Pasillos lúgubres, mobiliario vetusto, platos con restos de comida abandonados y un olor fétido y penetrante a cada paso. Recorrer el desvencijado carguero norcoreano interceptado en Panamá con sistemas de misiles y aviones de hace medio siglo y que iban a ser reparados en Asia es una experiencia para estómagos robustos.
Rodrigo Arangua/AFP
El Chong Chon Gang, que había zarpado desde La Habana hacia Corea del Norte, permanece detenido en el muelle de Manzanillo, en la entrada caribeña al Canal de Panamá, luego de que las autoridades descubrieron una carga bélica no declarada como lo exigen los protocolos de la vía interoceánica.
Los misiles antiaéreos, sus sistemas de radares de tiro, los aviones Mig 21 y los cohetes, todos sistemas de armas con 50 años de antigüedad, disimulados bajo miles de bolsas de azúcar morena cubana, y todavía no encontrados todos, eran enviados a Corea del Norte para ser reparados según La Habana.
Pero el carguero que los llevaba, visitado este martes por periodistas que acompañaron al presidente panameño, Ricardo Martinelli, parecía necesitar reparaciones aún mas urgentes, pese a que fue construido mucho después, en 1979.
Cada pasillo a oscuras del buque resultaba para los visitantes un peligro mortal por la abundancia de trozos de metal sueltos y el óxido omnipresente.
Un fuerte olor, mezcla de encierro, humedad, algo de orín y hasta de materia en descomposición, hizo fruncir la nariz por momentos a más de un funcionario o periodista e incluso el presidente Martinelli no pudo ocultar algunas muecas.
Platos abandonados con restos de comida en la zona de alojamientos de la tripulación, hicieron pensar en un final típico de zafarrancho de combate, sin tiempo siquiera para arrojar los alimentos al cesto y enjuagar platos.
En un cubículo, sobre el infaltable escritorio, un cenicero con al menos una veintena de colillas de cigarrillos aportaba su cuota a la galería de aromas penetrantes, en este caso el del tabaco quemado y frío. Un detalle repetido en cada mesa del barco.
En esta cabina enfrente y separada por una cortina hay una litera, con sus sábanas revueltas y cubierta a medias por un edredón que debe haber conocido mejores días de limpieza.
Ese decorado surrealista tiene como broche de oro los retratos, colgados en la pared, del actual hombre fuerte norcoreano, Kim Jong-Un, que tiene menos de 30 años, y de su padre Kim Jong-Il.
Caminando con dificultad por el óxido, los periodistas pasan por un gran salón donde bolsas abiertas, con granos, se acumulan sobre el piso, plagado de manchas de mugre vieja. “Esta es la cocina”, dice uno de los funcionarios que guían a Martinelli por el barco.
Pero a medida que se sube por las cubiertas, otras sorpresas esperan a los visitantes: una única y solitaria maceta con una planta adorna el puente de mando, solitaria señal de vida y de frescura luego de deambular por pasillos y cabinas siniestras.
En una de las pocas paredes limpias, se ven las fotos de los tripulantes, todos muy jóvenes. Y de improviso los visitantes ingresan a un gran salón con bellos sillones de cuero azul y una mesa de reuniones: estos son los cuarteles del comandante de la nave.
Tras la visita al centro de comando y las áreas de la tripulación, donde se topan con una mesa de ping pong, los periodistas se desplazan a las bodegas en las que se acumulan miles de toneladas de azúcar utilizadas para esconder los contenedores con el armamento.
La primera bodega abierta se ha transformado en un imán para miles de abejas entre las cuales los estibadores continúan trabajando para extraer la carga.
En esa bodega está todavía el contenedor que transporta el sistema de control de tiro de los misiles antiaéreos, el primer elemento bélico descubierto. Nueva prueba de decrepitud generalizada, el contenedor que lo transporta tiene el techo hundido mas de medio metro.
Imposible saber si el contenedor estaba deformado antes o si fue el peso de los miles de sacos de azúcar que le pusieron encima lo que lo hizo ceder. En el surrealista escenario del Chonh Chon Gang cualquier opción parece posible.