No viene al caso contar cómo ese edificio, construido en una época en la que Caracas prometía seguir creciendo como una urbe pujante y moderna, fue invadido por okupas y está controlado por un exdelincuente reconvertido en pastor evangélico. Lo que interesa para los televidentes en Venezuela no es incluso la trama de la serie que protagonizan Claire Danes (Carrie Mathinson) y Damien Lewis (Nicholas Brody), sino por qué ese edificio se ha convertido en una pertinente postal de la era chavista.
Repasemos el capítulo: Brody llega mal herido a Catia La Mar –una escena, por cierto, muy mal lograda. La ciudad no tiene costas vírgenes como la mostrada– y es llevado en una camioneta hacia Caracas, que en la vida real está a media hora de camino. El hombre está huyendo. Su cabeza tiene precio. Diez millones de dólares. Al final de la segunda temporada explota una bomba colocada en su coche mientras se desarrolla el funeral del vicepresidente de Estados Unidos.
Con los ojos entrecerrados Brody puede entrever el desorden y el caos de una ciudad donde lo provisional suele ser eterno. La camioneta se detiene en un sótano oscuro, pobremente iluminado, donde hay un catre y pinzas de las que se utilizan en los quirófanos para tasajear a los pacientes. El doctor Graham (Todd Erik Dellums) introduce una de esas herramientas en una herida que vomita sangre hasta extraer la bala. Un niño y una chica, que fungirá a lo largo del capítulo como su enfermera, se encargan de vendar a Brody y cuidar de él hasta que amanece.
Cuando eso ocurre el marine estadounidense no sabe dónde está, pero de inmediato parece alumbrado por la limpia luz de esta ciudad. Desde las bases del edificio vemos el cerro Ávila, los pedazos de vegetación que no han sido colonizados por las construcciones, y el horizonte de una ciudad deteriorada que tiene en la Torre David al espejo de su propia destrucción. De eso parece darse cuenta Brody en las líricas escenas que se muestran a medida que recupera el vigor, mientras camina por pasillos en obra limpia, que dejan ver el interior de apartamentos con paredes sin friso ni ventanas, a niños corriendo o a una pareja haciendo el amor. ¿Cómo es posible que en esta bella ciudad también pueda ocurrir semejante caos?
“Es un loco edificio venezolano”, responde el médico Graham mientras retoca el vendaje de Brody en su apartamento en el que destaca un enorme mural de Hugo Chávez con barba, como si fuera el Jesucristo del lugar. “La llaman la Torre de David. No es por el Rey David, Dios no lo quiera. Es por David Brillembourg, el banquero ególatra que la encargó. Desafortunadamente David murió antes de que se terminara y luego toda la economía murió. Se detuvo la construcción, llegaron los okupas y voila”. Es una escena memorable porque alude de frente y sin miramientos a la situación venezolana. Brody pregunta: “¿Y por qué estás aquí?”. Graham responde: “Porque este es el lugar que nos acepta”.
Los excluidos que residen en la Torre David están inapelablemente retratados en esta última frase. Aventados por los altos costos de los alquileres, la falta de oferta y una precaria situación económica, las personas que no tienen dónde vivir fueron ocupando esa torre desde 2001. Es un lugar colonizado por ellos y por tanto sometidos a sus leyes. Bien lo describe la escena donde el jefe del edificio le entrega el pasaporte que le habían robado a Brody. Cuando el marine identifica a la persona responsable, presente en la escena, el líder da la orden de que lo arrojen al vacío.
El gobierno apenas se dio por enterado de la transmisión mediante una columna de opinión publicada en la página web del Sistema Bolivariano de Comunicación e Información (Sibci). La nota reclamaba que no se reseñaran los íconos arquitectónicos o naturales como se hace en otras ciudades. Se trata de una respuesta que revela la relación del venezolano con su país. Solemos reconocernos en los monumentos naturales pero no en nuestras creaciones culturales. “Sus directores van directamente a la Torre, que intentan colocar como el nuevo símbolo de la capital venezolana”, continúa el artículo. “¿Qué razones hay para que Venezuela aparezca en una serie que el presidente Obama abiertamente apoya y anima a ver, y que cuenta con el respaldo y el apoyo de la CIA? ¿Es una especie de preparación para que el pueblo estadounidense justifique cualquier agresión a nuestro país? El tiempo lo dirá”, concluye el texto.
Se desconoce cuántos venezolanos vieron el capítulo transmitido el lunes 21 de octubre en horario estelar por la cadena Fox. Pero sí se diera el milagro de que todos estuvieran esperándolo su emisión como un partido entre Caracas y Magallanes en la liga local de beisbol, apenas la cifra llegaría al 52,3% de los hogares. Los datos del regulador Conatel corresponden al cierre del segundo trimestre de 2013. A eso hay que sumarle que más de 600.000 usuarios no pagan el servicio. Una cantidad por la cual no vale la pena que el gobierno haga un escándalo y provoque, entonces sí, que todo el mundo quiera ver la peor versión que ofrece este país.