La ficción Fidel, Zóe Valdés
El debate sobre la vigencia del marxismo y su capacidad explicativa y política debe separarse de la influencia que dicho pensamiento aún conserva en una parte del mundo, desde las élites que hacen cine, literatura o cualquier expresión del arte, hasta las bases desposeídas y paupérrimas que encuentran en la lucha de clases y la dictadura del proletariado una herramienta de venganza y redención social. La tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia, escrita a la luz de la caída del muro de Berlín y el derrumbe del llamado socialismo real soviético estaba equivocada, al extremo que hoy en Venezuela atravesamos una transición hacia un sistema “socialista” altamente parecido al que se hundió con el muro. Con la desaparición del muro no se terminó la historia del totalitarismo, de izquierda o de derecha -que para mi terminan siendo lo mismo porque los extremos se tocan- ya que en cualquier rincón del planeta hay un personaje oscuro, con verbo encendido y pretensiones hegemónicas, dispuesto a usar las contradicciones sociales para instaurar su propio reino.
La utopía comunista ha servido para justificar horrendas arremetidas del hombre contra el hombre. En nombre de la clase obrera Stalin, Tito, Mao, Fidel y en menor caso, Hugo Chávez, han construido sistemas políticos que persiguen la obtención del poder total, que oprimen al individuo llevándolo a nivel de esclavo al servicio del Estado y de una élite que se autodenomina depositaria de la voluntad popular y expropia para su uso y disfrute los medios de producción, la conciencia, la libertad y cualquier sentimiento que el hombre, visto en su acción individual, pudiera pretender desarrollar.
Estos personajes una vez encumbrados, necesitan construir una épica barnizada en ideología para sustentarse en el poder y maximizar el uso de la violencia en forma puntual sobre grupos opositores, intelectuales incómodos o potenciales adversarios, ya que es imposible vivir realizando purgas permanentes o matanzas indiscriminadas. Y ahí es donde entra nuestro laureado director cinematográfico Oliver Stone, quien seguramente opina y produce cine desde una trinchera ideologizada por el marxismo para justificar atropello, crear mitos de personajes tenebrosos enfermos de poder y por el poder. En su libro La Ficción Fidel, Zoé Valdés describe con rabia e indignación como Fidel ha engañado a todo el mundo vendiendo una idea y una ficción que no existe. Mientras el pueblo cubano tiene que hacer grandes colas para adquirir una pequeña ración de alimentos, sufrir apagones, falta de servicios y se encuentra limitado en lo que puede leer, discutir y opinar, el aparato propagandístico de la revolución vende al mundo un país que no existe, con la complicidad de autores como Stone.
Lo mismo ocurre en Venezuela, todo el poder de la propaganda para intentar construir un país que sólo existe en VTV. Según el sistema de medios públicos, vivimos en una Venezuela pujante, productiva y anti imperialista, donde sólo un grupo de “gusanos” – 7.5 millones de venezolanos y sus familiares menores de edad- se oponen a los tiempos de cambio y de construcción de un hombre nuevo, una sociedad nueva. Para el poder constituido, la Venezuela que nos toca vivir es el mejor acercamiento al paraíso soñado por la humanidad, sin clases sociales, problemas de servicios, odio, venganza ni envidias. Ellos opinan que Cristo es capaz de resucitar y declarar que estaba equivocado, ya que la tierra prometida no está en el cielo sino en la cuna de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
No tengo idea de cuánto será el presupuesto de Stone para su película, aún cuando creo que no se mueve estrictamente por los petrodólares de la revolución madurista – tampoco le molestan ni los rechaza- pero tras la realización de la película del personaje en cuestión sobre el comandante eterno hay mucho de resabio izquierdista de unos creadores que alaban este sistema y el cubano, pero viven plácidamente en Los Ángeles, París o Nueva York. El izquierdismo infantil de Stone termina siendo un fraude a la verdad porque tergiversa los hechos, omite las críticas y deja de lado las condiciones reales de vida de la población para resaltar elementos épicos inexistentes y engañosos que aumentan el control social sobre el pueblo. Intelectuales como éste se convierten en cómplices de las atrocidades cometidas por quienes ellos endiosan.
Me pregunto si Stone narrará en su película el lamentable episodio de Franklin Brito, o se atreverá a preguntarle a los dueños de Agro Isleña que sienten después de que fueron expropiados y les robaron el fruto de sus esfuerzo; o entrevistará a algún familiar de las cientos de miles de personas que han fallecido en manos del hampa producto de la ineficacia de un sistema político que desprecia la vida y la dignidad humana. No lo creo, así como tampoco se atreverá a tomar en cuenta la opinión de Baduel, quien rescató a su héroe el 11 de abril y ahora se pudre en una cárcel o de Luis Miquilena quien lo condujo al poder pero después se volvió incómodo porque opinaba que los cambios sociales para que sean sostenibles y verdaderos deben hacerse en democracia y mediante el recurso del diálogo, la conciliación de intereses y la búsqueda compleja de equilibrios sociales.
La conciliación de posturas democráticas colocando el acento desde el poder en la defensa de los más débiles y no en los intereses de los grandes grupos económicos es una diferenciación entre los que promueven un pensamiento conservador o un pensamiento progresista, pero siempre en el marco del respeto de las diferencias, la construcción de consensos y la defensa por igual de la libertad y la igualdad. La dicotomía libertad (vs) igualdad es una trampa que la nueva política está llamada a superar. Se puede promover la igualdad y el progreso entre los hombres sin que ello implique expropiar la libertad individual para “redistribuir” administrativamente los bienes y servicios de una sociedad.
El totalitarismo de Maduro y Cabello necesita aumentar la categoría mitológica de Hugo Chávez para no tener que recurrir a la represión masiva y usar la ideología como herramienta de control social y se encontraron con un irresponsable como Stone, que envuelto en el lujo y confort proporcionado por el capitalismo y viviendo como el mayor de los burgueses, quiere contribuir a que en el país se prolongue la escasez y la falta de papel higiénico. Sería interesante que el Sr. Stone viniera unos días de incógnito e hiciera vida en el país, sin carros oficiales ni hoteles 5 estrellas para ver si sigue pensando que está en el paraíso socialista construido por Hugo y Fidel.
Carlos Valero
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