El sindicalismo oficialista es una forma de coaligarse, no para estimular la producción y la productividad y luego repartir entre el capital y el trabajo los beneficios derivados de ese incremento, sino para arruinar las empresas, sean estas públicas o privadas. Los ejemplos abundan. Helados EFE, Coca Cola FEMSA, Toyota, las industrias de Guayana (particularmente Ferrominera), son algunas de las víctimas de ese sindicalismo depredador y gansteril, suerte de bazar ideológico con trazos de marxismo, anarcosindicalismo y cheguevarismo, expresión de una cultura cuidadosamente elaborada para combatir y exprimir las empresas, en el caso de las industrias privadas, y ordeñar la ubre del Estado, en el segmento de las empresas públicas, y, por encima de todo, enriquecer la aristocracia sindical.
El régimen que se instala en 1999 intenta desde sus inicios capturar y someter al movimiento obrero organizado. Sufre sus primeras derrotas precisamente en uno de los momento de su mayor popularidad. El año 2000, mediante el Referendo Sindical, trata de deslegitimar la directiva de la CTV para entronizar a sus aliados dentro de la Confederación. Luego, en 2001, Carlos Ortega compite por la presidencia de la CTV con Aristóbulo Istúriz (de quien nunca se conoció su pedigrí obrero), al que le propina una soberbia felpa. En vista de esos reveses sucesivos y dolorosos, el Gobierno opta por una nueva estrategia que tendrá dos líneas de acción: crear organizaciones paralelas a los sindicatos donde no triunfaba por la vía electoral y dejar languidecer las organizaciones sindicales autónomas.
Luego de la salida de Carlos Ortega de la CTV, la confederación se desvanece en manos de una dirigencia burocrática, indolente y cómplice de los abusos del Gobierno. Su antigua combatividad, esa que muestra contra las reformas modernizadoras de Carlos Andrés Pérez, se extingue. En medio de la peor crisis vivida por los trabajadores venezolanos, con varios miles de convenciones colectivas vencidas, con el derecho a huelga amenazado en organismos públicos como el SENIAT, esa capa “dirigente” optó por esconderse. No dar la cara, ni pelear. Es tan dócil e inofensiva que el gobierno más autoritario desde Juan Vicente Gómez ha dejado que sobreviva de las migajas que les dan sus afiliados y la OIT. Solo aparece en los tristes desfiles del 1º. de mayo para celebrar las “victorias de la gloriosa clase obrera”. Los grupos de sindicalistas honestos y combativos desprendidos de la CTV para crear tienda aparte, todavía no han adquirido la fuerza ni la proyección suficiente para convertirse en una referencia nacional significativa.
La desidia del sindicalismo tradicional le ha dejado el camino libre al sindicalismo depredador. Helados EFE constituye un ejemplo emblemático de esta práctica perversa. De acuerdo con el trabajo de investigación “Helados en coma”, publicado por EL Universal el 30 de junio de 2013, con la firma de Francisco Olivares, “un grupo de sindicalistas mantiene sitiada la planta de Producto EFE con frecuentes paralizaciones. En el… ejercicio 2011-2012 se registraron pérdidas por 161 millones de bolívares”. Según Olivares, “el nuevo contrato colectivo ofrecido a los trabajadores de EFE elevará el salario promedio a 8 veces el salario mínimo, pero persisten acciones de paralización que han provocado un ausentismo de 10%”. Las asambleas convocadas por los sindicalistas pueden realizarse en cualquier momento de la jornada laboral. Las líneas de producción se interrumpen cuando a esos pranes se les antoja. El resultado de esta operación de exterminio es que la empresa se encuentra al borde de la quiebra, luego de haber sido la firma más representativa en ese rubro y a pesar de que la demanda de ese delicioso producto ha crecido. El sindicalismo socialista no saciará su impulso destructivo hasta verla aniquilada. Luego se trasladará a otra empresa. El destino de los trabajadores no le interesa a esa casta corrompida.
El ejemplo de EFE se replica en Lácteos los Andes, SIDOR, las empresas cementeras estatizadas, donde se mezclan una gerencia incompetente y abúlica, con unos sindicatos voraces. En otros casos como Toyota, Mitsubishi y Coca Cola FEMSA, prevalece la ferocidad de unos dirigentes insaciables que cuentan con la complicidad del Gobierno. El discurso de la “lucha de clases” y “el combate al capital transnacional” maquilla el hostigamiento a la propiedad privada, al Estado de Derecho y a una forma de actuación delictiva.
@trinomarquezc