Un 18 de septiembre de 1954, murió uno de los pintores más trascendental del arte latinoamericano del siglo XX, Armando Reverón, por haber dedicado su vida a la investigación pictórica de las infinitas maneras en que se manifestaba la luz tropical sobre las cosas que formaron parte de su vida. AVN
Con 32 años, Reverón se radica en Macuto, lugar del estado Vargas en el que construye El Castillete, una casa-taller donde realizó la mayor parte de sus obras en las que logró captar la luz del trópico que se posaba sobre la naturaleza a su alrededor, flanqueada por el imponente Mar Caribe.
Paisajes y mujeres fueron sus objetos estéticos predilectos. Deslumbrado por ellos, les dedicó gran parte de su extenso legado artístico con más de 400 obras, en las que figuran uveros, cocoteros, paisajes del mar, hamacas, y algunas fiestas tradicionales del puerto de La Guaira como la Cruz de Mayo, Fiesta en Caraballeda y la procesión de la Virgen del Valle.
En su afán impresionista por plasmar los colores de la naturaleza de la forma más aproximada a su propia realidad, desarrolló tres momentos cromáticos bien definidos en su obra: el periodo azul, el blanco y el sepia.
Entre 1920 y 1921, destaca en su obra el color azul, caracterizado por las majas y los paisajes que serían en adelante uno de los sellos distintivos de su obra. Las majas fueron inspiradas por su estancia de cuatro años en España, país que lo acogió como estudiante de artes plásticas, y donde pudo conocer la vanguardia romanticista de Francisco de Goya en plena efervescencia.
En el periodo blanco -iniciado en 1924 con Fiesta en Caraballeda- se apartó del propósito de atrapar el momento de la luz característico de su inspiración, y se aproximó a una técnica abstracta en la que usó el blanco como color central y que acompañó con nuevas texturas como lienzos de tela de coleto, cocoteros y rocas.
Para 1936 se asoma en su plástica el periodo sepia, expresionista, pleno de dibujos sobre papel de gran formato, así como de los desnudos que fueron un elemento sintomático de sus piezas. De ese momento destacan La Maja criolla (1939) y los autorretratos de desnudos. También emplea materiales de tonos marrones, recreando con ello el color de la arena de la playa, su taller y morada.
Tras una serie de periodos internado en un hospital psiquiátrico, muere de una embolia cerebral en 1954, sin saber que sería uno de los pintores más trascendentales del arte contemporáneo venezolano, y de los más mencionados por la crítica artística internacional.