El declive de Cristina Kirchner

El declive de Cristina Kirchner

La salud de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, le ha pasado factura esta semana. Una intervención quirúrgica de urgencia para liberarla de un coágulo de sangre en el cráneo la mantendrá alejada de la campaña para las elecciones legislativas del próximo 27 de octubre. La mala noticia viene acompañada de un desgaste en su gestión y de pronósticos negativos en las urnas. abc.es

(foto EFE)

Los sondeos de última hora y diferentes encuestadores anticipan que la caída del voto, prevista antes del accidente de la presidenta, se mantiene. El factor emocional no parece que vaya a afectar en el espíritu del votante y el cansancio general —salvo variación en estas semanas que quedan hasta que se abran las urnas— hará mella en la composición de las Cámaras. Aunque todavía está por ver que, finalmente, no se traduzcan en la pérdida de mayoría.

El presidencialismo que ejerce la viuda de Néstor Kirchner pareció dejar huérfano al oficialismo en horas claves. La ausencia de un «delfín» claro y el anuncio de hace unos días de que habrá primarias en el kirchnerismo para elegir al sucesor en 2015, zarandeó los cimientos del peronismo, que todavía hace frente común con la presidenta.

El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, es el aspirante público que trata de ocupar espacio y protagonismo en las horas bajas de la presidenta. Scioli, muchas veces maltratado tanto por Cristina Fernández como por su difunto esposo, Néstor Kirchner, mantiene un perfil alto.

No se desprende del traje de «teflón» que se le adjudicaba al expresidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva cuando las críticas y los escándalos por corrupción trataban de arrinconarle.

Menemista reconvertido en kirchnerista, Scioli fue el primer político en confirmar que la operación de Cristina Fernández de Kirchner había concluido, cuando Argentina estaba pendiente del resultado de la intervención. Solo el boxeador Jorge «Roña» Castro, amigo de Máximo Kirchner, se le había adelantado.

La ausencia de la mujer que ejerce el poder unipersonal, sin celebrar reuniones de consejos de ministros y con apenas dos o tres interlocutores válidos, trató de disimularse desde el Gobierno al intentar ofrecer una apariencia de forzada normalidad.

El presidente en funciones, Amado Boudou, la reemplazó en actos puramente protocolarios. Las supuesta autonomía del cargo no fue tal. Boudou no está autorizado a adoptar decisiones con criterio propio. Su situación es más que delicada. Es el hombre con peor imagen del Gobierno (76 por ciento de desaprobación), está envuelto en una decena de causas de corrupción, malversación de fondos, tráfico de influencias y un largo etcétera, donde poco o nada le ayuda una personalidad identificada con las mejores épocas de frivolidad del «menemismo».

Un ejemplo fue la fotografía publicada en el periódico brasileño «O Estado de Sao Paulo», en la que Boudou aparece en vaqueros, paseando en una moto por las calles de Brasilia, mientras la jefa del Estado se sometía a una revisión médica de urgencia en la Fundación Favaloro. Tres días más tarde, los médicos concluyeron que Cristina Fernández debía pasar por el quirófano.

El rechazo que provoca en la sociedad la idea de Amado Boudou al frente de la Casa Rosada, donde ni siquiera dispone de un despacho propio, obligó al oficialismo, muy a su pesar, a salir en su defensa. El jefe de Gabinete, Juan Manuel Abad Medina, lo hizo de un modo más parecido al abrazo del oso que al apretón de manos de un amigo. «La que toma las decisiones es ella», confesó Abad en una emisora de radio.

El diputado Carlos Kunkel, padrino político en los años setenta de Néstor Kirchner, con poca o nula afinidad con Amado Boudou, también quiso echarle una mano al hombre que se ahoga por la torpeza de sus propios actos. «Sería bueno que Solá se metiera debajo del agua unas cuantas horas», respondió frente a las declaraciones de un peronista histórico como Felipe Solá, que dejó de comulgar con las ruedas kirchneristas hace tiempo. «Si Boudou va a gobernar es como como si yo quisiera nadar debajo del agua durante varios largos», había criticado Felipe Solá.

En ese contexto, los ministros seguían con sus agendas habituales, pero ninguno tenía reservado un hueco para acudir a la Fundación Favaloro —donde convalece la presidenta— por su propio pie. La puerta sólo estaba abierta para los elegidos de Cristina Fernández que tenían el visto bueno de su hijo Máximo, y ésos eran la familia y los doctores. Puertas afuera, el poder real lo sostenía un hombre de perfil bajo pero, posiblemente, el único con autoridad y permiso para hablar de tú a tú con la presidente y con su hijo Máximo: Carlos «El Chino» Zannini. Sobre este hombre recae el poder real de Argentina hasta el próximo 27 de octubre. La carrera contra reloj para intentar revertir los sondeos, que anticipan la peor derrota en las urnas de la década kirchnerista, es el gran desafío.

En el camino, aunque esté guardando reposo, es inviable pensar que Cristina Fernández de Kirchner estará totalmente ajena. La intervención quirúrgica, como han indicado los médicos, fue sencilla y su recuperación no incapacita a la mandataria que, dado su personalidad, difícilmente se lave las manos en este trance. A su favor tiene que no será ella la que tenga, como en las elecciones primarias, que salir a poner la cara frente al fracaso en las urnas.

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