José Toro Hardy: 2014

José Toro Hardy: 2014

Han transcurrido 26 años desde que el presidente Lusinchi terminó su mandato con altos índices de popularidad pero con una economía destruida.

Acosado por una deuda externa que lucía impagable, Lusinchi comenzó por manipular un sistema de cambios diferenciales a través de Recadi. Redujo de manera importante la lista de bienes que se podían importar a una tasa de cambio de Bs. 4,30 por $, limitándolas a alimentos y medicinas. Al petróleo y al hierro se le asignan Bs. 6,00/$, estableciéndose en tercer lugar un tipo de cambio de 7,50/$ a la mayor parte de las importaciones. En el mercado paralelo el tipo de cambio era muy superior.

Las importaciones se redujeron y la escasez comenzó a hacer estragos.





La producción petrolera nacional cayó de 1,8 millones de b/d en 1983 a 1,7 en 1984 y 1,5 en 1985. Sin embargo, a pesar de la caída de la producción, puesto que el precio del petróleo se había mantenido relativamente estable, las utilidades en operaciones cambiarias que obtenía el Gobierno, llevaron al presidente Lusinchi a expresar su optimismo en una frase absurda: “Tenemos la botija llena”.

Pero a partir de 1986 los precios del petróleo cayeron en cerca de un 52%. Sin embargo, dándole la espalda a lo que la prudencia aconsejaba, Lusinchi emprendió un recetario completo de medidas expansivas. En medio de los más agudos déficit fiscales que el país había conocido hasta ese momento, el gasto público comenzó a crecer a una tasa promedio interanual del 38%. Para hacerlo, el Gobierno se vio en la necesidad de devaluar periódicamente. El bolívar experimentó un deterioro de más del 90%.

Tal devaluación no era más que un impuesto indirecto que se le aplicaba a los venezolanos. En efecto, al devaluar, lo que hacía el Gobierno era obtener mayor número de bolívares por cada dólar proveniente del petróleo, que se incorporaban de inmediato al torrente monetario a través del gasto público. Esto se traducía en un incontrolable crecimiento de la oferta monetaria y en consecuencia en un aumento de los precios. La inflación pasó de un 12,2% en 1984 a un 29,5% en 1988.

El Gobierno lo atribuyó a prácticas de acaparamiento y especulación por parte del sector privado. Para compensarlo se embarcó en una política de subsidios que acrecentó de manera importante el déficit fiscal. Mientras tanto, las Reservas Internacionales del BCV caían de manera acelerada. Los desequilibrios macroeconómicos y el déficit fiscal eran cada vez más profundos.

La diferencia creciente entre los dólares otorgados por Recadi a una tasa preferencial de Bs. 14,50 y la tasa que prevalecía en el mercado paralelo, provocó todo tipo de corruptelas. Se hablaba de la “generación Recadi” para referirse a las enormes fortunas que habían surgido.

A la vez, se adelantó una política de controles y regulaciones a todo nivel. El sector público quería controlarlo, regularlo e intervenirlo todo. Se impuso así un exhaustivo aparataje de controles que quedaba sometido a la discrecionalidad de algunos funcionarios. Surgieron inmensas oportunidades de corrupción y en consecuencia infinidad de corruptos y de corruptores. Los funcionarios que tenían la potestad de conceder permisos, fijar precios, conceder licencias, otorgar créditos, asignar dólares preferenciales, adjudicar contratos y, en general, dispensar cualquier tipo de privilegios y ventajas especiales, adquirían más poder en la medida en que fuese más intrincado y difícil desmadejar la gestión sometida a su decisión discrecional.

Prácticamente todos los precios fueron sometidos a regulación, incluso algunos tan “estratégicos” como un corte de cabello.

En todo caso, los niveles de deshonestidad a que nos llevaron los innumerables controles establecidos por el Estado, provocaron en el país un deterioro de proporciones mucho más graves que las que se limitan al ámbito estrictamente económico, ya que trascendieron al entorno moral y ético de la colectividad. Muchos de sus miembros llegaron a considerar como un hecho socialmente aceptable aquel enriquecimiento que llegó a ser percibido simplemente como una “viveza” de funcionarios públicos o de empresarios avispados, quienes daban la impresión de haberse adueñado de Venezuela.

Sin embargo, los desequilibrios eran inmanejables. En el último año la deuda externa se renegoció en dos oportunidades, pero no se honró. Venezuela había caído en un foso profundo.

Lo que vino después es historia. No hemos aprendido nada. Estamos en el 2014 y el perro se mordió la cola. Todo vuelve a empezar.

pepetoroh@gmail.com

@josetorohardy