En materia de gobiernos y de mentiras hay dos escuelas. En primer lugar, la de Fidel Castro, cuya regla de oro es que el Estado no puede mentir nunca, pero no tiene la obligación de decir siempre toda la verdad.
La segunda es la de Hitler, consignada en su libro Mi Lucha, quien afirmaba que el Estado tiene que mentir como instrumento de gobierno, pero que las mentiras tienen que ser enormes para que el pueblo piense que a nadie se le ocurriría inventar algo tan absurdo.
Venezuela, Nicolás Maduro, pertenece a esta última escuela. Porque no de otra manera se entiende la serie de acusaciones absurdas que su gobierno ha venido lanzando. Las cosas que se han escuchado desde la visita del candidato derrotado Henrique Capriles al presidente Santos dejan boquiabierto a cualquiera. Y lo más increíble es que cada barbaridad logra el milagro de superar la anterior.
Todo comenzó inmediatamente después de la visita de Capriles. En ese momento Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea venezolana, dijo que “en el caso de Capriles el gobierno colombiano está atendiendo a un fascista asesino”. Como el anticolombianismo es una bandera política en Venezuela, Maduro enfrentaba al dilema de qué hacer. Si le dejaba esa bandera a Cabello, quien es su rival por el poder en ese país, perdía puntos ante su electorado. La única solución era ser más agresivo.
El problema es que el presidente Santos lo había llamado telefónicamente para informarle de su encuentro con Capriles. No se sabe exactamente cuáles fueron los términos de la conversación ni la respuesta del presidente venezolano. Lo que es totalmente claro es que si hubiera sido una negativa total o una respuesta agresiva, Santos no lo habría recibido.
En todo caso, a pesar de estar advertido, Maduro arremetió contra Santos. Le tocó reaccionar como si la reunión fuera una sorpresa y de ahí salieron las declaraciones explosivas: “Dudo de la sinceridad del presidente Santos cuando le mete una puñalada a Venezuela por la espalda… He perdido la confianza en el presidente Santos” y la acusación delirante de que “a Colombia llegó un equipo desde Miami con un veneno y están preparados para venir a Venezuela a inocularme el veneno a mí”. Aclaró que no se trataba de un veneno que lo mataría de una vez, sino lentamente y con mucho dolor.
Parecía difícil encontrar una acusación más absurda, pero el ex vicepresidente y exministro de Defensa, José Vicente Rangel, lo logró. Denunció en su programa televisivo que la oposición venezolana en Miami estaba comprando 18 aviones caza bombarderos para atacar a Venezuela desde una base militar estadounidense en Colombia.
Por lo general, lo que Rangel denomina los “venezolanos de la oposición” son unos señoritos de sociedad que viven en Key Biscayne, que definitivamente detestaban a Chávez y ahora detestan a Maduro, pero que de adquisición de aviones militares deben saber poco.
Más información en Semana.com