Primero, porque dejó claro que el problema del asalto a los dineros públicos es un asunto de lealtad (o más bien de complicidad) con el que está por encima del defenestrado de turno y no ético. Como sucede con muchos de los que siguen robando el tesoro sin pelear con sus superiores. ¡Roba! Eso sí, con lealtad a tu jefe y dormirás tranquilo.
Parra y su hijo eran un par de pilluelos ignorados por todos. Hasta que le pusieron el ojo cuando se alió con Rafael Lacava, alcalde de Puerto Cabello, para respaldarlo en su aspiración a la gobernación de Carabobo. Un plan que llegó hasta el momento en el cual el Difunto sometió a un sector del pueblo rojo en un acto de campaña en el estado cuando repudiaban a Ameliach y ungían a Lacava, al gritar furioso: “Es Ameliach y punto. Al que no le guste que se vaya”.
Lo de liquidar a Parra era cosa de tiempo y de conveniencia política, como el que se acaba de presentar ahora en la disputa entre el madurismo y el diosdadismo. Acabado Isea y amenazado Barroso y su Cadivismo, ambos de la huestes diosdadistas. El golpe es devuelto decapitando al corruptico de Parra.
Segundo, porque solo bastó su palabra para allanar la residencia y las oficinas del alcalde de Valencia y ponerle los ganchos como corresponde contra los que delinquen no requirió de la Habilitante. Lo señaló y punto. Todos a quienes correspondía actuar, actuaron. Y ya. Las evidencias sobraron como es común en una gran cantidad de funcionarios que gastan y atesoran bienes y dinero sin escrúpulo. Adicionalmente, Parra cae en desgracia por mal aspecto, comunista, mal hablado y por ser un eslabón débil, “sacrificable”, de la cadena madurista.