A medida que el modelo redistributivo que sirve de sustento social a la llamada revolución bolivariana hace aguas producto del derroche, la corrupción y las decisiones de inversión y políticas públicas inadecuadas, se acentúan las tendencias totalitarias del madurismo. De amenazas mediáticas se pasa a la acción concreta. Con el desvanecimiento de la popularidad y el fervor de las masas engañadas por la propaganda – más algunas migajas – surge el rostro desfigurado de la violencia intentando carcomer las bases democráticas de la sociedad.
Para completar la misión revolucionaria de acabar con las libertades es indispensable imponer una visión del mundo única e inequívoca, reescribir la historia y transformar al ciudadano en receptor de mensajes y ejecutor de instrucciones emanadas desde la burocracia. Con esta finalidad es que el gobierno promueve el llamado “noticiero de la verdad”, que será transmitido en cadena nacional de radio y televisión. Es decir, mientras se trasmita el noticiero, se apagan todas las fuentes distintas de información, se expropia la libertad del individuo de decidir lo que oye y ve y por añadidura, seguramente se violarán todas las normas electorales que regulan la propaganda electoral al trasmitir las acciones revolucionarias de campaña del Potro, Winston, Pirela o el candidato que desee promover la ministra Rodríguez.
El totalitarismo promovido por el PSUV encuadra perfectamente en las descripciones realizadas por Hanna Arendt de este fenómeno, quien lo definía como un modo de dominación nuevo, diferente de las antiguas formas de tiranía y despotismo. El totalitarismo moderno no se limita a destruir las capacidades políticas de los hombres; destruye también los grupos e instituciones que entretejen las relaciones privadas de los hombres, enajenándolos del mundo y de su propio yo. El ataque permanente del PSUV a las organizaciones políticas distintas a ellas, la búsqueda de leyes habilitantes indeterminadas para concentrar el poder en la presidencia, la hegemonía comunicacional, la reinvención de la historia para imponer la “ideología del proceso” y la cultura del odio son rasgos muy marcados del camino autoritario y totalitario en el cual se lanzó Maduro y su combo.
La sociedad venezolana no pareciera estar dispuesta a soportar la supresión de las libertades a cambio de promesas de venganza o guerras imaginarias contra el imperio o la oligarquía. Una cosa es lo que piensa el burro y otra distinta el que lo arrea. Por más que todas las mañanas Cabello y Nicolás se levanten soñando que al finalizar el día habrán acabado con todas las voces disidentes y controlando absolutamente el poder para regodearse en sus mieles y cometer desafueros sin límites ni críticas, eso no ocurrirá. El pueblo todo, opositor y oficialista, se encargará de ponerles un cable a tierra a los hijos ideológicos de Hitler y Stalin. La denuncia permanente y la promoción de mecanismos alternativos de comunicación son básicas, así como un objetivo claro de país que todos los días debe ir ganando adeptos en la población. Maduro podrá encadenar todo el día pero ello no resolverá la grave crisis económica, social e institucional en la que estamos.
El modelo del odio hace aguas, y ningún noticiero que recicle mentiras detendrá la caída. Es altamente probable que antes de hundirse se desaten arrebatos violentos y peligrosos, pero en la medida en que sean millones las voces disidentes será imposible imponer el miedo y el terror.
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