Una ruptura de la convivencia social se produce en Venezuela, no es sólo una crisis de gobernabilidad. Sin embargo, las protestas se han querido presentar como el producto de rencores entre sectores que se adversan. En especial, se representan como un capítulo de la pugna que mantienen grupos extremos del oficialismo y la oposición. Con lo cual los hechos de nuevo se acorralan en una lectura lineal. Más de cinco mil manifestaciones que se contabilizan desde el año pasado hasta el presente se resumen sin matices ni pliegues. Como si el malestar que ha desbordado las calles tuviese una motivación única y sus protagonistas fuesen militantes de los bloques que se han disputado el poder. Dicen que la historia la reescriben quienes obtienen la victoria, pero en este caso aún no hay vencedores ni vencidos. Un país asediado cada día la redacta con sus quejas desde mil lugares.
Los reclamos están más allá de la polarización entre oficialismo y oposición. De hecho, las causas de las querellas han sido variadas y los grupos enfurecidos distintos. Además, son multitudes las que por igual transpiran su malhumor en el metro y en aceras. Es un pueblo en cólera el que se siente en automercados, farmacias, comunidades y gremios. Desde sus angustias y sus necesidades la gente está expresándose. Su desacomodo tomó la calle. Pues los venezolanos tienen un desarreglo de vida con los diferentes órdenes en los que transcurre su cotidianidad. Pero la diversidad de esas angustias es lo que produce temor y vértigo. Ese remolino de tensiones produce tanto miedo que algunos prefieren recodificarlas con las palabras oficialismo y oposición. Creen que reubicándolas en un territorio discursivo conocido aquellas fuerzas se calmarán. Sin embargo, el recalentamiento que se percibe por doquier es un aguacero de pasiones no un levantamiento de un sector contra otro.
Polarizar es paralizar las calles. Es recolocarse en un esquema donde millones de sentimientos terminan bloqueados por las solicitudes de algunos. Por lo demás, en el pasado ese mismo formato produjo como resultado más almas saqueadas que esperanzadas. Por eso, polarizar no es una alternativa política para salir de la crisis, antes bien es un mecanismo para metabolizarla.
El desencuentro que tiene esta sociedad rebasa el pleito que mantienen ciertos oficialistas contra algunos opositores. Por cierto, es conveniente recordar que cuando las sociedades están fragmentadas sus trastornos no se sanan con soluciones parciales. Sobre todo, en Venezuela donde incluso el oficialismo y la oposición son bloques desestructurados. Las fracturas entre sus dirigentes se conocen bien. Algunos deberían darse cuenta que sus organizaciones se han empobrecido porque han actuado con arreglos unilaterales. Por supuesto, las divergencias en el oficialismo y en la oposición son ideológicas. Por eso, sus peleas tampoco se pueden descalificar diciendo que son asuntos de egos entre sus dirigentes. Quienes participan en esos bloques discrepan sobre la visión que tienen sobre el presente y el futuro de la nación. Ninguno muestra un eje articulador y unificador de las perspectivas que se contraponen. Al contrario, el desorden los acecha. Basta pensar que sus militantes vienen accionando sin directrices. De allí que habría que preguntarse cómo algunos esperan reunificar al pueblo que protesta cuando sus postulados son rechazadas por sus propios militantes y aliados. Acaso, ¿creen que podrán amalgamar la voluntad de un país y de los suyos polarizando los reclamos que se escuchan en la calle?
Alexis Alzuru
Profesor. U.C.V.