Es imposible no reconocer la urgente necesidad de diálogo en un país que está haciendo agua por los cuatro costados, sumido en una política suicida que enfrenta al bando de los rojos contra el bando de los azules y donde todos salimos perdedores. Uno de los más claros documentos que recogen esta urgencia es la Declaración Política del MAS en ocasión de su aniversario. Sin duda que tiene razón el MAS en plantear el diálogo como espacio de convergencia de ideas en un país extenuado y demacrado por quince años de enfrentamiento. El asunto es, como afirma el aforismo gringo, para bailar tango se necesitan dos. De manera que además de plantear la urgencia del diálogo, en lo cual es difícil no coincidir, hay que preguntarse cómo se resuelve el dilema de que el Gobierno no muestra ninguna disposición real al diálogo y la convivencia, más allá de declaraciones y actos como el de los alcaldes con el presidente en Miraflores.
Para avanzar en la dirección de reflexionar acerca de lo que es necesario hacer para inducir la disposición a dialogar del oficialismo es importante preguntarse por qué el Gobierno actúa así. La primera respuesta, simple y brutal es: porque puede. El chavismo se siente guapo y apoyado, ha arruinado a Venezuela, la corrupción lo corroe internamente como un cáncer, su gestión ha agravado todo lo que encontró mal, y, sin embargo, sigue contando con un apoyo sustancial de la población y, más grave aún, con impunidad política para hacer lo que hace. En verdad, desde un punto de vista militar, como le gustaba plantear los conflictos entre venezolanos a Chávez, el chavismo no tiene ninguna necesidad de dialogar porque están en una situación de fuerza muy sólida.
La segunda respuesta a por qué los sectores más duros del chavismo se resisten a cualquier intento por reconciliar al país es muy perturbadora: la reconciliación significa para estos sectores la derrota final de la revolución, porque implica transigir y negociar con los odiados modos de una democracia que califican de burguesa. Para quienes como yo somos lectores consuetudinarios de Aporrea, allí se expresa con claridad esta postura: la respuesta al estado de desazón de la nación es más revolución, más poder comunal, más plan de la patria. A no transigir con los escuálidos, y la burguesía apátrida. Ese es el lenguaje. De modo que quienes sueñan con que del interior del chavismo descontento con la gestión que califican de blandengue de Maduro vendrán los proponentes del diálogo, es mejor que terminen por concluir pronto que su sueño se puede convertir en pesadilla sin solución de continuidad.
El tercer elemento de la respuesta está muy vinculado con los dos anteriores. A la impunidad política se le suma la decisión de controlar a la sociedad por la vía de hacer miserable la vida de todos a través de la gerencia de la crisis, la inseguridad y el miedo. En una sociedad racional el término “gerencia de la crisis” implica más bien la respuesta para controlar una crisis. En Venezuela, el término hay que entenderlo en su acepción más perversa como un modo de mantener la vida de todos en jaque, obligados a una lucha diaria por la supervivencia, tanto a la inseguridad como a la humillación de las colas y el peregrinaje por los hospitales mendigando atención y medicinas. La tesis es muy simple y brutal y ha sido ensayada por largo tiempo en Cuba que tiene a Venezuela como su Protectorado: mientras la gente está ocupada en sobrevivir a la miseria de sus existencias no hay tiempo ni energía para ocuparse de rebeliones y protestas contra el poder. Es decir, que la precariedad de nuestras vidas, que cada vez lleva a más venezolanos a intentar irse del país, es consustancial al modelo de poder chavista. Ello incluye, por supuesto, a los más pobres a quienes se les entregan mendrugos de lo que se llevan los círculos de la corrupción. La única razón por la cual la destrucción de la economía formal no se ha traducido abiertamente en una hambruna parecida al “período especial” cubano cuando la teta de la Unión Soviética desapareció, es porque en Venezuela el ejercicio universal del “rebusque” y la economía informal actúan como válvulas de escape.
La convocatoria al diálogo que hasta ahora ha provenido del Gobierno es una trampa mortal para la sociedad democrática. No solamente porque apunta a dividirnos aún más, sino porque tiene la pretensión increíble de hacer a todo el mundo corresponsable del desastre de estos 15 años. Ahora se nos convoca a diálogo para asumir conjuntamente las culpas cuando no hay ninguna disposición a compartir las responsabilidades y espacios a los que obliga la Constitución y que no son ninguna concesión graciosa del chavismo. Esta versión del diálogo es simplemente una emboscada que pretende emascular aún más la energía de la oposición y como tal sería un acto de pendejismo insondable participar como mansas ovejitas. Asumir, sí, el diálogo como responsabilidad compartida e indispensable para corregir el rumbo del país, pero sin incurrir en el pecado de quienes ayudan a sus matarifes a exterminarlos.
Esta ruta de análisis nos lleva a una conclusión simultáneamente preocupante y esperanzadora. Preocupante porque los tiempos que se le vienen encima a Venezuela serán más difíciles y más destructivos que los que hemos padecido porque esta vez si se trata de un embate inmisericorde contra la voluntad de lucha de la gente. Esperanzadora, porque si la alternativa democrática despeja su situación interna de confusión y se terminan por desechar los planes pequeños en aras de un proyecto superior de unidad nacional, tenemos una oportunidad importante para lograr romper la polarización y abrir el espacio para el verdadero diálogo. Paradójicamente, el camino al diálogo pasa por convertir la protesta popular, desarticulada y confusa, pero robusta en su carácter espontáneo, en una verdadera rebelión ciudadana. Pacífica y democrática pero con la decisión de enfrentar la pretensión de estabilizar la crisis y el desgobierno como modos de control social.
Solamente cuando el país se les haga ingobernable aparecerán en el chavismo los interlocutores sinceros, o al menos políticamente realistas, que entiendan la necesidad de convivir y negociar para que no se pierda todo. Ese será el momento, quizás, de una nueva Asamblea Constituyente u otro espacio de encuentro. Sin esta amarga medicina el chavismo no aprenderá. Y el liderazgo opositor tampoco tendrá su momento estelar para demostrar de qué temple está hecho.