En esta coyuntura, un pesimista no es otra cosa que un optimista realista. No podemos continuar como estamos. Se necesita un cambio radical e irreversible si honestamente queremos que hijos y nietos se sientan orgullosos del gentilicio, de vivir en un país que les multiplique oportunidades para desarrollarse y formar familias sólidas donde no falte techo, comida, salud y educación. Con el régimen actual esos objetivos son imposibles. Camina en dirección contraria.
La política tiene que recuperar el sentido apostólico. En medio de las más profundas diferencias ideológicas es posible unirnos alrededor de los principios básicos de la democracia y la libertad. La meta será imposible si continúa extendiéndose la política como una forma de vida que permite alcanzar un estatus suficiente para satisfacer las vanidades de quienes actúan en la vida pública.
Conozco políticos buenos, regulares y malos desde la perspectiva de la autenticidad. En la reunión convocada por Maduro recientemente, observamos asistentes que pudieran ubicarse en cualquiera de las casillas. Alcaldes para todos los gustos. No critico la reunión en sí misma. Es lo normal en una verdadera democracia. Critico que el régimen afirme la línea divisoria entre los demócratas y los oficialistas reunidos días antes. Han debido reunirse al mismo tiempo. Los temas son de importancia general. Sobre todo porque en todos los estados hay pluralidad de alcaldías en manos de unos y de otros. Los problemas de los gobernados son comunes.
El problema es que no creo en Maduro, ni en las demás ramas del poder público. No hay propósito de enmienda, ni capacidad de rectificación. Además, hay actitudes que me hacen dudar de la entereza de algunos liderazgos opositores, muy por debajo de las exigencias de la hora actual. El objetivo es el cambio. No la mendicidad.