Rosa y Wenkune (no son sus nombres reales) son víctimas de la mutilación genital y esperan que una operación les cambie la vida. En Barcelona, España, hay un médico que les ofrece cirugía reconstructiva a mujeres africanas que, de niñas, sufrieron ablación de clítoris.
Faltan tres semanas para su operación y Wenkune tiene miedo.
“Cualquier cirugía es algo aterrador. Pero esto es tan serio, te afecta tanto. Es difícil imaginar que algo que te han quitado hace tanto tiempo pueda ser reemplazado. No tienes idea de cómo te enfrentarás al cambio que viene”, reflexiona.
Wenkune nació en Burkina Faso y lleva viviendo en España una década. Esta activista por los derechos de la mujer roza los 40 años y es madre de cuatro niños. Vive con el recuerdo de lo que le pasó cuando tenía cinco años.
“Es como una película en mi cabeza. Cada vez que voy a mi pueblo, me acuerdo. El lugar en el río donde me cortaron, la casa donde me llevaron después. Si has sido maltratada y abusada de esa manera, es algo que no te puedes sacar de la cabeza”.
Ahora espera que la cirugía la pueda ayudar a recuperarse psicológicamente.
Restaurar la función
Pere Barri Soldevila hace esta intervención quirúrgica de forma gratuita a las mujeres que viven en España. Hasta el momento ha operado a más de 40 mujeres en el hospital privado Instituto Universitario Dexeus, donde dirige el equipo quirúrgico de ginecología.
La intervención -cuya efectividad ha sido cuestionada por algunos especialistas- “excavar” el clítoris oculto, la parte que no fue destruida durante la mutilación, y exponerlo otra vez.
“El objetivo de la cirugía es restaurar la anatomía del clítoris y su función”, le explica el doctor Barri a BBC Mundo. “Esto significa eliminar todo el tejido de la cicatriz para entonces identificar lo que queda del clítoris y reponerlo en su lugar natural. No es una cirugía complicada”.
El cirujano francés Pierre Foldes fue el pionero de la técnica, y Barri aprendió cómo hacerlo cuando estudió en París.
Rosa tiene fecha para la operación el mismo día que Wenkune. Tiene 20 años, nació en Guinea Bissau pero vive en Europa desde que tiene 12. Es radiante y alegre, y vive con Thiago (tampoco es su verdadero nombre), su novio español. Pero está muy preocupada.
“Antes de estar con Thiago, no sabía qué era lo que estaba mal. Sólo sabía que tenía algo raro, que algunas de mis amigas tenían algo y yo no (…) Tenía 5 o 6 años cuando mi abuela y algunas de sus amigas me cortaron. Recuerdo algunas escenas, alguien sujetándome las manos y brazos, y otra personas las piernas…”.
Como cualquier otra
Rosa espera que la operación cambie la forma en que se siente cuando la tocan. Pero quiere más que eso.
“Quiero sentirme como cualquier mujer”, afirma.
Barri explica que escucha esto con frecuencia de sus pacientes. “Hay un resultado físico del procedimiento, pero también hay uno psicológico, y es el de dejar de ser diferente”.
Se trata de un proceso complejo para estas mujeres. Al optar por la cirugía están en contra de las tradiciones de sus comunidades de origen.
“Y por eso no nos llegan muchos pacientes”, aclara Barri. “Sólo vemos a mujeres que han decidido romper con esas reglas de la sociedad. Las primeras pacientes que vimos estaban muy asustadas; era casi como si estuvieran haciendo algo ilegal”.
Tanto Rosa como Wenkune tienen el apoyo de sus parejas, pero sólo les han dicho a una o dos personas más cercanas sobre la intervención.
Para algunos activistas contra la ablación hay una preocupación de que el mensaje de prevención se debilite si las comunidades africanas creen que es algo que se puede revertir.
Barri no está de acuerdo: “Ofrecer la reconstrucción y hablar al respecto es una muy buena herramienta de prevención. Nosotros algunas veces salimos y damos charlas a asociaciones de mujeres y ONG, y también hablamos con los padres de nuestros pacientes”.
“Les sorprende saber lo que pierden las mujeres cuando las someten a la ablación, y cuando la información llega a los padres, no mutilan a sus hijas”.
Artículo completo: BBC Mundo