La economía venezolana creció por cincuenta años a una tasa promedio del 8% con el precio del petróleo entre $2-3 el barril. La inflación se mantuvo por debajo del 2% anual, la población pasó de rural a urbana, las enfermedades endémicas desaparecieron, la alfabetización llegó a la mayoría de la gente, el ingreso aumentó hasta $2.200 per cápita con el empuje de la clase media.
Las Leyes se aprobaban por consenso después de haber sido debatidas públicamente. Eso fue posible porque las instituciones y organismos funcionaban con cierta independencia tanto bajo regímenes militares como civiles.
El Banco Central operaba con plena autonomía y se mantenía un nivel de reservas capaz de cubrir las obligaciones de la nación. El endeudamiento era mínimo y el gasto público operaba dentro de un sano equilibrio entre ingresos y gastos.
Pero más importante es entender el comportamiento ético de los funcionarios que hicieron posible esos logros. Gracias a esos servidores públicos que se entregaron con dedicación a defender los intereses de la nación sin esperar nada a cambio.
Cuan diferente somos hoy. Un gobierno que pisotea los derechos ciudadanos y ha transformado los poderes públicos en burdeles cuyos jefes designados a dedo cuidan el negocio espurio y el tráfico de influencias.
Las instituciones y empresas públicas las han convertido en guiñapos y sus directivos desconocen lo que es un servidor público, lo que es administrar honestamente los recursos de la nación y lo que essaber rendir cuentas de sus actos a la ciudadanía.
El exitoso secreto tan bien guardado por los autores del desastre debe colocarse sobre el altar de la patria para que a título de evangelio ilumine nuestras conciencias y haga caer sobre los culpables el peso de su vergüenza.
Juan Antonio Muller
Juaamilq249@cantv.net