Unos lo conocieron siendo niños, otros aprendieron a tocar la guitarra con él: en Algeciras, ciudad natal de Paco de Lucía, cada uno llevó un recuerdo del gran guitarrista flamenco al último adiós, antes de su entierro este sábado.
Anna CUENCA/EFE
“El cielo se ha puesto a llorar. Se ha ido un maestro de la guitarra muy grande”, decía con voz suave Sonia Córdoba, una algecireña de 35 años, que junto a su hija esperaba desde las nueve de la mañana frente a la iglesia Nuestra Señora de la Palma, resguardada de la lluvia por un gran paraguas negro.
Allí debía celebrarse, pasado el mediodía, la misa por el guitarrista fallecido el martes en México, tras la cual sus restos mortales serían llevados al cementerio antiguo de la ciudad para ser enterrados “en la más estricta intimidad” por deseo de su familia.
Bajo los ¡Oles!”, las palmas flamencas y una lluvia de claveles rojos, el féretro había llegado a la ciudad de madrugada procedente de Madrid, donde miles de personas, entre ellas el príncipe Felipe y la princesa Letizia, habían vistado el viernes su capilla ardiente.
“¡Paco, Paco!”, “Maestro dejas tu pueblo, maestro dejas tu tierra”, gritaba la gente que se agolpaba en las calles de Algeciras.
Familiares y amigos, entre ellos su compañero guitarrista Tomatito, se recogieron con él en el elegante salón de suelos de mosaico que el ayuntamiento había dispuso para el ataúd, escoltado por dos guardias en uniforme de gala.
Después, durante toda la noche, miles de algecireños desfilaron en silencio, algunos tocando el féretro cerrado, expuesto junto a retratos del músico y bajo un gran crucifijo dorado.
Lola León, de 58 años, recordaba haber conocido al guitarrista siendo niña, cuando ambos vivían en la Bajadilla, el barrio popular que el 21 de diciembre de 1947 vió nacer a Francisco Sánchez Gómez, más conocido como Paco de Lucía, en el seno de una familia humilde en la que todos se dedicaban al flamenco por necesidad.
Junto a ella, ofrendas de flores y velas yacían bajo una gran fotografía del maestro, aferrado a su inseparable guitarra.
Lola recuerda los conciertos improvisados de un Paco adolescente y de su gran compañero, el cantaor Camarón de la Isla, con el que formó un dúo legendario hasta la muerte de éste en 1992.
“Ellos iban a casa de un amigo y se ponían a tocar, las niñas nos sentábamos en la puerta y los escuchábamos embobadas”, decía emocionada.
Otros, como Juan Sánchez no podían contener las lágrimas. Este electricista de 49 años viajó nueve horas en coche desde Barcelona, en el noreste de España, para dar el último adiós al amigo que conoció hace más de una década en la playa algecireña del Rinconcillo.
“Pasábamos el tiempo jugando al dominó y a las cartas”, decía con la voz entrecortada. “Era muy buena gente, lo daba todo, y era un gran maestro, yo aprendí a tocar escuchándolo a él”, agregaba, atesorando en el recuerdo la rumba “Entre dos aguas”, uno de los grandes éxitos de Paco de Lucía.
Aquel muchacho que se ganó el sobrenombre ‘de Lucía’ por el nombre de su madre y que, adiestrado por su padre, un cantaor desconocido, a los 12 años empezó a tocar la guitarra en los “tablaos”, llegó a revolucionar el flamenco con sus frenéticos punteos y sus influencias de jazz, bossa nova o música clásica.
El martes, convertido en un maestro de fama mundial, murió a los 66 años de un ataque al corazón cuando estaba con su familia en el caribe mexicano, cerca de Tulum.
Una muerte que conmocionó a España, y, sobre todo, a su Algeciras natal.
“La verdad es que nadie se lo cree. Paco era un icono, un genio, siempre lo hemos tenido como a un dios que no moriría”, decía el bailaor David Morales quien, como otras figuras del flamenco, entre ellas el bailaor Farruquito o la cantante Niña Pastori, acudieron a despedir al compañero.