Como siempre acostumbro después de cada votación, al día siguiente de las elecciones municipales del 8 de diciembre salí temprano a caminar. Es el mejor remedio frente al estrés de cualquier campaña electoral en Venezuela, país donde todos los años hay una elección de carácter nacional la cual, en el fondo, es parte de una gran estrategia del extinto presidente Hugo Chávez para mantener ocupados a los venezolanos en la política, mientras la situación socioeconómica se desploma ante la indiferente mirada de un gobierno nacional experto en excusas.
Particularmente, en Maracaibo habíamos ganado la elección del municipio capital denominada en términos políticos “la joya de la corona” por la desbordada apetencia de Chávez – y ahora de Nicolás Maduro – de apoderarse de la ciudad con mayor peso electoral a nivel nacional, porque es equivalente al 12 por ciento del padrón electoral.
A pesar del muy merecido triunfo de Eveling Trejo de Rosales sentí un amargo sabor que venía de la noche del 8-D, cuando anunciaron los resultados generales, y el cual persistía en el ambiente regional y nacional. Ese sentimiento agrio tenía relación con los resultados nacionales y en ningún caso con Maracaibo, donde la alegría desbordada producto del triunfo frente a un candidato ajeno, especie de corsario cuyas intenciones eran bien distintas a las dulces palabras que empleó y afortunadamente nadie creyó durante su campaña.
Caminar y reflexionar ayudan y en este caso es necesario recordar las intenciones de uno de los actores políticos en la contienda del 8-D: Nicolás Maduro quien, ejerciendo el cargo de Presidente y usando todos los recursos del poder, pretendió literalmente borrar, aplastar a los candidatos de la Mesa de la Unidad Democrática. Su objetivo no era ganar sino eliminar, destruir.
Para los candidatos de la MUD la idea era vencer en una contienda política clave, aún sabiendo el inconmensurable poder de los candidatos oficiales que abarcaban desde una dotación de lavadoras, neveras, viviendas hasta el uso de las instituciones del Estado, especialmente los medios de comunicación públicos donde se promocionaban constantemente.
Dos visiones completamente opuestas y desiguales se enfrentaron el 8-D y al final los denominados “enemigos”, los “vendepatria”, los “oligarcas”, los “parásitos”, no solo se mantuvieron vivos sino que ganaron los principales municipios del país donde habita el mayor porcentaje de personas en Venezuela: las principales capitales.
Nada fácil fue lidiar en la jornada del 8-D contra los abusos en los Centros de Votación donde las autoridades del CNE y del Plan República permitieron el voto asistido, sobre todo en los Centros rurales. En cada una de las mesas se libró una verdadera batalla contra el ventajismo oficialista. Dura jornada, quizás una de las más difíciles para miembros de Mesa y testigos, en la cual cada voto para la MUD se obtuvo con esfuerzo y respaldo de los electores.
De allí que discrepo de aquellos que sólo ven dos puntos en el horizonte: blanco o negro (se ganó o perdió) en una elección donde la desigualdad es el signo en contra de las fuerzas democráticas de la oposición, cuyos candidatos se enfrentan a una fuerza dotada de altísimo poderío (gobierno, instituciones y recursos) que cobija a los candidatos oficialistas.
En ese marco de ventajismo y desigualdades, ganó la oposición importantísimas alcaldías pero Maduro, sin embargo, logró la misma noche del 8-D convertir una derrota en victoria al resaltar el fracaso del plebiscito planteado por el líder de la oposición, Henrique Capriles Radonsky. Al persistir en que el oficialismo había ganado el mayor número de alcaldías, quedó como una verdad política el supuesto triunfo de Maduro que no se logró recomponer y he allí el error, el sabor agrio que se experimenta.
Pero, los hechos demuestran que el gobierno salió muy maltrecho de la contienda electoral y acusó el golpe como aquel boxeador cuyo rostro permanece intacto pero sus costillas están a punto de estallar y los pies tiemblan en el cuadrilátero. La convocatoria a los alcaldes a Miraflores pidiendo una especie de tregua e indirectamente respaldo para las medidas que vendrán, el próximo “paquetazo” con el aumento de la gasolina por delante, revelan un gobierno nacional disminuido, aunque conserva mucha fuerza e intactos los deseos de perpetuidad en los cargos.
Igualmente, la solicitud inmediata y pública de Maduro al pedir la renuncia de Henrique Capriles a la conducción de la MUD es síntoma de que, efectivamente, el liderazgo de la oposición le hizo mella y contra el líder de la Mesa unitaria continuarán los fuegos de la artillería pesada del gobierno nacional. Por ello, es vital cuidar la unidad a toda costa y evitar caer en zancadillas que, se saben, son urdidas desde el palacio presidencial de Miraflores con el auxilio de los asesores de La Habana.
A pesar que la meta del plebiscito no pudo alcanzarse es evidente el éxito de la MUD en las elecciones del 8-D contra todo pronóstico. El gran error fue magnificar un triunfo y anticiparse a los acontecimientos. Ahora resulta difícil visualizar que al gobierno nacional se le quitó institucionalmente, con los votos, la mitad del país y se le bajó el copete a Maduro, quien venía incrementando el ritmo de expropiaciones y la política autoritaria a su máxima expresión.
Es necesario entender que la oposición cuenta con diputados comprometidos con la democracia. El gobierno nacional no logró comprarlos para apoyar la Ley Habilitante, en virtud de que se mantuvieron firmes en sus convicciones, a pesar de los ofrecimientos millonarios y otras prebendas. Ahora, a éstos diputados se les suman los alcaldes de la MUD, ganadores en buena lid de un proceso tortuoso de elecciones.
Es decir, creció la fuerza de la oposición y es un hecho innegable que muchas veces por una u otra razón nos negamos a reconocer. De éste lado hay un importante músculo político que ahora obliga al gobierno de Maduro a dialogar o, al menos, a invitarlos a Miraflores. Y es un músculo fuerte, que no se arrodilla y va creciendo cada vez más.
Es sumamente importante recobrar la confianza, afianzar las bases de la unidad, seguir creyendo en que si se puede cambiar el rumbo del país para un destino mejor, aún cuando los síntomas de la nación asemejen a un paciente muy enfermo. Atendiendo la nueva coyuntura, la estrategia de la MUD en el 2014 debe variar sin cambiar el norte de rechazar un socialismo a la cubana en Venezuela cuya suerte está cantada de antemano porque se identifica con el fracaso. Los venezolanos seguimos apostando al éxito. ¡Feliz Navidad!
@exequiades