Lapatilla
“Once the flames begin to catch
The wind will blow it higher”
Peter Gabriel (Biko)
Un país en escombros
La peste chavista arrasó material y moralmente con nuestra sociedad. Después de la devastación revolucionaria, de su perfidia y podredumbre, a Venezuela no habrá que reinventarla, habrá que inventarla.
Somos un país en escombros. No hay institución social o política que no haya sido corroída hasta el colapso por las corruptas termitas del chavismo. Su devoradora hambre ha intentado hasta chuparle el alma a nuestra bella historia. No han podido, no podrán.
Pese a las golpizas, frustraciones, desengaños y fracasos, un prodigio se observa: el venezolano, los venezolanos, yo, tú, él, ella, nosotros, permanecemos intactos, vociferando, mentando madres, levantándonos una y otra vez por amor a esta tierra, a su gentilicio y a su cultura.
No todo está perdido, no nos han vencido, otra vez nos hemos levantado, seguimos.
Los radicales
Los radicales han sido las antorchas humanas que han iluminado la historia de la humanidad. Ser radical enaltece al hombre, lo distingue y eleva.
Radicales como Sócrates, Cristo, Lutero, Jefferson, Gandhi, Luther King, Havel y en Venezuela: Miranda, Bolívar, Sucre, Páez y más hacia nuestros tiempos, Betancourt, Gallegos, Andrés Eloy, sembraron con sus arraigados -de raíz, de principio: radicales- esfuerzos lo mejor de la civilización que hoy somos.
Sólo espíritus radicales cimbran las entrañas de la historia y estremecen sus tiempos, iluminándolos. Sus antagónicos: los timoratos y los mediocres se hunden en el pantano del olvido.
En Venezuela, la histeria académica tiende a confundir la sublime palabra “radical” con la palabra “extremista”. Hay que entenderlos, su mediocridad los relega y pronto olvidará. Es su destino, no el nuestro.
Mientras ellos se fuman un cacho de lunatismo místico en su colina otros deben dar un paso radical y al frente por la libertad.
Recuperar el alma
Si algo recupero el pronunciamiento conjunto que dieron esta semana María Corina Machado, Leopoldo López y el grupo de los diputados de oposición, fue el ímpetu e inmensidad de la palabra “alma”.
La oposición recuperó el “alma” y la fuerza de su lucha, se levantó entre los escombros e iluminó el camino que Capriles había abandonado.
Mientras unos le tendían la mano al pichón de dictador, Nicolás Maduro, para reconocerlo y legitimarlo, otros lo retaban, lo increpaban, lo señalaban como lo que es: el responsable directo de la corrupción, de la violencia y la criminalidad de Venezuela: de nuestra devastación nacional.
Mientras unos planificaban la permanencia y negociaban su futuro; otros recuperaban el alma urgente de la lucha y anunciaban sin complejos la organización de eventos para alcanzar la salida de este pandemonio.
Le concedo la palabra a Leopoldo López: “Sí se puede tener una mejor Venezuela, sí se puede…, pero te necesitamos hermana, te necesitamos hermano, te necesitamos primero que nada con la convicción de tu corazón, con la convicción de tu alma, con la convicción de tus acciones. Digamos: ¡Basta ya!, y discutamos la salida de este desastre, que tiene que ser popular, con la gente, con la fuerza de un pueblo que está dispuesto a luchar por el cambio, de un pueblo que está dispuesto a luchar con fuerza y fe…”
Cien años después
Antes de insurgir, de rebelarse ante un poder dictatorial, hay que preguntarse si éste lo es en realidad. Además, hay que evaluar si se cuentan con mecanismos democráticos (electorales) para cambiar al régimen: ¿las elecciones son libres, limpias y justas?
En Venezuela ni las elecciones son limpias ni el régimen está dispuesto a dejarse sustituir, estamos ante una dictadura torpe. Si no se cambian las condiciones electorales, la dictadura, por más torpe que sea, jamás saldrá, no habrá salida.
Cien años después de la Generación del 28 los venezolanos estamos otra vez pidiendo “democracia”, sufragio directo, libre, universal y justo. Cien años después.
Manuel Caballero decía que Venezuela había entrado hacia el año 1934 en el siglo XX. Usando esa analogía podríamos señalar que nuestro país no ha entrado aún al siglo XXI, ha retrocedido al XIX.
Hay que insurgir como lo hicieron los fundadores de nuestra defectuosa democracia (aunque Henrique Capriles lo desconozca y rechace, así nacimos como democracia y como república: con insurrecciones, con golpes de estado, ¿o no?, ¿qué fue el 23 de enero?)
El tema fundamental que desconocen muchos líderes, tema que incluso recogen y promueven la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Constitución Nacional, es que frente a las dictaduras el ser humano tiene el supremo derecho de la rebelión.
Antorchas humanas
La insurrección es un acto de conciencia que comienza por uno mismo, por una convicción íntima y con una rebeldía ante la opresión. Para que sea popular, masiva, se necesita que muchos yo, muchos tú, muchos ella y él, muchos nosotros, nos sumemos y nos rebelemos.
Los insurrectos humanistas, los rebeldes noviolentos, no usamos armas de guerras, creemos en la vida, creemos en la libertad, respetamos al prójimo, usamos la imaginación y la conciencia para derrocar dictaduras. La rebelión debe ser no violenta y la resistencia civil debe ser pacífica.
No podemos apoyar al régimen en nada; hacerlo los fortalece, desobedecerlo lo debilita. Burlándonos de su fuerza y de sus criminales leyes, no teniéndoles miedo, desconociendo su poder, organizando nuestra rabia y movilizando nuestra libertad, los arrincona y erradica.
Uno no le tiende la mano a los criminales de la patria, uno los empuja y lucha para salir de ellos. Uno los reta, uno se rebela.
Esperábamos un liderazgo que despertara la llama de la libertad, bueno, ya lo hicieron. Que la llamarada se encienda en las raíces de nuestra alma para ser las antorchas humanas que iluminan nuestra historia.
Repito: sólo espíritus radicales cimbran las entrañas de la historia y estremecen sus tiempos, iluminándolos.
No todo está perdido, estamos nosotros, juntos seamos esa luz.
Juntos…
@tovarr