Aparentemente le corresponde el crédito a la creatividad cubana por la invención de la palabra alumbrón para designar el evento improbable en que se cuenta con energía eléctrica en la isla, donde la frecuencia de los apagones es tal que ya no tenía sentido referirse a ellos porque constituían más bien la norma. Como en muchos otros ámbitos la noticia no es que el perro muerda al hombre sino que el hombre muerda al perro.
En esta como en muchos otros temas, imitamos las peores cosas del paraíso insular que alguna vez nos prometiera el Comandante Eterno. En algunas hemos sobrepasado con creces a los cubanos, como por ejemplo en materia de inseguridad. La revolución es tan patológicamente incompetente que ni siquiera puede garantizar calles seguras para los venezolanos, algo que en Cuba, como en otros regímenes autoritarios se da más o menos por descontado. Alguna gente ha especulado con la idea de que en realidad el gobierno no tiene ningún interés en controlar al hampa porque parte de la estrategia de infundir miedo se basa en el supuesto control que se ejerce sobre los sectores más violentos de la población.
No lo sé. Lo que sí es evidente es que estamos en presencia de la peor gestión de gobierno de nuestra era republicana.
Inclusive en países que se callan sus críticas por temor al chantaje petrolero, nuestro país se ha convertido en motivo de burlas e hiriente sarcasmo ante una gestión de gobierno nefasta. El último episodio es el apagón de ayer que dejó en la oscuridad a todo el país a pesar de las declaraciones del ministro del ramo sobre las mejoras en el servicio.
Antes de ello fue la infame alocución presidencial donde se la atribuyó la multiplicación de los penes a nuestro Señor Jesucristo. Pero más allá del mal gusto y del irrespeto que semejante traspiés verbal implica, está el hecho de que desde el gobierno se ejercen la ignorancia y la incontinencia verbal como espléndidas virtudes. Duele la pérdida de propósito y el desamor de unos gobernantes enquistados en el poder por nuestra patria, por nuestra gente.
Literalmente no transcurre un día sin que el gobierno nos depare alguna sorpresita.
Tanto por lo que hace y, quizás sobre todo, por lo que no hace. Hoy es una ley de cultura troglodita y atrasada; mañana hay una nueva ola de escasez de papel sanitario acompañado de las correspondientes burlas planetarias. Otro día se convoca una subasta de dólares con la peregrina instrucción de quienes ofrezcan mucho por los dólares no recibirán asignación alguna. Más allá se intenta arruinar a las universidades. Surgen “resuelves” que pasan a ser trabajos en los tiempos revolucionarios. Dos muy singulares que revelan hasta dónde ha llegado la descomposición auspiciada desde el más alto gobierno: los bachaqueros y las pirañas. Unos compran en familia productos subsidiados para burlar los cupos impuestos por la incompetencia que arruina la economía para luego revenderlos, y los otros atropellan a la gente para cortarles brutalmente el cabello.
Algún jurisconsulto chavista declara más allá que en Venezuela no está tipificado el delito de cortarle a alguien el cabello. ¡Como si las pirañas ejercieran un oficio de peluqueras de calle! En medio de tanto escarnio y tanta burla de quienes dirigen el país, está la gente que trabaja y mantiene el país andando en un precario equilibrio de incertidumbre. Uno se pregunta muchas veces como funciona un país de esta manera. ¿Por qué no revienta por los cuatro costados? La respuesta a esto nunca es sencilla. Quienes pretenden que tanto acoso y tanto abuso terminarán mecánicamente por producir un estallido pueden estar profundamente equivocados. Hay muchos ejemplos de países, quizás el más emblemático sea Haití, que se han adaptado al infortunio como elemento de la existencia cotidiana.
La gente termina por aferrarse con frecuencia a una existencia llena de pesares cuando la alternativa única es la violencia. A estimular ese miedo juega el chavismo como parte de su esquema de poder y nosotros estamos obligados a entender que ese es el juego y a mantenernos en el camino de debilitar sus estructuras de poder hasta que el juego de la exclusión de la mitad del país que pretenden practicar se les haga completamente inviable.
Mientras tanto, seguiremos transitando esta historia increíble de cómo el país con mayores posibilidades de la región para construir felicidad para su gente ha fracasado miserablemente en manos de una oligarquía que insiste en el cuento necio de que su propia incompetencia en rodearnos de alumbrones y otras ocurrencias incompatibles con la existencia de un país moderno son hechura del imperio. Por ahora, estamos jodidos pero tenemos patria, como le gusta decir a los jerarcas del chavismo.