Nacida en Jerusalén hace 31 años, la actriz Natalie Portman nunca imaginó que su regreso a casa, en su debut detrás de las cámaras, pudiera ser objeto de una controversia religiosa.
No tanto por el guión, una adaptación de “Una historia de Amor y oscuridad”, la novela autobiográfica del famoso escritor israelí Amos Oz, si no por el lugar elegido para recrear los tiempos del mandato británico en Palestina.
Se trata de los barrios de Mea Shearim y de Nahlaot, habitados por crecientes comunidades de ultra ortodoxos judíos, cada vez más visibles e influyentes en una ciudad considerada santa, venerada y reclamada también por cristianos y musulmanes.
Aunque el rodaje apenas ha sufrido contratiempos, varios grupos de “Haredim” -extremistas judíos- y algunos vecinos se han quejado del ajetreo de las cámaras y el ir y venir de personas y equipos cerca de instituciones religiosas, además del corte de varias calles al tráfico.
Según el canal 10, la televisión privada más importante de Israel, residentes de Nahlaot enviaron una carta a la municipalidad para quejarse de que los rodajes “se realizaban en calles cercanas a lugares religiosos sensibles como sinagogas y escuelas” y pedir que todo se supervisara con antelación para evitar ofensas.
Una misiva cuya existencia las autoridades de Jerusalén -que financian el proyecto con cerca de 460.000 dólares- se aprestaron a negar.
“Existe una constante tensión entre el deseo de celebrar la diversidad y el interés de Jerusalén y los grupos extremistas que tratan de evitarlo”, explicó la vicealcaldesa de la ciudad, Rachel Azaria.
“La atracción de la ciudad, su arquitectura única y los esfuerzos de la industria del cine y la televisión triunfarán”, agregó la política, citada por el diario local “Times of Israel”.
La responsable ha negado también que se haya producido protestas de ultraortodoxos o aparecido pintadas contra el rodaje, como han informado algunos medios.
Lo único verdaderamente cierto es que se lleva bajo estrictas medidas de seguridad, con cordones policiales que alejan cientos de metros a curiosos y posibles manifestantes.
Portman, ganadora de un Oscar de Hollywood en 2011 por su papel en “el cisne negro”, se embarcó en la aventura de recrear la aclamada autobiografía de Oz hace seis años, cuando decidió comprar los derechos al autor, cuyo nombre ha sonado en varias ocasiones para el premio Nobel.
Después, cedió el texto al guionista y novelista Assaf Gavron para que lo adaptara.
El rodaje comenzó hace apenas dos semanas, con un amplio equipo técnico estadounidense e israelí, actores de ambas nacionalidades, y la propia Portman en el papel de madre de Oz.
“Una historia de amor y oscuridad” -traducida a 28 idiomas- narra la infancia de Oz en Jerusalén, en los difíciles años cuarenta y cincuenta del pasado siglo.
Años en los que el sionismo avanzaba, la II Guerra Mundial hería la humanidad, el estado de Israel y el problema palestino nacían, y la inocencia y la alegría de un niño israelí, hijo de emigrantes rusos, se desgarraba por el suicido de su madre.
El entonces adolescente Oz dejó la casa familiar a la edad de 15 años y se marchó al “kibutz” (comunidad pionera judía de ideología socialista) Hula, cercano a Tel Aviv, donde se formó, cultivó la tierra y se hizo profesor al tiempo que participaba en dos guerras que despertaron su vena pacifista.
El autor, nacido en Jerusalén como Portman pero en 1939, admitió meses atrás que había aceptado con ilusión el proyecto, y que incluso participaba en la adaptación del guión.
Portman, que actúa en hebreo, admite, igualmente, que se siente ilusionada con esta primera experiencia detrás de las cámaras tras su exitosa carrera de actriz.
Educada en Harvard, su primer papel protagonista lo obtuvo en 1994 en la película francesa “Leon”, de Luc Besson, en el que da vida a una huérfana a la que salvan de ser asesinada.
Parte de su fama inicial se debería, no obstante, a su recreación de la princesa Padme Amidala en “La guerra de la Galaxias – Episodio 1 – La amenaza fantasma”.
La gloria de los premios le llegaría a la edad de 28 años con su íntima representación de una bailarina en la película de Darren Aronofsky, que engalanaría las vitrinas de su casa con un Oscar, un Globo de Oro y un Bafta.
Casada con el coreógrafo y bailarín francés Benjamin Millepied, quien recientemente anunció su conversión al judaísmo, tiene un hijo llamado Aleph, igual que la primera letra del alfabeto hebreo. EFE