Son varios los elementos que se conjugan para explicar el difícil momento que viven los venezolanos. Quizás, el más fundamental sea la infantil idea de que el país tiene todos los dólares que necesita para satisfacer las demandas de la población. Un fiero y además torpe control de cambios convirtió a la moneda norteamericana en un bien muy escaso y dejó en claro el errado sistema de prioridades que se ha puesto en marcha.
Como consecuencia, en Venezuela escasean una impresionante cantidad de rubros alimenticios, medicinas y material médico de todo tipo, insumos para la industria, repuestos para vehículos y maquinaria industrial. Incluso partes para ascensores, papel y tinta para los diarios y el ya famoso caso del papel de baño. Ni pensar en comprar un vehículo nuevo lo que hace que los de uso sean los más caros del planeta.
El gobierno de Maduro luce paralizado e incapaz ante la magnitud del grave deterioro de la calidad de vida del venezolano. El valor del dólar en el mercado negro es más de seis veces el precio irreal de los inexistentes dólares que arbitra el gobierno para bienes de primera necesidad. El precio referencial del dólar paralelo termina siendo el marcador y su continuo ascenso es combustible inflacionario.
La reacción del gobierno se ha quedado en el terreno mediático. Ha montado una campaña para denunciar una guerra económica según la cual, agentes de la derecha venezolana e intereses extranjeros causan corridas de capitales que terminan generando los males mencionados.
Lo cierto es que al no entender el problema que enfrentan, los burócratas venezolanos han exacerbado los controles e intervenido aún más el debilitado aparato productivo nacional. Pero, prefieren seguir estableciendo responsabilidades en factores ajenos que para colmo no pueden controlar. La inflación, escasez y tercerización de responsabilidades son una pésima señal que anuncia que lo peor de la tempestad está por venir.