La convocatoria a una asamblea constituyente puede ser un camino, aunque no es el único. Tiene, como todos, costos y beneficios. Vale la pena explorarlos. Pudiera ser un instrumento para acortar el régimen de Nicolás Maduro y crear condiciones para convocar elecciones libres y limpias pronto; también un instrumento para reestructurar los poderes públicos y volver a un equilibrio democrático. Por supuesto que el Gobierno puede usar ese instrumento también para avanzar en la consolidación del régimen autoritario, pero el logro de tal propósito depende en gran medida de la conducta de las fuerzas democráticas.
La oposición concurrió a las elecciones del 14A bajo la amenaza del fraude oficial. El candidato de entonces, Henrique Capriles, y toda la oposición, concluyeron que se ganó y que el Gobierno cometió fraude. Esa oportunidad se perdió en forma lamentable, pero el peligro de que ese fuese el desenlace no impidió la participación. Igual ocurre con la constituyente: es posible que la aspiración opositora sea truncada y trucada por el Gobierno, pero dependerá de la estrategia que se asuma y del aprendizaje logrado, para obtener resultados diferentes.
DE LIBRITO. Extraño asunto que a los proponentes de la constituyente se les vea como radicales, con una acusación implícita de golpismo o similar, cuando proponen una salida que sigue el mantra opositor: constitucional, democrática, pacífica y electoral. Lo cierto es que hay riesgos en promover una constituyente y no se pueden ignorar, como riesgos existen al ser convertidas las elecciones locales del 8D en un plebiscito; entonces el ventajismo y la trampa puedan configurar una derrota para las fuerzas democráticas. Hay riesgos, sin duda.
La constituyente en principio es para redactar una constitución. La actual, votada por menos de 60% del padrón electoral, es muy mala salvo en dos aspectos que son los relativos a derechos humanos y a la descentralización, ambos, como se sabe, violados a más y mejor. En general, es presidencialista, militarista y en contra de su pregonada adhesión a la descentralización, con capítulos centralistas vinculados al presidencialismo que consagra. Sin embargo, lo fundamental de una constituyente es el proceso que a esta conduce y el que podría resultar.
El propósito esencial desde el punto de vista de este narrador es buscar un acortamiento del período de Maduro por una vía pacífica, que permita convocar a elecciones en condiciones de mayor sanidad electoral, lo cual implicaría cambiar las condiciones electorales en el proceso constituyente. Se trataría de reestructurar los poderes públicos, no para que ahora estuviesen confiscados por la oposición sino para que expresen pluralidad y equilibrio. El contrargumento es que la constituyente es un topo a todo, el que gana, gana todo y se produciría la continuidad del férreo control gubernamental o se instalaría una hegemonía opositora. Es posible, pero me temo que hay otra manera de pensarlo.
El Gobierno hoy es un mar de contradicciones que apenas afloran y serán mucho peores. En la oposición también hay contradicciones importantes que se ven de refilón en público pero que se conocen ampliamente. Estas contradicciones opositoras tienen una calidad diferente a las gubernamentales, derivan de la pluralidad -a pesar de los esfuerzos autoritarios de algunos-, de la competencia natural entre los partidos, de la diversidad ideológica (¡sí, la ideología existe!), de la menor o mayor disposición a convivir con el maduro-leninismo, entre otras razones. Las contradicciones gubernamentales derivan de la incapacidad de discutir abiertamente, por la represión de cualquier forma de disidencia, aunque en los últimos tiempos, después de la muerte de Chávez, la capacidad de silenciar ha disminuido sensiblemente. Esta situación del país pudiera prometer que no habrá dos bloques en una eventual asamblea constituyente sino varios que podrían acordar poderes públicos más plurales y converger alrededor del fin del período de quien se instaló en Miraflores con nueva elección presidencial.
EL CAMINO. Si las elecciones del 8-D se emplean en esta dirección es posible que se pueda lograr el sentido plebiscitario que algunos dirigentes opositores han considerado conveniente asignarle. Si a estas elecciones se les incorpora la demanda por nuevas condiciones electorales, cambios en el CNE y en la estructura burocrática que es la que hace las “triquiñuelas”, y si se hace en el marco de la lucha social -“la calle”-, es viable que se produzca un momento favorable a las fuerzas democráticas. No hay que olvidar que nada está decidido de antemano.
El 7 de octubre las fuerzas democráticas obtuvieron una alta votación, la desmoralización que siguió condujo a una derrota muy severa en las elecciones de gobernadores; la nueva estrategia adoptada por el candidato y la oposición en general, de enfrentamiento al Gobierno, condujo de nuevo a una alta votación -victoria, se piensa por acá- el 14A; no se sabe qué puede resultar de las próximas aunque los estudios de opinión golpean al Gobierno pero no en la misma medida a Maduro. Todo depende de lo que se haga ahora. La constituyente puede ser una bandera expedita que conduzca a un reacomodo institucional en 2014. Consta a este narrador que importantes dirigentes políticos concuerdan con esta visión, pero sus partidos todavía no tienen posición unificada sobre el asunto.
SIN METAS NO HAY PARAÍSO. El Gobierno se ha lanzado a una propaganda masiva con las banderas de la lucha contra la corrupción y contra la inseguridad. Lo primero que ha hecho con ambas es corromperlas para convertirlas en armas para destruir a la oposición. La estrategia es clara: levantar unos casos del oficialismo y luego avanzar en la destrucción masiva de los factores más robustos de la oposición, aunque hasta ahora el régimen parece insistir en dispararse en el pie. Solo se podrá acometer la lucha en contra de la corrupción y en la provisión de seguridad en el marco de un acuerdo nacional que hoy no se vislumbra. Sin embargo, en medio de un barajo como el que significaría una constituyente que convocara a nuevas elecciones presidenciales y reestructurara los poderes públicos, se plantearían convergencias inesperadas y diálogos que ahora son imposibles.
No quiere este narrador esconder que hay mucho de buenos deseos en este camino y que Venezuela se aproxima a algo parecido a una catástrofe mayor, económica y social, que tal vez sea tarde para contener. Hay demasiado odio sembrado por el régimen que ha contaminado en buena medida a las fuerzas democráticas; hay muchas frustraciones por tanta promesa de victorias que resultaron fallidas; hay descreimiento generalizado y los puntos de encuentro son fugaces. De todos modos hace falta ilusión y por aquí ronda la mía.
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