Por allá en el principio de los años 80’tuve el privilegio de conocer al gran periodista y escritor Miguel Otero Silva. Fue en el marco de la Feria de La Chinita, de Maracaibo, y durante una visita al diario El Nacional – Occidente, proyecto periodístico muy avanzado para la época.
Dos cosas recuerdo de la visita de MOS, acompañado de María Teresa Castillo y de su hijo Miguel Henrique Otero Castillo, entre otros: el robo de la cartera de Miguel Otero durante la corrida de toros y una sabia lección en la sala de redacción del periódico. Allí un jefe de administración pretendió que los periodistas quitaran algunas botellas de whisky que yacían sobre sus escritorios, tratando de “ejercer su autoridad” y para dejar claro quien era el mandamás en el diario pero MOS sencillamente le replicó que en la redacción mandaban los periodistas y, por ende, era territorio intocable, así que la administración era una cosa y el manejo informativo otra bien distinta.
Sencillamente dejaba claro que la redacción del diario era sagrada y, en consecuencia, la línea editorial, la orientación de las noticias y los periodistas, no tenían relación alguna con el sector de la administración. El periódico era un asunto más trascendental que, incluso, el poder y los gobiernos.
Más adelante, desde mi ejercicio periodístico, observé el comportamiento parlamentario de Miguel Henrique Otero, electo diputado en el antiguo Congreso Nacional y una cosa era el congresista y otra bien distinta El Nacional, logrando una separación perfecta de intereses entre las aspiraciones del “hijo del dueño” y el periódico propiedad de la familia. MHO se dedicaba, por ejemplo, al trabajo de la Comisión de Administración y Servicios y atender sus actividades legislativas mientras El Nacional mantenía una línea informativa enmarcada en valores ciudadanos como el respeto que se expresaba en el equilibrio informativo. Incluso, su quehacer parlamentario pasaba por el filtro de la evaluación periodística y muchas veces MHO no era noticia.
Al cabo de un tiempo, le correspondió asumir a MHO las riendas del periódico, la dirección, después de haber pasado por ese cargo algunas figuras del periodismo. Desde entonces, MHO (quien entonces pasó a llamarse más fácilmente Miguel Henrique) comenzó a dirigir con sabiduría y tino uno de los periódicos más importantes en la entonces República de Venezuela y, hoy día, en la llamada República Bolivariana de Venezuela.
El Nacional siguió haciendo su trabajo pero en esta última, en la República Bolivariana de Venezuela de los últimos 15 años, el “periódico de Puerto Escondido” fue visto como un enemigo del gobierno nacional y especialmente del Presidente. Antes, de Hugo Chávez y hoy, de Nicolás Maduro. Pero, El Nacional, es sencillamente El Nacional, un diario cuyo propósito es pulsar los acontecimientos de la sociedad venezolana, seleccionar los más importantes y difundirlos como noticias. Nos guste o disguste.
Así siempre ha sido desde su fundación y estoy seguro que así seguirá siéndolo más allá de sus 70 años. Pero esa labor de equilibrio informativo, de no inclinarse a un sector y de tratar al gobierno con el debido respeto con el cual se trata a un gobierno es vista como parcialidad por aquellos altos funcionarios a quienes les molesta que las grandes verdades se conozcan como esas de la escasez alimentaria, de los escandalosos índices de asesinatos, del flagelo de inflación y otras que publica El Nacional (y otros medios) cuyo deber y norte es ese, sino, sencillamente sería aguillotinado por los lectores.
No tiene culpa Miguel Henrique, los periodistas ni El Nacional de que en la actual Venezuela (¿socialista?) no se encuentre el papel sanitario. Tampoco son responsables de que ahora la corrupción es en dólares y en cifras de miles. Mucho menos que Nicolás Maduro sea incapaz de despertar el mínimo interés de los chavistas.
Pero la gran excusa, además de los inventos esos del Imperio, es que la falla del gobierno de Chávez y ahora éste de Maduro son los medios y, entre ellos, El Nacional dirigido por Miguel Henrique, quien es, como dicen en los predios del oficialismo, un “objetivo político” y, por ende, merece ser vilipendiado desde el Sistema Nacional de Medios Públicos del Estado.
Al ser cuestionado El Nacional como el principal medio antigobierno, entonces la estrategia es atacar sin misericordia a Miguel Henrique, de allí que arremetiendo contra la cabeza del diario piensan (ellos) que acabarán con una la solidez de una trayectoria periodística de 70 años. Pero, viendo el comportamiento del diario en esta vida que me ha tocado vivir (menos de 7 décadas), creo que esos “grandes estrategas” oficialistas están equivocados de plano.
El Nacional trasciende a Miguel Henrique y los próximos directores que les corresponderá asumir las riendas del diario en los próximos lustros. Como decía Napoleón a sus soldados (“soldados de Francia diez siglos de historia os contemplan”), a El Nacional y su equipo periodístico, 70 años de historia os contemplan.
Además, la burda maniobra jurídica realizada desde las instancias de la Fiscal General de la República, Luisa Ortega, es evidente al atreverse a tratar a un director de un periódico, a un ciudadano venezolano, de una forma vulgar, mediante la “notificación” de una medida de solicitud en su contra, de congelación de sus cuentas bancarias, mediante un tuit cibernético, cuando existe todo un procedimiento jurídico, necesario de cumplir y respetar.
Miguel Henrique Otero ha denunciado que esta acción de la Fiscal está apuntando a amedrentar a El Nacional, a tratar de colocarlo de rodillas para evitar que divulgue las noticias que conciernen a todos, es decir, para impedir que continúe con su línea de equilibrio informativo.
En el fondo, la fiscal actúa como aquel jefecito administrativo de tercera que intentó ante Miguel Otero Silva sancionar a la redacción para doblegar nada más y nada menos que al cuerpo y alma del periódico. Difícil, Luisa Ortega. O más bien, imposible Nicolás.
@exequiades