El venezolano vive la incertidumbre de saber si podrá comer en las próximas semanas. Y al menos dos elementos llevan a hacerse esa pregunta. La primera, la marcada escasez de productos de suma necesidad y la segunda, no menos importante, si el dinero del presupuesto familiar alcanzará para comprar lo necesario.
Esta es solo una de las dimensiones de esa precariedad. Hay muchas otras que tienen que ver con la imposibilidad de comprar un vehículo como se hace en cualquier país latinoamericano, la dificultad para conseguir repuestos de esos automóviles, repuestos para los ascensores de los edificios, cemento, cabillas y un muy largo etcétera que nos hace preguntarnos qué santo tenemos volteado.
La recolección de la basura vuelve a ser una tragedia. El ciudadano tiende, como corresponde, a responsabilizar a la alcaldía de su localidad. Lo que desconoce la gente es que muchos de los camiones que prestan ese servicio en Venezuela se encuentran parados por falta de repuestos, que a su vez se produce por la escasez del billete verde vilipendiado y vituperado por los gobernantes.
Aquí es cuando la precariedad se hace más patética. Es la escasez o quizás inexistencia de criterio para darse cuenta que el control de cambio es una especie de maldición que genera todos los males que Maduro y sus adláteres simulan recién descubrir. No tienen capacidad para darse cuenta que esos mecanismos cambiarios no son más que la denuncia de lo malo que son las políticas económicas del gobierno. Por otro lado, el control de cambio no ha impedido que la sumatoria de la fuga de capitales en los últimos diez años, ya sea muy superior a la de los 45 años anteriores.
Entonces, ¿cuál es el empeño? ¿Por qué ese esconderse detrás de una serie de vicios que al final fue generado por el mismo control de cambio? Está claro que el cadivismo es un fenómeno que nace y se fomenta al amparo de las políticas de este gobierno. También está claro que si se hace del dólar un bien escaso, este sube de valor. Y no importa que se prohíba decir el precio del paralelo, es una acción inútil perseguir a quienes dan precios referenciales. Después de todo, de ese numerito se consigue fácilmente en una aproximación al dividir el monto del circulante entre las reservas internacionales, ambos datos disponibles en la página web del Banco Central.
Y he aquí, que las necias políticas económicas elaboradas por su ignorancia magnífica Jorge Giordani han prácticamente aniquilado al sector productivo nacional y derivado en un record de devaluaciones que en solo en 14 años superan en número a los 40 anteriores. La brutalidad con la que se ha atacado a los empresarios ha producido esta precariedad de la que estamos hablando. Una que amenaza con llegar a la posibilidad o no de conseguir un empleo de calidad.
No queda la menor duda que la situación de Venezuela es, en este momento, mucho peor que la que teníamos al cierre de 1998. Los indicadores de los problemas crónicos no han hecho otra cosa que empeorar. El número de asesinatos por año se ha quintuplicado. La escasez de productos básicos ha alcanzado niveles de record histórico. La inflación le pasa continuamente raqueta al bolsillo del pueblo. Los secuestros no respetan clase social.
Y como si todo esto no fuese suficiente, nos encontramos sometidos por una clase gobernante que el Hugo Chávez de 1998 hubiese castigado con su verbo incendiario lleno de epítetos. En otras palabras, estamos en un momento donde se podría hablar nuevamente de cúpulas podridas, de toma decisiones entre gallos y medianoche, de políticos que operan por las órdenes de los partidos y de espaldas al pueblo, de corruptos que arrasan con el erario público cual marabunta. Hay espacio para un líder político que llame a freír las cabezas de rojos corruptos, que diga que perseguirá a los delincuentes de franela roja, que apresará a los mercaderes de sentencias judiciales, que le devolverá la independencia a los poderes.
La distancia que hay entre la Venezuela que vivimos y la que Chávez ofreció, se mide en años luz. La de hoy se caracteriza por la precariedad, incertidumbre, angustia, miedo y antagonismo. Además del dramático empeoramiento de los problemas que ya teníamos.
Debimos sufrir intentonas golpistas, momentos de confrontación, imposición de un modelo político inacabado en lo conceptual, destrucción de la economía y como si fuese poco miles de muertes. ¿Fue para esto?
@botellazo