Desde mi vivencia, nunca esperé sentir algún tipo de emoción por la fotografía de vida salvaje, pues creía que mi pasión -y digo creía porque vivo en una búsqueda constante- es fotografiar gente, momentos e instantes únicos que solo se pueden capturar mientras pateas calle y todo se adereza con un ingrediente mágico, la espontaneidad.
Recientemente tuve la oportunidad de visitar Tanzania (http://es.wikipedia.org/wiki/Tanzania), debo confesarlo, desde antes de aceptar el embarcarme en esta nueva travesía mi cabeza repetía solo una cosa “Me voy a fastidiar de safari en safari”, ni hablar de los llamados de atención de mis amigos más cercanos “¿ y no será fastidioso tanto safari ?”; pero en fin, como en toda ocasión que uno tiene la oportunidad de hacer algo que tiene pendiente en esta vida, me inventé una excusa propia para mi cuestionamiento, pues “no solo hay animales, allá también debe haber gente”.
Así pues me embarqué en un nuevo viaje, un nuevo destino que ahora veo desde otra perspectiva, en efecto no solo habían animales, pero si eran un número mayor que la gente. Poco a poco mientras vas entendiendo la dinámica de un nuevo país, de una nueva cultura te contagias de ese “Hakunamatata” y cada experiencia dentro de un safari, cuadro a cuadro comienzas a comprender el por qué la fotografía de vida salvaje se vuelve un vicio, una pasión inexplicable que sencillamente te supera y te envuelve.
“No hay nada más impresionante que un atardecer en el Serengueti” (http://es.wikipedia.org/wiki/Serengueti), ¡ pues falso !, si es majestuoso y todo, pero hay otras cosas, resulta más impresionante que el propio atardecer, el ver bajo esa misma luz a pequeñas manadas de inmensos elefantes africanos teñidos de rojo por la tierra del Tanagüire pastando en enormes sabanas rodeadas de Baobabs (http://es.wikipedia.org/wiki/Baobab), enormes manadas de cebras galopando a lo largo del cráter Ngorongoro (http://es.wikipedia.org/wiki/Ngorongoro) y ni hablar de los leones, las chitas y los leopardos que merodean y conviven junto a las hienas a lo largo del Serengueti; ¿para qué les cuento de la migración del Ñu, del rinoceronte negro, en fin de…?.
Mágicamente envuelto por aquello te das cuenta que el paisaje y la gente pasa a un segundo plano, que el gran protagonista en el gran continente africano es su vida salvaje; te das cuenta de su fragilidad, el peligro que corren, el clima inclemente, etc., etc., etc. Y por sobre todo que su mayor amenaza somos nosotros mismos, no solo quienes los cazan, sino quienes no hacemos nada envueltos en nuestra rutina mientras el planeta se cae a pedazos.
La sabana africana al igual que todo inhóspito paraje te regala el tiempo de pensar, de reflexionar en medio de aquel basto silencio entre una toma y otra, mientas esperas que aparezca algún protagonista para tu cuadro, o que el protagonista que escogiste y llevas horas observando, se digne a regalarte la pose que soñaste capturar.
La pasión por la fotografía de vida salvaje es una suma de factores, no el hecho en sí, lo que te captura realmente es todo lo que implica. Después de esta experiencia (12 días de safari), solo puedo decirles que “jamás se cierren a conocer algo nuevo, nuestra perspectiva puede estar 100% errada”.
Como de costumbre, para cerrar imágenes:
Ricardo Arispe.
@rarispe