La escena debe ser de las más singulares que puedan verse hoy en una sala de conciertos. Nos encontramos en el imponente KKL, o Palacio de Congresos y Conciertos de Lucerna, lleno hasta la bandera. La estrella es una pianista que con naturalidad coge el micrófono y se pone a charlar con el público. Les pide que canten (o silben) alguna melodía, de preferencia bien conocida.
Rodrigo Carrizo Couto/El País de España
Los recatados suizos primero ríen con timidez, pero de a poco se lanzan a cantarle desde un fragmento de Beethoven hasta una canción tradicional pasando por el clásico latino Moliendo Café. La pianista escucha con atención, repite el motivo y se queda pensando con los ojos cerrados. Poco después, se lanza a tocar la pieza en formato de fuga, o de imponente preludio, añadiendo infinitas variaciones y colores.
Lo que el público del Festival de Lucerna está presenciando con indisimulado asombro es algo que fue la regla durante buena parte de la historia de la música, pero que se ha perdido (casi) por completo a partir del siglo XX. Se trata del olvidado arte de la improvisación clásica. Un arte en el que músicos como Bach, Liszt o Mozart fueron consumados maestros, y que renace gracias a Gabriela Montero.
Nacida en Caracas en 1970, es posible que el lector recuerde a Montero del día en que tocó ante cientos de millones de personas en la primera ceremonia de investidura de Barack Obama. Junto a Yo-Yo Ma e Itzhak Perlman, interpretó una pieza de John Williams compuesta para celebrar al primer presidente afroamericano de la Historia.
Gabriela Montero recibe a EL PAÍS para una extensa charla a orillas del Lago de Lucerna. Interrogada acerca de su arte, explica que, a su entender, la capacidad para improvisar es un talento que no se aprende, aunque admite que la improvisación jazzística es un caso distinto, “dado que en general se practica en grupo, y por eso es necesario que haya una arquitectura bien definida”.
Pero se impone una pregunta evidente: si la improvisación fue algo habitual durante siglos, ¿por qué es hoy algo extraordinario? “El problema es que ahora todo se graba, lo que ejerce una presión tremenda sobre los músicos. Mozart hablaba y bromeaba con su público. Pero hoy somos más conservadores porque estamos obsesionados con nuestro legado: la grabación”.
La pianista ha convertido en “marca de fábrica” las charlas con su público y los cantos con los que la gente le hace llegar sus temas. Según explica, el ritual es esencial pues hace que el público entienda que la improvisación nace ante sus ojos. “Que es algo irrepetible”, se entusiasma Montero.
“Lo curioso es que yo misma soy espectadora del proceso, como si me separara de mí para observar lo que ocurre. Improvisar es como abrir un grifo: siempre sale agua. Es como si en mi cabeza se creara un lienzo blanco en el que tiene lugar la creación. Es gracioso, pero de joven yo pensaba que todos los músicos improvisaban. Aunque yo no soy un bicho raro; los raros son los otros”, precisa entre risas.
Montero debe mucho a un encuentro providencial con una auténtica leyenda viviente del piano: la argentina Martha Argerich. “De joven tuve una profesora horrible, que me prohibió improvisar, borrando así algo esencial de mi naturaleza”, rememora la venezolana, “pero tras una charla con Martha, me pidió que tocara algo y se me ocurrió improvisar sobre ella: su vida y sus experiencias.
Martha quedó fascinada como una niña. Me preguntó: “¿y por qué no compartes este talento?” Luego me confesó que solo había conocido a otro músico con esta capacidad: su maestro Friedrich Gulda. Es así que llamó a sus contactos y me lanzó al mundo”.
Pero en esta época de artistas a menudo sin aristas, formateados para caer bien a todos los públicos, Montero destaca por otro rasgo inhabitual. Se trata de su compromiso político y su lucha contra el régimen que dirige su país: el chavismo.
“Yo represento a la otra Venezuela”, se inflama antes de afirmar: “Mi país es un auténtico desastre. La gente es violentada a diario y la corrupción endémica ha alcanzado niveles nunca vistos”. Aunque la pianista admite que decir estas cosas no es nada fácil. “Pago un precio por decir esto, pero no puedo dar la espalda a la situación de mi país. Lo cierto es que el hampa dirige Venezuela y que a pesar de ser uno de los países más ricos del mundo a nivel de recursos naturales, carecemos de bienes y servicios elementales. Hemos pasado de ser meramente tercermundistas a convertirnos en uno de los países más primitivos y caóticos del mundo”.
Un discurso inusual en boca de una artista que viene del mismo país que el “niño mimado” de la música clásica, el director de orquesta Gustavo Dudamel. ¿Cómo digiere el carismático director el discurso de la “otra” gran personalidad musical venezolana de hoy? “Nunca hemos hablado de estos temas con Gustavo, a quien conozco de siempre. Pero lo que tengo para decirle prefiero hablarlo con él en persona, y no por la intermediación de un diario español”, zanja la pianista.
Aunque no se priva de aclarar un punto: “Quisiera recordar que el Sistema no existe gracias a Hugo Chávez, sino que es una realidad desde mucho antes que los bolivarianos llegaran al poder. La gente en Europa o Estados Unidos cree que el Sistema y la Orquesta Simón Bolívar representan una Venezuela que sería un oasis de paz social y música. Pero no es verdad, pues la orquesta no representa la tragedia en que se ha convertido mi país. El Sistema es usado por el Gobierno para sus proyectos políticos, pero Venezuela tiene unos niveles de corrupción que la dejan en el puesto 160 sobre 177 países. Estamos peor que Zimbabue”.
Gabriela Montero afirma que como artista no busca tener más fans que nadie. “No me obsesionan ni el dinero ni el poder”, explica. “Y ya sé que suena a lugar común, pero si logro conmover a una sola persona del público me doy por satisfecha”. En cuanto a sus esperanzas para el futuro de su país, Gabriela Montero concluye: “Mi mayor sueño es que un día Venezuela tenga justicia social. Pero de la de verdad”.