se une la china y la rusa, que junto a la venezolana nos dejarán desnudos. Como era de esperar el régimen le ofreció eso y más. Nadie se daba cuenta de lo que pasaba por el incidente diplomático con Colombia. Un rompecabezas de naciones que, como zamuros, ven en Venezuela una carroña que solo les sirve como alimento. Chávez hizo de Venezuela un depósito de ratas, una pocilga para sanguijuelas y lombrices mafiosas que vienen a devorarse hasta nuestro aire (y eso que no lo necesitan). Grave, gravísimo, pero ni este saqueo mafioso ni las elecciones importan para algunos cómplices asesores -reconocidos por sus errores y felonías- de la oposición venezolanas. Para ellos las elecciones municipales son fundamentales: “no podemos perder los espacios”, dicen.
Falto de aire, un poco ahogado, le cedo al gordo su sueño. He culminado esta entrega. No puedo hacer nada contra los asesores. Ya escribí y espero que alguien se inquiete como yo. Si somos mayoría, los asesores seguirán equivocándose. Sus clientes comenzarán a sentir el fétido olor chavista en ellos. Pronto estaré en París, andaré las calles que anduvo Baudelaire, Cortazar, Paz y Cioran. Ellos, mientras tanto, serán el aire…