Amparado en la misma razón de la sinrazón que impulsó hace algunos años a Hugo Chávez a expulsar temporalmente de Venezuela al embajador de Estados Unidos, Parick Duddy, Nicolás Maduro expulsó del país la semana pasada a la encargada de negocios y a otros dos diplomáticos estadounidenses, acusándolos de conspirar con la oposición en la organización del “sabotaje eléctrico.
“La reacción inmediata de muchos, incluyendo al Gobierno de Estados Unidos, fue señalar que estas expulsiones respondían a la necesidad del régimen, vieja, falsa e infructuosa tesis del trapo rojo, de distraer la atención de los venezolanos y disimular la gravedad creciente de la crisis actual. Un razonamiento que me lleva a plantear una interrogante más bien elemental: ¿desde cuándo un conflicto con Estados Unidos, por pequeño que sea, es un pote de humo?
Sin la menor duda, lo inaudito de la medida oficial contra los diplomáticos de Estados Unidos apartó la vista de los venezolanos de sus más acuciantes problemas diarios, pero apenas por un instante y muy levemente. Más allá de un inicial suspiro de sorpresa, y ante el golpe continuo y devastador de vivir a diario la crisis sin precedentes que se ha aposentado en el corazón de Venezuela, la expulsión de los diplomáticos estadounidenses perdió enseguida su impacto original.
No obstante, quedó en el aire la insistencia opositora en resucitar el pote de humo, los trapos de colores y otras trivialidades por el estilo, como si a pesar de todos los pesares todavía persiguieran el cómodo objetivo de confundir el rábano con las hojas, no llamar las cosas por su nombre, desconocer la naturaleza unipersonal y absolutista del régimen y buscar la manera de eludir las consecuencias que forzosamente acarrearía admitir la gravedad del proyecto chavista. De acuerdo con esta reflexión, la súbita expulsión de tres diplomáticos de Estados Unidos acreditados en Caracas podría ser interpretada de dos maneras muy distintas.
La que aparentemente se prefiere, aunque sólo sea para que la sangre no alcance ni las riberas del río, es suponer que sólo se trata de una fallida maniobra de distracción rápidamente superada tanto porque toda la tensión de los ciudadanos se concentra en la ardua faena de sobrevivir en la Venezuela del día a día, como porque la habitual práctica diplomática de la reciprocidad permite pasar la página sin dejar rastro alguna de la presunta afrenta, y aquí, caballeros, no ha pasado nada. Vaya, que si no hacemos ola y nos quedamos tranquilitos, las relaciones entre los dos gobiernos no tienen por qué dejar de ser lo que eran antes del incidente.
Desde esta perspectiva, la amenaza de Maduro de expulsar al resto de la representación diplomática estadounidense “si hacen la cómica”, sólo perseguiría el propósito de reiterar su decisión de enfrentar con implacable energía las acciones subversivas del imperio. Pero por otra parte, también podría uno atribuirle al episodio otro significado. Por ejemplo, que la postura adoptada por el Gobierno venezolano no sería un aspecto puntual dentro de la estrategia chavista para afrontar la problemática interna de Venezuela, sino el fruto inevitable del proceso de deterioro que marca los pasos naturalmente divergentes de dos enemigos estratégicos e irreconciliables, Estados Unidos y Venezuela. Todo ello en el marco de una nueva etapa de nuestro proceso político.
El ostensible fracaso de las políticas económicas implementadas por Chávez de la mano de Jorge Giordani desde el año 2002, llevó hace poco a Maduro a propiciar la introducción de una cierta racionalidad en el manejo de la economía y las finanzas. Con un problema mayúsculo, la resistencia inflexible de los sectores más radicales del régimen a un cambio de rumbo. Ante esta variante de la historia, Maduro, quien cada día luce más acosado por la urgencia de recuperar a toda costa el extremismo ideológico del chavismo como mecanismo para evitar, al menos para posponer, las divisiones en el frente “revolucionario”, se ha visto obligado a dar marcha atrás en materia de reformas económicas y financieras.
Y ahora, recurrir al antiimperialismo más militante. Si se trata de esta segunda opción y en efecto la expulsión de los diplomáticos representa una nueva y peligrosa vuelta al pasado más rojo y rojito, los venezolanos debíamos despertar del sueño de la normalidad y considerar con mucha mayor seriedad lo que al fin y al cabo significa esta escalada del sordo conflicto diplomático que mantiene las relaciones de Washington y Caracas en un estado de precario, permanentemente inestable y gélido equilibrio.