El grado de convicción sobre su incapacidad entre sus allegados alcanza ribetes de angustia y desesperación. Mientras algunos se dedican a raspar la olla sin escrúpulos, como si el fin estuviera cada vez más cerca, otros preparan su partida marcando distancia, evitando retratarse con él o dejando filtrar información.
En el mundo rojo, igual que en la oposición, a Maduro se le ve débil, prisionero de los Castro, doblegado ante los militares y dominado por su mujer. No exhibe las condiciones del líder capaz de tomar las decisiones que demanda el momento. Sabe que debe tomar medidas cambiarias serias y se entretiene acusando a los raspacupo. Merentes anuncia en sus narices la inflación más alta del mundo para el próximo año, él calla. La ministra de deporte lo reta a que la investigue, se hace el paisa. Habla de Cadivismo como una práctica putrefacta y los escándalos de corrupción le estallan en la cara, los delincuentes ríen. Un supuesto deportista se chorea 66 millones de $ del ministerio de Deporte, él ve para otro lado. Se roban 85 millones de $ en el Fondo Chino, ni se da por enterado.
Nada de lo que sucede escapa a la atención de su entorno, examinan sus implicaciones, evalúan su gravedad e individual o colectivamente van todos coincidiendo en la inminencia de su salida y en que el 8D será un día clave que marcará un antes y un después. No nos extrañe que después de esta fecha sea precisamente su propia gente la que pida su renuncia.