Se van acumulando una tras otra. La trama argumental es repetitiva y evidencia las mismas ansiedades con distintos rostros. Son las historias de los miles de venezolanos que han escogido emigrar de su país para emprender una búsqueda con frecuencia cargada de incertidumbres. Es la cara silenciosa del conflicto que desgarra a Venezuela y que destruye posibilidades para su gente y su futuro. El perfil de la emigración venezolana de los últimos diez años no puede ser más alarmante: profesionales formados en prácticamente todas las ramas del saber y cuyo reemplazo, si lo emprendiéramos hoy, nos tomaría más o menos una década.
Científicos, médicos, ingenieros, arquitectos, odontólogos, empresarios, comunicadores y abogados, músicos y escritores, forman parte de un contingente humano que lentamente ha ido abandonando nuestras tierras. Las razones son variadas y, al mismo tiempo, tienen un tronco común: inseguridad, falta de trabajo, empleos subpagados, insatisfacción. Intentando resumirlo en un único concepto, se trata de una desmejora en la calidad de vida o de la imposibilidad de armarse una vida razonablemente satisfactoria.
Cada uno de nosotros puede hacer su lista personal. En la mía están los cientos de exempleados de Pdvsa, entre los cuales se cuentan amigos entrañables, despedidos ilegal y abusivamente para vergüenza de nuestros tiempos. Muchos de ellos ocupan posiciones de altísimo nivel en empresas en otros países y han ayudado con su trabajo y conocimiento a despegar las industrias petroleras de países como México, Colombia y Canadá. Está también la brillante dermatóloga que fue aceptada sin examen de calificación en España dadas sus excepcionales condiciones profesionales. O los sobrinos que emigraron en el cenit de sus carreras. O las decenas de científicos de primera línea. En la misma lista, pero desde otras perspectivas, están las familias que se quedaron en Venezuela y que sufren el desgarramiento: la profesora jubilada en el otoño de su vida cuyos hijos viven todos fuera de Venezuela y a quien se le percibe la tristeza porque no están y el sosiego porque los siente protegidos de la inseguridad, un sosiego que para ella, que vive sola y expuesta a la incertidumbre de la vida en Caracas, es un calvario difícil de llevar.
VERLES LA CARA Quizás el aspecto más deprimente y duro de aceptar para gente que como yo tiene el oficio de profesor universitario, es ver las caras de expectativa de decenas de estudiantes que pretenden indagar sobre las posibilidades de estudios fuera de Venezuela. La letanía es la misma: No hay becas excepto para gente conectada con el gobierno; no nos podemos mantener con lo que recibimos; los postgrados en Venezuela ya no son ni la sombra de lo que eran. Hace muy poco tiempo corregí una historia de vida que una brillante estudiante venezolana, empeñada en obtener una beca de la National Science Foundation para estudiar bioingeniería, escribió. Todavía retumba en mis oídos la frase que suavicé un poco: “Nada de lo que he hecho hubiese sido posible si me hubiera quedado en Venezuela”. La cambié para incluir una reflexión que quizás era más mía que de ella, “A pesar de los fuertes lazos que todavía conservo con mi país natal ….”.
Historias personales que componen una inmensa madeja de conflictos en un país desgarrado. Una crisis que es social, política y económica pero que aterriza como un mazazo demoledor sobe nuestras existencias personales. Al lado de todo esto discurre el país de la revolución chavista que solamente se mal ocupa de una parte de la población, la misma que fue despreciada por muchos años de abandono en una de las más graves carencias de nuestra democracia y que ahora nos pasa la terrible factura del resentimiento. Nunca fue más cierto que de esas aguas surgieron estos lodos.
LOS QUE SE QUEDAN En toda esta ecuación terrible y conmovedora en que se ha convertido la existencia de nuestro país, no es posible ocuparse de quienes se han ido y olvidar a quienes se han quedado dando una batalla contra un adversario que dispone de todos los poderes y todos los recursos. Son ellos y nuestra gente que no se ha dejado doblegar después de 15 años de desgobierno los verdaderos héroes de esta jornada épica de resistencia. Pero cuando lleguen los nuevos tiempos será indispensable que quienes se han ido se reencuentren con quienes se han quedado. De ese reencuentro dependerá en buena medida que los tiempos necesarios para construir otra vez el futuro sobre bases distintas se acorten, porque la sangría de talento que ha ocurrido en Venezuela difícilmente se podrá solventar si no se tiene en cuenta que en otros lugares, en otras latitudes se ha estado formando y creciendo en condiciones protegidas toda una generación de venezolanos.
No todos estarán dispuestos a regresar, y probablemente tampoco es indispensable que esto suceda, pero como ocurrió antes en España, después de la noche franquista, mucha gente estuvo dispuesta a contribuir a crear el nuevo país después de la hecatombe autoritaria. Pensemos pues en estos malhadados eventos de estos años como una oportunidad para que nuestra gente se haya formado sin haber tenido que languidecer en nuestra tierra; para cuando vengan otros tiempos.