Después llegará “la limpieza humana”. Las primeras señales de que otra escenografía se monta, la dan los teléfonos móviles. Las llamadas se pierden en la nada, los mensajes de textos no alcanzan su destino, los nerviosos sonidos de ocupado responden al intentar comunicar con un activista. Llega entonces la segunda fase, la física. En las esquinas de ciertas calles proliferan supuestas parejas que no se hablan, hombres de camisas a cuadros que tocan nerviosamente el audífono disimulado en su oreja, vecinos que se ponen de guardia frente a las puertas de esos a los que ayer mismo le pidieron un poco de sal. Toda la sociedad se llena de susurros, ojos atentos y miedo, una gran dosis de miedo. La ciudad está tensa, temblando, en alerta: ha empezado la Cumbre de la CELAC.
La última fase lleva detenciones, amenazas y arrestos domiciliarios. Mientras, en la televisión oficial los locutores sonríen, comentan las conferencias de prensa y trasladan sus cámaras hasta las escalerillas de decenas de aviones. Hay alfombras rojas, pisos pulidos, helechos arborescentes en el Palacio de la Revolución, brindis, foto de familia, tráfico desviado, policías cada cien metros, guardaespaldas, prensa acreditada, discursos de apertura, gente advertida, calabozos repletos, amigos en paradero desconocido. Ni a la refinería Ñico López se le permite mostrar su sucio humo saliendo por la chimenea. La postal retocada está lista… pero le falta la vida.
Después, después todo pasa. Cada presidente y cada canciller vuelve a su país. La humedad y el churre brotan bajo la fina capa de pintura de las fachadas. Los vecinos que participaron en el operativo retoman su aburrimiento y a los oficiales en la #OperaciónLimpieza los premian con hoteles de todo incluido. Las plantas sembradas para las inauguraciones se secan por falta de agua. Todo vuelve a la normalidad o a la absoluta falta de normalidad que caracteriza la vida cubana.
La falsa instantánea ha terminado. Adiós II Cumbre CELAC.