En Venezuela se ha instalado un sistema en el cual la mayor parte de las piezas están articuladas y funcionan para perpetuarlo. No se trata de oposición o gobierno sino de existir o dejar de existir, por lo cual factores adversos -sinceramente adversos- al régimen, acogiéndose al principio de la realidad, se ven compelidos a algún tipo de transacción con la dominación existente para sobrevivir y encontrar mejores tiempos y oportunidades para defender sus posiciones. Cierto que hay quienes no se han amoldado, sea porque creyeron que la salida era inmediata o tenían (o pensaban que tenían) alternativas en caso de fracasar en el intento de reemplazo del régimen. O poseen o pueden poseer refugio en el exterior, donde no deja de haber penas pero también -y en este tópico- ventajas. O se jugaron por sus principios en forma irreversible. No se contempla en este análisis a los que quieren adaptarse al régimen para colaborar, sino a los que su situación personal, empresarial, política o profesional obliga a convivir cotidianamente con una situación que aborrecen.
Ese ambiente es frecuente en autocracias asentadas. En la dictadura de Pérez Jiménez muchos tuvieron que coexistir con el régimen hasta que llegó la hora del alzamiento. Hubo los perseguidos de la primera hora, adecos y comunistas en lo fundamental, presos, exiliados y muertos. Sin embargo, muchos que parecían acomodados o resignados fueron soldados de infantería en el momento decisivo, lo cual no obstaba para que funcionaran dentro de la dictadura.
Dinámicas de adaptación y sobrevivencia a las que se ven sometidos individuos e instituciones en el autoritarismo y que, muchas veces en contra de su voluntad, los convierten en ruedecillas del sistema. La forma de hacerlo depende del lugar que se tenga, de los recursos, de las alternativas y de los principios que defiendan.
La configuración de un sistema no es sólo un mecanismo de transacciones cotidianas de cada cual con las condiciones que la vida le proporciona sino un orden en el que los aromas, las prácticas, los estilos del poder se vuelven virales y contagian a la sociedad en su conjunto. Hasta el lenguaje.
EL LENGUAJE Y MODA. En la Venezuela contemporánea pueden recordarse tres personajes que en distintos momentos dijeron públicamente hace más de 20 años algo que se consideraba entonces una mala palabra: Arturo Uslar Pietri, Simón Alberto Consalvi y Jaime Lusinchi, lo que pasó a la historia menuda como excepciones que transgredían la norma. Luego, con Chávez, el lenguaje procaz se popularizó, se difundió entre sus partidarios y adquirió tal entidad que se convirtió en manera normal de comunicarse. Abundan opositores que escriben y hablan con los rasgos que impuso el Comandante.
Un dato adicional quizá ilustrativo aunque no tan importante es el estilo de vestir en las comparecencias públicas. Se tenía como estilo para los varones entrevistados en TV el asistir con traje, o con chaqueta y corbata; las mujeres con cierto acomodo especial. En buena parte de los casos ese estilo se perdió. Lo normal para muchos es comparecer esguañangados, sea en rojo o azul. Por supuesto, no se clama acá por trajes de lana merino y encajes sino, al menos, una manita de gato y botones abrochados.
LA CENSURA. La censura también se ha esparcido. Es una tentación del poder, no sólo de los que gobiernan sino del sector privado. No abundan los que comprenden el valor de la crítica. Es verdad que los gobiernos democráticos, salvo momentos y excepciones, presionaron a los medios porque a los Presidentes o a los altos funcionarios no les gustaban determinadas cuestiones; de alguna manera lo hacían con la aquiescencia de los dueños que ejercían una función de intermediación entre periodistas y poderosos. Hubo casos -hay que decirlo- de escandalosas persecuciones.
Otra dimensión de la censura era la que aplicaban dueños de medios a personas que los criticaban. Hubo intelectuales destacados cuyos nombres no podían ser escritos en un periódico pues estaban vetados. También existió la censura de anunciantes, como la aplicada a El Nacional en la década de los 60, en el marco del impacto de la revolución cubana.
¿CENSURA BUENA Y MALA?. Sin embargo, lo que se observa en el período de Chávez y su lánguida prolongación con Maduro es censura que se expresa en compra, desaparición, criminalización de medios, en procura de la “hegemonía comunicacional”. Es un ataque masivo, políticamente diseñado y ejecutado bajo la inspiración cubana en la materia. La censura gubernamental actual es grotesca porque no tiene interés en ser disimulada sino exhibida.
Pero hay otra censura, la que ejerce una parte de la oposición en los espacios en los que influye o participa. Es la censura a los que se aparten de la corriente dominante y que se expresa en expulsar del espectro comunicacional a los disidentes, especialmente en las épocas electorales. De esta censura participan dueños, directivos y periodistas, a título individual, porque consideran que se contribuye a consolidar la unidad opositora. Pero censura es censura… aunque se vista de seda.
LA CORRUPCIÓN. Las recientes informaciones muestran cómo la corrupción se ha convertido en una forma de existencia del Estado y es una forma a través de la cual funciona una sociedad desintegrada. Muchos que no son corruptos tienen que pagar su peaje a las mafias y de ese modo, sin desearlo, se integran a la dinámica.
En la política se observa que la corrupción no es patrimonio exclusivo del gobierno. ¿Será la manera obligada de financiar la política cuando no hay financiamiento del Estado, ni acceso abierto al privado, ni al internacional? ¿Se le está cogiendo el gusto a la cosa?
¿ELECCIONES MUNICIPALES?.
Sin duda existe una contradicción entre haber acusado de fraude al régimen y al CNE, considerar a Maduro ilegítimo y luchar por elecciones presidenciales, y, por otra parte, ir a la convocatoria municipal como si el anterior reclamo no existiera. La abstención no parece ser una salida porque sólo es conducta adecuada como paso previo a una insurrección que no está a la vista; en consecuencia ir a las municipales suena como inevitable y puede ser que hasta deseable si es que se convirtieran en referendo. La cuestión es que meterse en una nueva campaña significa enterrar el reclamo. ¿Es inevitable? ¿Es necesario? ¿Es a lo que obliga el sistema?
Estos son los dramas de la hora. La aspiración de cualquier ser humano es alejarse de las zonas penumbrosas para no verse compelido a decisiones que son costosas, pero desafortunadamente no todo es clasificable entre “lo bueno” y “lo malo”, hay demasiadas zonas grises en las que la sabiduría del liderazgo es esencial.
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