La evolución del Estado a partir de 1999 con la aprobación de la Constitución mediante una proceso constituyente inédito, no solo por sus formas de convocatoria, elección de sus miembros y desarrollo sino su ejecución tergiversada y contraria a su esencia ha dejado evidenciado el miedo y animadversión hacia la democracia y los afluentes reales que la alimentan.
Los mismo sectores que se opusieron por la expresión de una exclusión extrema, sectaria y de imposición de una mayoría circunstancial conformada por la apetencia de lamer las mieles del poder recién electo, han quedado ensartados en la estaca histórica de haber convalidado, por omisión fundamentalmente, del establecimiento de límites y barreras “para constitucionales” e “inconstitucionales” a la democracia.
La acción política de los últimos años así lo devela.
El afán de sustituir, por los causes naturales de la democracia o por la tentación de obviarlos so pretexto de su recuperación, han llevado, incluso, a los partidos políticos a preterir, descuidar y vaciar “el tema municipal”.
La esencia de esta posición debe buscarse quizás en el trasfondo de un presidencialismo enraizado de la dirigencia política e incrementado por la circunstancia de un modelo autoritario justificado en la apariencia democrática de origen y abuso de la forma electoral.
No hay duda que Venezuela comporta un alto índice “déficit democrático” no solo de representación de ciertos sectores sino de mecanismos que impide la real participación e involucramiento de la ciudadanía en temas de interés colectivo.
La homogeneidad del venezolano no existe, somos un país fracturado que ha colocado en el desván de la inutilidad la aspiración de la plena representación política de los ideales de la ciudadanía.
Al no existir homogeneidad en torno un a ideal compartido, a aspiraciones de bienestar y respeto colectivo a los derechos fundamentales de todos los sectores, si no la de una pretendida lucha de clases, jerga y nomenclatura marxista por delante, agravado por la existencia de multiplicidad u diversidad de grupos, hacen cada más difícil que en la acción del Poder Público Nacional pueda representar adecuadamente, de manera transparente y sin sesgo ideológico, tales intereses en el proceso de elaboración y ejecución de políticas públicas.
Por eso el centralismo asfixiante y retrogrado no solo está presente en las mentes de quienes gobiernan, que se refleja en normas y procesos que buscan abrogarse la representación de los derechos de los ciudadanos, las atribuciones propias e inherentes a niveles intermedios y locales del Poder resumidas en cabeza de un solo funcionario ,que arrebata antidemocráticamente las formas de expresión democrática del ciudadano con menjurges autoritarios e ideologizante como el Estado Comunal.
También está presente en las mentes de aquellos, que por circunstancias de generosidad histórica y sin esfuerzo propio alguno, quieren fungir de dirigentes nacionales, que elevando en el montículo de ego distorsionados pretenden tener en su mente privilegiada las solución a este gran “déficit de democracia” que vivimos.
Son aquellos para quienes solo cuentan trazar una visión política de emergencia nacional, aupada en el pedigüeño grito de socorro a la comunidad internacional pues lo local, lo del día a día como es “el tema municipal” es baladí o no tiene la trascendencia del momento; es decir, no es el espacio político adecuado y eficiente para frenar las apetencias de modelos autoritarios.
Es un visión no solo elitista, de aprovechamiento de la proyección de intereses particulares del “momento constitucional” del “momento agónico de la patria” sino que además refleja el desconocimiento del Municipio como “raíz histórica del República” (Gabaldón Márquez); su esencia como piedra fundacional del Estado.
La ausencia de propuestas concretas para reformar el municipio, la definición de un proyecto de acción mancomunada de los entidades locales con similitud de problemas, participación concurrente de actividades económicas generadoras de recursos, una población cuyo bienestar depende de la gestión local hace difícil la recuperación del acceso de las fuerzas democráticas de oposición para el restablecimiento del sistema de libertades públicas.
Es no entender la importancia del municipio en esta dura batalla que se libra, el no atribuir la importancia que representan estas elecciones locales del 8 de diciembre para el ciudadano y su dignidad, para el hombre llano no comprometido con la participación política partidista, para la comunidad enfrentándolo a la peligrosa arma de doble filo de un “plebiscito”.
Tanto la plataforma unitaria de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) como los partidos que hacen vida en ella tiene como deber histórico fortalecer al Municipio frente a la avanzada demoledora de las comunas y sus instancias económicas, políticas y de control social que buscan el sometimiento pleno del ciudadano y el secuestro de las instituciones locales en función de un proyecto personalista, autoritario y antidemocrático.
El municipio es escuela de formación política, es cantera de liderazgo alternativo y democrático.
El municipio es la única barrera efectiva contra la comuna encargada de paralizar para luego anular la participación.
El municipio como base del Estado, su unidad primaria, lo es también para los partidos políticos como instituciones esenciales del juego democrático.
No entender esto es seguir con el elitismo cogollocrático que tanto daño hizo y hace, que tanto afectó a los partidos y constituyó causa eficiente del deterioro de la democracia.
A pesar del “déficit democrático” acusado anterior a 1999, hubo alternancia y contrapesos institucionales en el pasado que funcionaron permitiendo la renovación del sistema y la ascensión al poder de Hugo Chávez.
Hoy las circunstancias son otras, hay que voltear al municipio pues debemos reactivar la cantera de líderes para esta lucha que se libra y para contar con una pléyade de conductores y gestores públicos que hagan en el futuro un régimen descentralizado, organizado de las fuerzas de las periferias de las localidades al centro del poder que le sirven de contrapeso pero muy esencialmente, sea dispensador de bienestar y satisfacciones colectivas, profundice la democracia y acerque el poder al ciudadano.
Una visión de país, la construcción de una referencia alternativa de gobernar de manera inclusiva y con búsqueda frenética del bienestar ciudadano (un “nuevo Contrato Social”) no se logra con imposiciones “desde arriba”, con ópticas parciales mesiánicas de los cogollos.
Las edificaciones deben construirse “desde abajo” hacia arriba.
De la misma forma el freno al Estado Comunal que se construye a partir de la comuna y sus instancias, la defensa del Estado democrático, Social y Derecho debe construirse a partir del municipio.
Es la hora de sumar, de soñar, de acercar voluntades, de demostrar que siendo demócratas verdaderos y respetuosos del derecho sin autoritarismos se puede gestionar, representar los intereses de todos sin exclusión y de forma eficiente.
Dejar al municipio como depósito de dirigentes pues hay que construir una visión nacional de alternancia democrática es miopía.
Mientras esto no se hago lo único seguro es la abstención, el desgano, la apatía y el crecimiento del “déficit de democracia”.
A pesar de las falencias de acciones indicadas, como demócrata formado en un municipio, que aún en posiciones nacionales nunca olvidé su importancia, votaré y alentaré, por los menos, a mis conciudadanos baruteños a hacer lo mismo por nuestra dignidad y bienestar.
Por Leonardo Palacios Márquez-
(@NegroPalacios)