Las encuestas muestran una mala percepción del desempeño del gobierno. Siete de cada diez venezolanos piensa que la situación del país está mal. Vista la proporción es lógico suponer que esta opinión es compartida por un número importante de personas que han apoyado al gobierno en elecciones anteriores.
Lo que sin duda reviste tanta gravedad como la percepción de las personas es la inocultable existencia de problemas que agobian a los venezolanos. Asuntos que se manifiestan en un deterioro de la calidad de vida que se expresa en múltiples dimensiones. Hay que comenzar mencionando la pérdida del poder adquisitivo que pone a las personas a hacer malabarismos para satisfacer necesidades básicas e inaplazables. El dinero alcanza para menos por esta mala práctica del gobierno de financiar el funcionamiento del aparato burocrático con la impresión inorgánica de estos billetes de monopolio que se ha dado por llamar bolívares fuertes.
Junto a la inflación, su hermana melliza: la escasez. Por ahí aparecen diputados rojos y funcionarios del gobierno diciendo que este problema es culpa de la guerra económica que lleva adelante la derecha. Excusa extraída de alguno de los interminables discursos de Fidel en los que siempre culpaba a los demás del fracaso de su malhadado experimento comunista. El cinismo de esta vocería irresponsable e indolente lacera la autoestima de los venezolanos, sobretodo de aquellos que sienten o sentían alguna simpatía por el proceso. A la gente no le gusta que la tomen por tonta. Las encuestas señalan que no llegan a dos dígitos las personas que se creen estas pamplinadas.
Las largas colas, el tiempo perdido y las batallas que se observan en la búsqueda de productos básicos, son propias de un país pobre. De lo que se esperaría ver en esas naciones azotadas por la pobreza de su territorio y por la incapacidad de la clase gobernante. Hemos retrocedido una cantidad de años en todo lo que tiene que ver con los mecanismos de producción. La triste y lamentable respuesta de un gobierno cansado, sin funcionarios capacitados y por lo tanto sin ideas es redoblar los controles.
Y los controles son hermanos mellizos de la corrupción. De los mecanismos que afloran para burlar esos controles que a la postre resultan un problema en sí mismo. Los controles han probado ser un cáncer que carcome la economía en la medida que otorgan poderes discrecionales a funcionarios que no se resisten a un cañonazo de billetes.
Pero todavía me falta mencionar lo peor. La altivez de un presidente y su tren de funcionarios que hablan como que se la estuviesen comiendo. Que no se cansan de acusar a factores externos. Que apresan a gente que no mencionan. Que tumban avionetas sin tripulantes. Que buscan crear una matriz de opinión según la cual el crimen está disminuyendo.
La triste realidad es que estamos mal, muy mal. Hay problemas que se han traducido en ingobernabilidad. El gobierno está claramente sobrepasado por el hampa y las bandas criminales. El gobierno no puede impedir el deterioro del poder adquisitivo del bolívar, la moneda más débil del continente. El gobierno no puede, a pesar de su poder importador, llenar los anaqueles. El gobierno no puede evitar que la economía se siga deteriorando. El gobierno no puede esconder que un salario mínimo no alcanza para nada y que dos no compran la cesta básica. El gobierno es víctima de su propia inacción en la planificación del sector eléctrico. El gobierno no reconoce que no entiende el problema y que por lo tanto no está en capacidad de resolverlo.
El presidente debe entender que nada le garantiza su estadía en el poder. Que las concesiones a los militares no se traducen en apoyo incondicional. Que culpar a los demás de una supuesta guerra económica lo que hace es poner de bulto su propia debilidad. Que si algo le quedó claro al venezolano en los últimos cincuenta y cinco años es que el pueblo pone y quita gobiernos. Y a la postre, la renuncia es una salida más rápida para comenzar a solucionar problemas que, como los que estamos viviendo, se le han ido de las manos al gobernante de turno.
Estamos mal, muy mal. Y eso incluye al gobierno. Deben tener cuidado con que le quieran dar un escarmiento.
@botellazo