Alberto Franceschi: La cura Político Militar de la Septicemia Robolucionaria

Alberto Franceschi: La cura Político Militar de la Septicemia Robolucionaria

Aclaro de arranque que las ideas de este articulo no pueden agradar y menos ser compartidas por fanáticos de cualquier bando, ni tampoco por dogmaticos, por soñadores, por moralistas o por quienes tengan cálculos de acceder al poder temporalmente para hacerse de una posición económica sólida, como al parecer es la meta del común de los políticos en Venezuela y en gran parte del planeta.

Por lo fastidioso que resulta seguir el acontecer político local, y por mis viejos hábitos, leo con mucho interés sobre la política de una veintena de países y en muchos de ellos el tema de los corruptos ejerciendo el poder es el pan de cada día, mas aun si le agregan los estragos que causa el parasitismo social, derivados de la manipulación de los ciudadanos que dan su aquiescencia a cambio de migajas, que terminan por hacer trizas la estabilidad y los equilibrios logrados penosamente en otros años de disciplina y esfuerzos.

Si se admite que la corrupción es inherente al mal uso del poder, sea de derechas o de izquierdas, se tiene entonces el cuadro completo de lo característico del alma humana, en esta época de transgresiones masivas.





Resulta casi natural, y a veces fatal, que en la evolución histórica de las naciones estas deban conocer periodos de graves penalidades, que irrumpen como efecto de las tumoraciones ignoradas, toleradas o consentidas, para poder luego con terapias de saneamiento, a veces quirúrgicos, cuando se hacen inevitables como es en nuestro caso, compensarse con logros de mejoramientos sensibles, a mediano plazo, en el nivel de vida del conjunto social.

La evolución de la inmensa mayoría de las sociedades ni es lineal, ni siempre es ascendente, porque lo usual es que las agarran troneras, donde caen desprevenidos y solo salen de ellas cuando la desesperación toca a su puerta.

Contradictoriamente es el espíritu de conservación social o hasta étnica lo que lleva a las revoluciones, que casi siempre son suicidas, porque lo único que queda claro son los estropicios causados, para obligadamente volver a algun punto de nuevos equilibrios, donde se plantean los mismos viejos problemas, medidos en la cuantía del trabajo social que debió acumularse, para poder hacer crecer las fuerzas productivas y aspirar un mejor ingreso del conjunto, sobre todo de su sector más desvalido.

Como los venezolanos hemos vivido del maná petrolero y con pésimos administradores de sus resultas durante un siglo, hay que concluir que la mayoría de los parámetros con los que se miden las naciones normales aquí no marchan.

La corrupción por definición es también especial porque lo que cuesta a un corrupto español o francés unos 10 años, para hacerse de una pequeña fortuna , donde muy difícilmente escapa al omnipresente control social y jurídico del Estado, aquí en Venezuela donde no existe ninguna rendición de cuentas, cualquier malandrín “político” o “militar” se embolsilla 100 millones de dólares, en lo que se persigna un cura. Y hasta hay puestos para lograr esas fortunas, que se sabe son asignados para protegidos que por supuesto deberán compartir el botín con quien le puso allí como testaferro.

¿Alguien me puede explicar cómo es que el gerente por 6 años de Ferrominera Orinoco, era al propio tiempo un gran saqueador, o que la jefa del extorsionador INDEPABIS con su fiscal nacional adjunto, en realidad hicieron una fortuna chantajeando comerciantes?

En el país deben quedar unas mil o más mafias como estas dos nombradas, que apenas se han puesto en evidencia en los últimos días.

Es un hecho que hemos llegado a un punto de septicemia tal, que no descarto que tengamos que unirnos hasta con algunos acusados de corruptos, pero ya hartos o satisfechos de lo acumulado por sus “habilidades”, para que se ponga coto de cuajo al derrumbe institucional y económico social, que trajo aparejado el desmadre chavista, hoy en bancarrota y amenazando con hacer estallar la nación misma y vernos sucumbir en el caos.

Es la tesis del mal menor que me resigno a asumir como viable, ante la certeza de evitar el mal mayor que ya nos llevó al degredo. Y para decirlo con absoluta claridad: busquemos los chavistas civiles y militares que quieran salir del gobierno Maduro y del coloniaje cubano, para hacer causa común con ellos sobre un gobierno de transición posible que se empeñe en una regeneración institucional por básica que sea.

La institucionalidad sobre la que se basa Maduro es espuria y se vale desconocer por mecanismos constitucionales su gobierno, por ilegitimo para provocar su sustitución.

No veo sino DOS remedios en el horizonte inmediato y ninguno de los dos se basa en convivencias democráticas de largo aliento y pacientes esfuerzos civilizatorios, seguidos de un gran pacto social, de mentes lúcidas y equilibradas, menos aun surgidas de una salida electoral propiciada por entendimientos mediáticos de la elites de ayer y de hoy, para bien encaminarnos institucionalmente a todos los ya ganados para una cruzada de conquista de valores altruistas pacifistas y de alta sindéresis política.

Así de casi ridículo suena el programa del democratismo de futuro auto-mutilado, por dirigentes y candidatos eternos empeñados en ganar a través de un calendario electoral como si Zimbabue puede convertirse en Noruega.

Les participo a nuestros demócratas, que sus jaculatorias por el triunfo de las virtudes ciudadanas están destinadas al más rotundo de los fracasos, por lo menos por varios años más.

Esos únicos dos remedios que están planteados como absolutamente ineludibles, son los de la imposición de un Estado, régimen y gobierno de dictadura de la ley, que persiga la corrupción en todas las escalas y se emperre en imponer un régimen de seguridad para las personas, sus familias y sus bienes, al costo que sea donde el que delinca paga si o si, sin aceptar ningún tráfico de influencias.

Un régimen de ese tipo tiene que marchar a la confiscación de unas 10.000 fortunas mal habidas de robolucionarios y boliburgueses, y procurar la extradición hacia USA de TODOS los que pidan las autoridades americanas que demuestren su culpabilidad en el narcotráfico y delitos asociados.

Como nuestros males son muy superiores a los que encontró Pinochet en el Chile post Allende, aquí las medidas a tomar tendrán por lo menos el alcance de aquellas asumidas en el sur, eliminando solo las que por bárbaras o trogloditas son inadmisibles.

Por ejemplo, no se trata de perseguir a nadie por ideas políticas y aunque deban ser ilegalizadas sus organizaciones por una etapa inicial si militaran por tumbar el nuevo régimen, no puede distinguirse entre los derechos a profesar ideas, cualquiera sea su orientación, de derecha o izquierda. No es fascismo lo que se quiere, es regeneración que permita separar, mediante la ley el sector malandro del conjunto social pacifico y trabajador.

Aquí nuestro problema no sería el que ilusos socialistas sigan creyendo en el trueque u otros disparates heredados de Chávez, aquí hay que parar en seco es al malandro vestido de rojo y con moto BMW, aquí lo que ha de extirparse es el fenómeno de grupos paramilitares y guerrilleros armados y pendencieros que buscan imponer sus ideas ruines a base de asesinatos chantaje e ilegalidades.

Lo que hay que parar en seco es a los lúmpenes invadiendo vainas y cogiéndose propiedades a veces hasta modestas de personas honradas como fue el caso de Franklin Brito al que llevaron al suicidio.

Como esta salida requeriría poco menos que una cirugía político-policial- militar de grandes dimensiones en el estado, seguramente su mayor nivel de dificultad, para imponerse, radica en el tema de sobre cual cuerpo de las FFAA puede erigirse tal plan de racionalización del pie de fuerza y su saneamiento y con cual liderazgo, porque no aparece para nada en el radar ese segmento de líderes castrenses, ni asoman en el espectro de la oficialidad formada en estos años.

Queda entonces lo que llamaría la única otra salida práctica, que no es otra que la de asumir el programa original del 4 de febrero de 1992, del que se sienten aun fieles la oficialidad joven de las FFAA, contra la vieja corrupción punto-fijista, pero para agregarle el absoluto rechazo a la de aun peor calaña, propia del sistema degenerado de la llamada Quinta República, encarnado en el Madurismo y la cúpula militar corrupta que lo sostiene, amparada en la simbología patriotera.

Sin querer eliminar de raíz el poder del grueso de los atorrantes partidarios del chavismo originario, puede si apostarse a lograr poner orden en este desmadre y evitar la disolución de la republica con un programa audaz de reformas pro-capitalistas y de orden público, en defensa de la seguridad de personas y bienes.

El primer punto de ese programa es abandonar a su suerte el régimen cubano del que no nos sintamos más en la obligación de mantenerle su agonía chula de estado y sociedad burocrática ya inviables.

En lo sucesivo nuestros grandes bloques de opinión no podrán seguir siendo los que reúna la MUD inviable en su sueño de derechas, ni sostener un tiempo más la mas inviable aun rochela roja corrupta del izquierdismo demagogo, que terminó de arruinar esta nación.

El verdadero puente que hemos de atravesar es el de la unidad de sectores que quieran reconstruir una institucionalidad basada en una propuesta que supere la delincuencia masiva, el saqueo de los dineros públicos y que relance la producción y la inversión, neutralizando los conflictos sociales y manteniendo lo que sea necesario del chavismo, para impedir que una nueva exclusión social nos avergüence por décadas.

Tengo la solida convicción que no habrá verdadera democracia en Venezuela sino pasamos por una transición de cura intensiva, profunda, de las graves taras acumuladas en nuestras elites de ayer y de hoy.

Se impone para empezar que construyamos una nueva clase dirigente que haga del trabajo su más sólida divisa y de la revocabilidad inmediata y enjuiciamiento de todo funcionario corrupto el mas natural de los procedimientos de control social.

Viviremos en una autentica democracia cuando lo merezcamos.

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