“La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que considera que es su deber para con su gente y su país, puede descansar en paz”, se pudo leer en la cuenta oficial con más de 700 mil seguidores. AFP
El mensaje se repitió varias veces y en distintos idiomas. El tuit en español recibió más de 18 mil retuits en pocos minutos.
Nelson Mandela, primer presidente negro de Sudáfrica, fallecido el jueves a los 95 años, pasó casi un tercio de su vida en la cárcel por haber luchado contra el apartheid, y en los años 90 dirigió la transición hacia una democracia multirracial.
El 11 de febrero de 1990, los ojos del mundo se concentraban en el paso firme con el que Nelson Rolihlahla Mandela abandonaba la prisión Victor Verster, en una de las más poderosas imágenes de nuestro tiempo, tras haber permanecido 27 años tras las rejas.
El prisionero número 46664 abrazó a las mismas personas que lo habían encarcelado y que habían brutalizado a otros negros, y puso toda su energía en lograr una “verdadera reconciliación”, en un país devastado por tres siglos de segregacionismo impuesto por la minoría blanca.
Por esta lucha, en 1993 recibió el Premio Nobel de la Paz junto a su interlocutor en la transición, el último presidente del apartheid, Frederik de Klerk.
En 1994 fue elegido triunfalmente jefe de Estado, con un mandato de cinco años, tras el cual se retiró de la política interna.
El arzobispo anglicano Desmond Tutu, otro Nobel de la Paz y conciencia moral de Sudáfrica, lo definió como “un ícono mundial de la reconciliación”.
El camino había sido largo desde su arresto en 1962 y su condena dos años más tarde a cadena perpetua por acusaciones de sabotaje y conspiración.
Ya en su juicio hizo una proclama que prefiguraba su destino: “He dedicado toda mi vida a luchar por los africanos. He luchado contra la dominación blanca y también contra la dominación negra. Acuno el ideal de una sociedad libre y democrática. Por ese ideal estoy dispuesto a morir”.
Y treinta años más tarde, el 10 de mayo de 1994, asumía la presidencia manteniendo su inquebrantable profesión de fe: “Estamos forjando una alianza que nos permitirá construir una sociedad en la que todos los sudafricanos, negros y blancos, puedan caminar con la cabeza alta (…), una nación arcoiris, en paz consigo misma y con el mundo”, declaró.
En sus años de encierro, se había propuesto entender a sus adversarios; estudió su lengua -el afrikaaner- y su poesía y tendió puentes con ellos.